Lecturas
Hubo en La Habana colonial un espacio donde, desde 1740, la guarnición de la ciudad llevaba a cabo, con gran aparato y esparcimiento de la vecinería, sus ejercicios militares. En tiempos del Marqués de la Torre, que asumió el mando de la Isla en 1771 y fue nuestro primer urbanista, ese campo de entrenamiento era un cuadrilongo que corría de norte a sur desde el castillo de La Punta hasta el Arsenal —actual Estación Central de Ferrocarriles— y limitaba por el este con la estacada de los fosos municipales, mientras que por el oeste hacía frontera con los barrios de Jesús María, Guadalupe y La Salud. Se le llamó el Campo de Marte. Con el tiempo esos terrenos, ya muy mermados, fueron total y atinadamente convertidos en una gran plaza moderna a la que se dio el nombre de Plaza de la Fraternidad Americana, llamada asimismo Parque de la Fraternidad, sitio de confluencia ciudadana, importante nudo del transporte urbano y punto de referencia en La Habana de hoy.
Se trataba de un terreno cenagoso, anegado y cubierto de manglares y por tanto apenas transitable donde abundaban cocales y otros árboles frondosos que se talaron con el tiempo. Allí funcionó un molino de viento y se erigió la ermita de Guadalupe. Existieron además en el lugar dos plazas de toros; una entre 1791 y 1794, y otra en 1835, justo en el mismo lugar del campo donde estuvo la primera.
En 1801 actúa en un destartalado teatrucho del Campo de Marte la primera compañía de cómicos del país; intenta hacer teatro de costumbres, aunque con poca fortuna. Apenas goza de la aceptación del público y se disuelve. La mayor parte de sus componentes se traslada a otros países. Uno de ellos se queda en Cuba. Es el habanero Francisco Covarrubias (1775-1850). Tendrá una vida artística muy dilatada. Como escritor y actor llena la escena cubana durante más de 50 años. Su afición al teatro lo hace desistir del ejercicio de la Medicina, con gran disgusto de su familia, una familia acomodada, que decidió vestir de luto riguroso por la pena que le causó la determinación de Francisco.
Ninguna de las obras que escribió Covarrubias llegó completa a nosotros. Por los fragmentos que se conocen, no parece haber sido un escritor importante. Sí lo fue como actor y su popularidad fue enorme, al extremo de que se decía que el espectáculo no era bueno si Covarrubias no estaba en la escena.
Con Covarrubias el teatro comienza a ser cubano. En sus obras se habla en cubano y aparecen en ellas tipos populares cubanos. El guajiro que viene a La Habana por primera vez; el jugador empedernido, la chismosa, el negrito… Fue el primero que en forma continuada llevó a nuestros escenarios las costumbres y los tipos del país. De ahí que bien merece que le califique como El Precursor.
Acogió el terreno a una suerte de mentidero, donde viejos, funcionarios cesanteados, petimetres y gente sin oficio ni beneficio acudían a matar el tiempo y a chismorrear entre tragos de sambumbia, bebida fermentada que allí se expendía y que se elaboraba con melado de caña y agua a la que se le añadía ají o un pedazo de mazorca de maíz quemada. Curiosamente, frente al viejo Campo de Marte, en la esquina de Monte y Cienfuegos, existe un antiguo café, ya muy venido a menos, en cuyo piso de granito, resistiendo al tiempo, la desidia y la suciedad, el nombre del establecimiento resalta como el primer día: La sambumbia.
El crecimiento de la ciudad iba marcando la reducción del tamaño del Campo de Marte. Se demolió la ermita, pero a medida que perdía espacio, más lucimiento cobraban los ejercicios militares.
El Obispo Espada propició su embellecimiento cuando residió en una de las esquinas del Campo. Su mayor esplendor lo alcanza en verdad durante el Gobierno de Miguel Tacón. El despótico gobernador, que tanto hizo por La Habana sin embargo, se valió en parte de los terrenos cedidos por algunos vecinos, desplazó la estatua de Carlos III y cercó el espacio con lo que el Campo quedó convertido en un trapecio de 250 varas por su parte mayor y 150 por la menor, según apunta el historiador Pezuela.
La cerca de mampostería no tenía más de un metro de alto. De ahí para arriba seguían lanzas de hierro, lo que hacía posible que los interesados siguieran desde fuera y sin obstáculo alguno el curso de los ejercicios militares; lanzas que, se sospecha, bordean la Quinta de los Molinos.
Dotó Tacón al Campo de cuatro puertas con inscripciones en honor a Cristóbal Colón, Francisco Pizarro, Hernán Cortés y Miguel Tacón, en la puerta principal porque, megalómano como era, quiso unir su nombre al del descubridor del Nuevo Mundo y al de los principales conquistadores.
No se pierda de vista que Tacón dio su nombre a todo lo que construyó bajo su mando, que corrió entre 1834 y 1838. Así, hubo un Teatro Tacón, un mercado de Tacón, la cárcel de Tacón, el Paseo de Tacón, que fue después de Carlos III porque allí hizo emplazar la estatua del monarca que se alzaba en el Campo de Marte, y que hoy, con el rostro carcomido por el tiempo, se halla en la Plaza de Armas.
El área fue conocida también como Campo Militar o Parque de Colón.
Quiso levantarse en el centro del Campo de Marte un monumento al Gran Almirante. No pudo hacerse porque el Obispo de La Habana se negó a que los restos supuestos o reales del Descubridor fueran sacados de la Catedral, donde reposaban desde 1795, y por la amenaza de los donantes de retirar los terrenos cedidos si el Campo perdía sus fines para entrenamiento militar. Aun sin estatua, el Campo empezó a ser conocido por el nombre de Colón.
Ya en la República hubo la intención de levantar en el Campo un monumento al generalísimo Máximo Gómez, propósito que no progresó y que quedó definitivamente desechado cuando el monumento del escultor italiano Aldo Gamba se emplazó en la Avenida del Puerto.
Forma parte del entorno del Campo la Fuente de la India o de la Noble Habana, ahora en proceso de restauración. Rodeada por cuatro delfines, aparece la Noble Habana sentada y adornada con plumas. Es de una belleza serena. Obra de los italianos Gaggini (escultor) y Tagliafichi (arquitecto), es el regalo que hizo a la ciudad Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva, intendente general de Hacienda en tiempos de Tacón, su enconado enemigo.
Está ubicada en Monte y Prado. Pocas estatuas en Cuba cambiaron tantas veces de posición como esta. Se erigió originalmente en un lugar muy próximo al que hoy ocupa. En 1841 fue trasladada a un sitio muy cercano, en el Paseo del Prado. En 1863, por acuerdo del Ayuntamiento habanero, pasó al Parque Central, donde hoy está la estatua de José Martí. En 1875 quedó emplazada en su lugar actual pero mirando hacia el antiguo Campo de Marte. En 1928, al transformarse el Campo en Plaza de la Fraternidad, se le dio la posición que tiene ahora. Es una estatua de carácter simbólico. Representa la capital cubana.
En mayo de 1887 afirmaba la revista Sport: «El Campo de Marte, ese pintoresco prado de flamboyanes, es el único lugar de La Habana donde la primavera luce sus galas. Cubiertos están los arbolitos de flores rojas, y tal parece que ha caído sobre sus ramas una lluvia de fuego. No faltará quien diga que nos quejamos de vicio y que pedimos gollerías. Y tiene razón el que así piense. ¿A quién se le ocurre pedir florecitas cuando no hay legumbres?».
En 1892 el alcalde habanero Segundo Álvarez dispuso la realización de trabajos que hermosearon el Campo, pero no tardó en verse convertido en un lodazal. Con la intervención norteamericana (1899-1902) hubo de nuevo allí ejercicios militares, y no faltaron tropas que acamparan en el lugar. En la República se construyeron jardines, fuentes y calles interiores y hasta hubo el intento de un jardín zoológico. Una instalación bien modesta que se limitó en sus comienzos a un estanque rectangular con una representación en miniatura de la Isla y donde se exhibían dos cocodrilos. Gustó tanto la muestra, sobre todo a los niños, que su creador decidió ampliarla con dos o tres flamencos, unas cuantas grullas, algunos patos, un venado y un mono
El autor de la obra fue José Díaz Vidal, un modesto empleado de la Secretaría (Ministerio) de Obras Públicas al que apodaban Cheo y se ocupaba de la jardinería del referido Campo. La construyó con su propio dinero y con la ayuda que le prestaron sus compañeros de trabajo. Poco se sabe acerca de aquel diminuto zoológico. Emilio Roig, en su libro La Habana: apuntes históricos, dice que comenzó sus exhibiciones en 1909 y que cuando desapareció contaba ya con unos 900 animales, pero para el profesor Abelardo Moreno Bonilla la muestra nunca fue más allá de aquel puñado de animales de que se habló antes.
El ciclón de octubre de 1926 afectó aquel incipiente jardín zoológico que desapareció cuando Carlos Miguel de Céspedes, ministro de Obras Públicas del dictador Machado decidió construir la Plaza de la Fraternidad Americana en saludo a la Conferencia Panamericana de 1928, que tuvo lugar en La Habana. La edificación del Capitolio daba realce especial a la zona.