Lecturas
Confiesa el escribidor que desde su adolescencia siente curiosidad por la figura de Diego Grillo, el mulato habanero, hijo de negra y español, que nació esclavo y que como tal vivió durante los 15 años iniciales de su vida, y que pudo participar, sin embargo, del recibimiento multitudinario e indescriptible que los súbditos británicos tributaron a su «protector» Francis Drake y luego de la visita que la reina Isabel I hizo en Plymouth al corsario para saludarlo y armarlo caballero.
La casualidad unió la vida de esos dos hombres. En 1572 tenía Diego unos 15 años cuando fue apresado por el famoso corsario que, al mando de sus naves Persea y Swan, asaltó y saqueó a Nombre de Dios, Campeche y Veracruz. Nadie pudo explicarse entonces por qué decidió no eliminarlo, pero se dijo que le respetó la vida por la impresión que le causó la mirada fiera del criollo y su actitud rebelde y desafiante. Le tomó gran afecto —fue un afecto mutuo— y quiso tenerlo a su lado. Fue su maestro. Junto a Drake, Diego aprendió correctamente el idioma inglés, se hizo un espadachín consumado y se convirtió en un experimentado aventurero con sólidos conocimientos de rutas de comercio y navegación.
Lo acompaña en el viaje de circunvalación de la Tierra que Drake acomete entre 1577 y 1580. Era la segunda vez que se daba la vuelta al mundo y un criollo oriundo de La Habana, Diego Grillo, participaba en la aventura. Durante más de medio siglo los españoles consideraron que el estrecho de Magallanes estaría cerrado para marinos extranjeros por las dificultades que imponía su navegación. Drake demostró lo contrario. Para hacerlo siguió la ruta de Fernando de Magallanes, se valió de unas cartas náuticas conseguidas en el asalto a una nave española y contó con la pericia del piloto portugués Nuno da Silva.
Así, el 21 de agosto de 1578 entra en el estrecho y, ya en el Pacífico, atacó a Valparaíso y El Callao; saqueó a Santa, Trujillo y Payta y se apoderó de la nave Nuestra Señora con oro del Perú. Amenazó Acapulco y llegó a California, que llamó Nueva Albión, y entró en la bahía de San Francisco. Volvió a Inglaterra por la ruta del Pacífico, vía Molucas, y fue a su regreso cuando la reina lo nombró caballero.
Drake es designado almirante de la Armada británica y su discípulo se decide a mandar su propio barco, en el que, a la cabeza de una tripulación compuesta de marinos franceses, holandeses y británicos, se convierte en el azote de las naves españolas que se mueven por las aguas cubanas. Un detalle lo distingue. Es cortés y respetuoso con las damas; cuando las hace prisioneras se desvive en atenciones y, hasta donde puede, las trata a cuerpo de rey.
Su proverbial caballerosidad queda registrada en el caso del asalto a Campeche, cuando Isabel de Carabeo, una bellísima dama española viuda del destituido gobernador de dicha localidad, cae en manos de los piratas. Para evitar a la señora los ultrajes y las humillaciones a los que la hubiese sometido la marinería, Diego dispuso que una guardia personal la cuidara con esmero hasta que consiguió desembarcarla en un lugar seguro.
Otro rasgo de su personalidad se puso de manifiesto en ese ataque que protagonizó en compañía de Cornelis Cornelizoon Jol, el célebre «Pata de Palo». La villa quedó arrasada y muertos sus 300 heroicos defensores, casi todos despanzurrados en el muelle, donde se concentró la mayoría de ellos para frenar la agresión pirata. Diego recorrió el área y entre los muertos reconoció al capitán Domingo Galván Romero, que había fungido como jefe de la plaza. Era un viejo allegado de Diego. Nada menos que su padrino, el hombre que lo llevó a la pila bautismal. No ocultó su dolor. Refiere la crónica que mostró un gran sentimiento, sintiéndose culpable de su muerte.
No nos llamamos a engaño, sin embargo. El criollo Diego Grillo fue un pirata diabólico, al punto de que llegó a ser conocido como el mulato Lucifer.
Sobre Diego Grillo son más las suposiciones que las certezas. Su nombre parece haber sido Diego Martín y se dice que nació en La Habana en tiempos del gobernador Diego de Mazariegos. Los atropellos sufridos lo llevaron a huir de la villa al enrolarse como grumete de una fragatilla española que le permite viajar a Veracruz, Campeche, Trujillo, Riohacha y Nombre de Dios. En Campeche, donde se establece, sufre todo tipo de desmanes de parte de la primera autoridad local, que no pierde la oportunidad de azotarlo cada vez que le viene en ganas.
Lo que pasa después no se conoce con certeza. Algunos cronistas refieren que Drake lo hace prisionero en Campeche. Otros aseguran que la captura ocurrió cuando el corsario británico atacó en aguas de la Isla de Pinos (Isla de la Juventud) el barco en que Diego huía una vez más. De una manera u otra, es ahí donde comienza la relación entre ambos, y cuando Drake decide recuperar su oficio de corsario y volver a las aguas cálidas del Caribe, lo que hace con una flota de más de 20 embarcaciones, el capitán Diego Grillo es el segundo al mando de uno de esos barcos.
La idea de Drake era la de golpear a Cartagena y Puerto Cabello. Pero la fiebre amarilla se cebó en su tripulación, la diezmó y las elevadas bajas lo llevaron a replantearse su plan. Se apoderó entonces de Santo Domingo, donde permaneció durante varias semanas, arrasó la ciudad floridana de San Agustín y se estableció en el cabo de San Antonio, con la mira puesta en La Habana, que no llegó a atacar.
Eso ocurrió en 1595. Drake falleció el año siguiente, a los 56 años. En el mar, como había vivido, de disentería. Su cadáver, en un ataúd de plomo, fue hundido en las aguas panameñas de Portobelo.
Muerto Drake, el pirata habanero se junta con Pata de Palo, con quien protagonizara anteriormente alguna que otra «hazaña». Es a las órdenes de este reconocido neerlandés que Diego azota, sobre todo, a Santiago de Cuba y Nuevitas.
Son Pata de Palo y Diego los protagonistas del asalto a los galeones que debían conducir a España la plata de Centroamérica. Dos flamantes barcos españoles, ya cargados, están a punto de partir cuando el jefe de la flota, el joven capitán Juan de Monasterios, recibe aviso de que barcos piratas se aproximan para apoderarse del botín. Convencido de que el encuentro será a muerte, conmina a la tripulación a que confiese sus culpas con los sacerdotes de a bordo y los insta a defender el tesoro y el honor.
No demoran en aparecer los piratas. Componen su flota dos urcas, seis urquillas y cinco pataches de ligero tonelaje. En los masteleros de las dos urcas, se observan escobas amarradas, el temido símbolo de los holandeses con el que pregonan su decisión de barrer del mar a enemigos y obstáculos. La urca almiranta la manda Pata de Palo, mientras que la urca capitana está bajo las órdenes del mulato habanero.
Concentran los piratas fiero cañoneo sobre uno de los galeones que, destrozado, se rinde. Desde el alto alcázar anima Grillo a sus hombres, mientras que con denuedo salvaje la emprende contra el galeón que manda Monasterios. Se defiende el capitán español y seriamente herido recorre la ensangrentada cubierta de su nave y anima a los que todavía resisten. Lo hacen con bravura, y rechazan, al mediodía, la terrible acometida que manda Pata de Palo. Una tercera acometida pirata tiene lugar al atardecer cuando el habanero y el holandés se concentran sobre el mismo objetivo. Logra Diego acoderar su urca sobre el costado del galeón y en el abordaje hace prisionero al capitán Monasterios sin que los cinco guiñapos humanos que le daban escolta pudieran impedirlo. El capitán habanero Diego Grillo dispuso que se respetara la vida de su valiente adversario y ordenaba poco después que se le dejara en libertad.
Apenas existen elementos escritos sobre la vida de este pirata cubano. Parece ocultarse por períodos más o menos largos de su existencia. Se conoce que Juan de Maldonado, capitán general de la Isla, organizó un plan para detenerlo definitivamente. Pero ni una sola vez logró evitar que Grillo y su tropa de forajidos cesaran en sus actividades en las aguas cubanas.
Se desconoce asimismo su final. Después de casi cinco décadas de peripecias y una hoja que lo coloca entre los piratas importantes de su tiempo, desapareció sin que volviera a saberse de él. Se dice que los españoles lo apresaron al fin y lo ahorcaron. Pero historiadores y cronistas descartan esa posibilidad y aseguran que se avecindó en Inglaterra o en algunas de las Antillas británicas a disfrutar de una fortuna, que debió ser cuantiosa. No faltan los que dicen que se estableció en el territorio de Las Villas y allí murió, rodeado de una larga descendencia.