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El asunto no es nuevo, pero adquiere ahora un cariz diferente si nos atenemos a las circunstancias de que Estados Unidos atraviesa por una crisis económica que está acompañada de un movimiento de protesta de resultados todavía impredecibles, pero propiciador de preocupaciones para los poderosos.
Cuando el maridaje artificial de las clases se está desvaneciendo en ese país y tocan a rebato las contradicciones, resulta especial una decisión de 1997, que se justificó entonces con la «lucha contra las drogas y el terrorismo», y ahora llega a números multimillonarios y advierte como potenciales blancos al movimiento de los indignados que en el territorio imperial se nombra Occupy Wall Street.
El caso es que bajo el llamado 1033 Program el Pentágono ha facilitado en este 2011 armamento militar por más de 500 millones de dólares a las fuerzas policiacas estadounidenses, lo que convierte a los agentes locales en cuerpos militarizados para una represión masiva, y no precisamente necesaria para el combate a la delincuencia.
Mediante el Programa 1033, el Secretario de Defensa puede dar propiedades de su departamento a fuerzas estadales y locales y otras agencias destinadas a controlar el orden, las que adquieren así vehículos militares y armamentos de tierra, aire y mar, equipos de computación, de protección personal blindada, de visión nocturna, captadores de huellas, fotográficos, de radio y televisión, entre otros.
Ya es habitual en las calles de EE.UU. la utilización de vehículos blindados para personal policiaco equipados con ametralladoras pesadas, tanques anfibios; camiones a pruebas de bala, de ocho toneladas de peso, equipados con cañones, lanzadores de gas lacrimógeno y detectores de radiación, junto con robots de inspección manejados por control remoto, policías armados con el fusil de combate M-16 y con cascos de visor infrarrojo, entre otras novedades.
Como bien se comenta y preocupa, los genízaros tienen la posibilidad y la capacidad de participar en una guerra de propósitos domésticos, así que el pueblo norteamericano es también visto por sus autoridades como «el enemigo».
Los métodos empleados contra «los ocupas» demuestran que no se trata de ciencia ficción o estrategia futura, sino un presente altamente peligroso, que se aviene en lo interno con la política exterior de intervención constante en otros países, una táctica reiterada en el proceder de la Casa Blanca, igual si su inquilino principal es demócrata o republicano y sea cualquiera el color de su piel. Simplemente están dispuestos a defender la clase que representan en una guerra donde los proyectiles son disparados por el brazo armado de los poderosos.
En verdad, en las santabárbaras del Departamento de Defensa sobran las armas y no echan de menos donárselas a sus congéneres locales en esa paramilitarización de la policía de Estados Unidos, un paso más dado durante la administración Obama que refuerza las leyes fascistoides instauradas por George W. Bush, el hijo, tras el terrífico y oportuno derribo de las Torres Gemelas el 11 de septiembre del año 2001.
Todo está claro, el uno por ciento que acumula las riquezas se «protege» contra el 99 por ciento que las produce… pero no las disfruta, aunque estos ocupantes de parques y calles hayan decidido utilizar la efectiva desobediencia civil de Mahatma Gandhi, o quizá por ello Estados Unidos pudiera verse —fuera de toda lógica humana— como Iraq o Afganistán, cuando el nuevo fascismo avance por ese campo de batalla en el patio de la casa para mantener «la paz».