Lecturas
El deporte de los puños o de las coliflores tuvo en Cuba un comienzo relativamente tardío. Su historia oficial se inicia a partir de 1921, cuando se crea la Comisión Nacional de Boxeo. Antes —y parecerá increíble— la práctica de dicho deporte se prohibió en la Isla. Así lo dispuso en 1912 la Secretaría de Gobernación del presidente José Miguel Gómez. Una prohibición aleatoria, como ocurre muchas veces con las proscripciones, pues aun así se celebraban peleas y sus resultados se publicaban incluso en los periódicos. Bastaba con pedir el permiso correspondiente o celebrarla de manera clandestina. No había, en realidad, argumentos sólidos contra ese deporte. Fue como cuando se dijo que los juegos de fútbol no debían permitirse porque los jugadores salían al terreno en calzoncillos.
No pocos combates tuvieron por escenario en la época, la azotea del American Club, en Prado esquina a Virtudes, donde radica en la actualidad la Federación de Sociedades Asturianas. Allí se celebró en 1915 el encuentro entre Léster Johnson y Anastasio Peñalver, primer campeón cubano de los pesos pesados, quien perdió, y por la vía rápida, en el primer asalto. Hubo además, peleas en la sede del Club Atlético de Cuba, también en Prado, pero de aquellos tiempos, que los cronistas insisten en calificar como románticos, las más recordadas fueron las del ring del periódico Cuba, el cotidiano de los hermanos José María y José Ramón Villaverde, en la calle Empedrado. Cualquier sitio parecía apropiado para un match de boxeo, y se habla de un campeonato que se dirimió en la sala de una casa con piso de cemento del callejón de Cañongo.
Con prohibición y todo, el 5 de abril de 1915, en el hipódromo Oriental Park, de Marianao, dos norteamericanos contendieron por la faja de oro de los pesos completos: el campeón Jack Johnson, negro, y el retador Jess Willard, considerado entonces la gran esperanza blanca del deporte de los puños. Era una pelea pactada a 45 asaltos y que fue presenciada por unos 20 000 espectadores, entre ellos el mismísimo presidente de la República, Mario García Menocal. A la altura del round 26 y ante la consternación general sucedía, sin embargo, lo inconcebible: Johnson caía a la lona sin posibilidades de reanudar el combate, y Willard se alzaba con el título de oro. No demoró aquella multitud en comprender lo que sucedió realmente.
De todas las peleas de boxeo celebradas en Cuba, es de esta de la que más se habla pese a los 99 años transcurridos desde entonces. La razón es simple: fue una pala. Johnson vendió su faja de campeón por 30 000 dólares. Pensó que le entregarían el dinero en el momento del pesaje, pero le dijeron que se lo darían a su esposa en el transcurso del combate. Cuando la señora, desde las gradas, con una señal convenida, le comunicó que tenía el dinero, Johnson, que había estado dándole largas a su rival, cayó sorpresivamente ante un derechazo ineficaz. El sol le molestaba —la pelea se celebró de día— y Johnson se cubrió el rostro con los brazos hasta que tranquilamente se puso bocabajo. El combate había durado una hora con 44 minutos.
Ya en 1907 se conocía el balompié en Cuba. Y tomen nota de lo que el escribidor dirá enseguida: uno de los primeros encuentros serios de ese deporte tuvo carácter internacional y terminó con victoria para los cubanos. Un equipo conformado por los tripulantes del buque inglés Cidra se enfrentó, en Palatino, al equipo local que llevaba el nombre de Hatuey. El marcador de ocho goles por cero a favor de los del patio hizo que ingleses residentes y en tránsito por La Habana fueran por el desquite.
Surgió así el equipo Rovers, que no pocas veces se enfrentó al Hatuey. Había una especie de colaboración entre ambas agrupaciones: jugaban con los ingleses los hombres que sobraban en el banco de los criollos. No sería hasta 1908 en que el Rovers y el Hatuey se enfrentaron en el primer partido formal, en el polígono del campamento militar de Columbia. No obstante, el partido de balompié que, de manera oficial, se reconoce como el primero en la Isla se efectuó en Palatino, el 11 de diciembre de 1911.
Hay una crónica de Víctor Muñoz, de 7 de enero de 1912. En ella reseña un juego, en el Almendares Park, entre el Rovers y el Hatuey. Muñoz, que fue el introductor en Cuba del Día de las Madres, era un cronista proteico e incansable, dueño de una vena humorística extraordinaria. Fue, entre nosotros, el creador de la crónica deportiva, y reseñaba los juegos de fútbol y, sobre todo, de béisbol, en los que se enfrentaba un equipo cubano contra una agrupación foránea —norteamericana por lo general— como una competición en que la naciente República justificaba su derecho a la vida. Alentaba el triunfo cubano como una cuestión de soberanía nacional. Ya imaginará el lector el título de aquella crónica, publicada a plana completa: El Hatuey dejó en blanco a los ingleses.
Ya en 1925 un equipo cubano, Fortuna, salía al extranjero, y ganaba los cuatro partidos que celebró en Costa Rica. Sonaba ya el balompié local cuando, en 1926, llegó desde Nueva York un equipo conformado por españoles. El éxito de esa visita hizo que no demoraran en arribar otros de España y Chile. Llegó además el Nacional, de Uruguay, campeón mundial en aquel momento. Debutó en La Habana frente al Iberia y salió vencedor cuatro por uno. Cayó frente al equipo de la Juventud Asturiana, cuatro por dos, y humilló al Hispano con una despedida de ocho goles.
Varios hechos se inscriben con letras de oro en los anales balompédicos criollos. El triunfo frente al equipo campeón del Uruguay es uno de ellos. Otro, las victorias de Cuba frente a las selecciones de Jamaica, Honduras, El Salvador y Costa Rica durante los II Juegos Centroamericanos y del Caribe de La Habana, en 1930. Y por último, la presencia cubana en la Copa del Mundo, en 1938. En la ciudad francesa de Toulouse, Cuba logró empate a tres goles con Rumania y la derrotó luego dos por uno, para caer ante Suecia ocho por cero.
Si ingleses y cubanos colaboraron en la arrancada del balompié en la Isla, no parece que sucediera lo mismo con el tenis. Aunque no hay fecha disponible en cuanto a los inicios de la práctica del deporte de la red y las raquetas entre nosotros, especialistas aseguran que se conoce en Cuba desde antes de que comenzara el siglo XX. Se dice que ya en 1886 ingleses avecindados en La Habana lo practicaban a escondidas, temerosos de que los cubanos aprendieran a jugarlo. Otros, en cambio, aseveran que fueron cubanos sus iniciadores. Los llamados vedadistas, en el pequeño court que ellos mismos construyeron y que sería el del Vedado Tennis Club. Al llamado «club azul» pertenecieron los primeros campeones nacionales. Las competencias oficiales de este deporte se registraron a partir de 1903, y se abrieron para las féminas desde el año siguiente.
Con anterioridad a 1959, el tenis cubano participó en numerosas series internacionales, entre ellas la famosísima Copa Davis y en olimpiadas centroamericanas y caribes, donde los del patio jamás ofrecieron exhibiciones pálidas. La Habana fue asimismo sede de lides de carácter internacional y muchos ases mundiales cruzaron sus raquetas con los del patio.
El basket ball llegó a Cuba en 1905. Lo trajeron, entre otros miembros de la Juventud Cristiana (Y.M.C.A.), los hermanos Leopoldo y José Sixto de Sola, fundadores de la importante revista Cuba Contemporánea. José Sixto, que falleció prematuramente —su único libro, Pensando en Cuba, una compilación de sus escritos, apareció, ya muerto el autor, en 1917— no solo formó el equipo de su agrupación, sino que instó a estudiantes de la Universidad habanera, la única que había entonces en Cuba, a que lo imitaran. Surgió así el equipo Caribe, que se enfrentó al de la Y.M.C.A., el 13 de octubre de 1906, en lo que se considera el primer partido serio de basket ball que se efectuó en Cuba y que ganaron los universitarios que no pudieron, sin embargo, repetir la victoria en encuentros sucesivos, quedando el trofeo en manos de la Y.M.C.A. Volvieron las competencias en 1907, esa vez con un equipo más, en representación de las tropas norteamericanas acantonadas en el campamento de Columbia. No sería hasta 1915 cuando José Sixto fundó la Liga Nacional de Basket Ball.
Llegó a practicarse mucho, y con amplia cobertura de prensa, el tiro al platillo en el Club de Cazadores de Buena Vista. Por esa misma época, en el Parque de Diversiones de Palatino tenían lugar certámenes para proclamar al hombre más fuerte de La Habana, eventos que solían acompañarse de retretas y fuegos artificiales. Se patinaba en el Skating Park del Vedado y las galas del sábado por la noche en esa instalación recreativa merecían reseñas en todos los periódicos.
Se dice, aunque no se ha probado, que el deporte hípico, en Cuba, se inició en la ciudad matancera de Colón. Corrían los tiempos de la colonia y el ejército español mantenía una escuela de aplicación en dicha localidad. Los oficiales allí destacados, quizá para matar el aburrimiento, trazaron una pista y empezaron las competencias. Poco después se despertaba en Camagüey extraordinario interés por las carreras de caballos. Un camino recto sirvió de pista y se construyeron unos cuantos palcos que eran ocupados por militares españoles, sus familiares y algunos cubanos invitados. Fue entonces que, por primera vez, se efectuaron apuestas entre los espectadores. Apostadores como tales, en realidad, no había, pero la gente se lanzaba de un palco a otro bolsitas que contenían, en onzas de oro, la cantidad estipulada en cada postura.
El hipódromo Oriental Park, inaugurado el 14 de enero de 1915, fue, en su momento, orgullo de Cuba y de América. En 1927 tuvieron lugar allí competencias memorables. Los premios instituidos para las carreras ordinarias no eran apetitosos. Pero los directivos de la empresa convocaron a una serie de eventos extraordinarios con recompensas altísimas. Eso hizo que muchos propietarios de las cuadras de Hialeah Park y Tropical Park trajeran sus caballos y el hipódromo habanero alojara a un nutrido grupo de ejemplares de alta clase, incluyendo a Extreme, ya muy famoso entre la afición cubana.
Entre esos caballos había uno, cubano, propiedad del periodista Manuel Braña. Se llamaba Malolo. No tenía condiciones para medirse con aquel grupo de pura sangre. Sin embargo, los derrotó a todos en los eventos extraordinarios gracias a la forma en que se mantuvo durante todas las competencias, lo que reportó a su propietario una bonita suma de dinero.
Ya en los años 40 el Oriental Park entra en crisis. La falta de estabilidad en su programación, el inflado presupuesto y la magnitud de los llamados gastos secretos empiezan a corroer la práctica del hipismo. Faltaban caballos cubanos pura sangre. Eran pocos los criadores del patio que se aventuraban con un caballo por el que, como mínimo, tendrían que esperar tres años para que empezara a dar sus frutos. En 1957 los propietarios del hipódromo querían vender sus terrenos a fin de que se urbanizaran. El negocio no llegó a concretarse porque pedían dos millones y medio de pesos por la propiedad. Eso hubiera dado lugar a la construcción de un nuevo hipódromo.