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Platón, el filósofo griego que vivió en el siglo IV antes de Cristo, definió muy bien la situación en su época y también para la actual: «Cualquier ciudad, incluso las pequeñas, está de hecho dividida en dos, una la ciudad de los pobres, otra la de los ricos; están en guerra una con la otra».
Las noticias de este mayo que acaba de concluir nos recuerdan al de las rebeliones de 1968, y confirman al sabio pensador.
Los británicos son más pobres como consecuencia de la crisis financiera y deberían esperar un periodo de lento crecimiento, advirtió el ministro de Economía de ese país, Vince Cable, mientras le pedía a la opinión pública comprensión para «lo doloroso» que va a ser el futuro próximo, porque el Reino Unido tiene un gran déficit fiscal y una deuda de más de un billón de libras esterlinas. Creo que no mencionó que su involucramiento en la guerra contra Libia podrá costarle a los contribuyentes tanto como un billón de libras si el conflicto continúa hasta septiembre, según publicó The Guardian.
En España, los ciudadanos «indignados» que se concentraron en la Puerta del Sol de Madrid articulan el movimiento y hablan de poder conseguir un cambio social. Allí son los jóvenes principalmente los ciudadanos de la ciudad de los pobres.
En Estados Unidos, mientras tanto, un grupo consultor de las financias globales, Deloitte, de conjunto con Oxford Economics, habla de cómo se concentran las riquezas y cómo se proyectan al futuro, y los cálculos son estos: en los 25 países más ricos, los poderosos van a doblar su riqueza, de 92 millones de millones en 2011 llegarán a 202 millones de millones en 2020. Y no es sorpresa que los multimillonarios de ese país tendrán el 43 por ciento de todo el capital de los más opulentos. Ahora tienen el 42 por ciento.
En el recuento de los caudales, afirma Deloitte que de los 65 millones de individuos con al menos un millón de dólares en bonos, acciones, inversiones, propiedades y bienes durables, 20 millones vivirán en EE.UU. Toda una década de bonanza para estos parásitos, dos lustros de oro, «no importa cuán duro será el camino para el resto», decía un comentarista.
Porque en medio de esa opulencia que tienen e incrementarán más aún los magnates, hay una verdad sobre la economía estadounidense: está en un proceso de estancamiento, apenas crecerá este año 1,8 por ciento, dice el académico Robert Reich; los consumidores gastan menos —claro, si son menos sus ingresos—, los precios de las casas bajan —por supuesto, si son cientos de miles los que las perdieron en la burbuja de las hipotecas—, y los trabajos y los salarios nadie sabe por dónde andan. Y apela y clama por una restauración de los Estados Unidos de la clase media, esa misma que ha ido desapareciendo…
En medio de esta situación, gobernantes y gobernadores lamentan que la nación está en bancarrota para justificar que deben cortarle el salario a los maestros, reducir los cuerpos policiacos, disminuir los servicios médicos para los hijos de la clase trabajadora, y arremeten contra otros servicios públicos esenciales, así será menor el déficit de los estados y el presupuesto federal. Sin embargo, ese es un país donde desde hace más de medio siglo, y muy especialmente desde los años de Bush, a los super-ricos y a las grandes corporaciones se les disminuyen… los impuestos. Todo para que ganen más y aporten menos.
El Instituto de Estudios Políticos ha hecho un análisis de esa situación donde advierte: «No estamos en bancarrota, solo estamos pervertidos». Y daba ejemplos de la situación: la General Electric —que por cierto es mucho más que efectos electrodomésticos, pues constituye uno de los consorcios que viven y lucran de las guerras—, desde el año 2006 ha reportado ganancias netas por 26 000 millones de dólares, y no ha pagado ni un solo centavo de impuestos, y aún más, porque recibió más de 4 000 millones de dólares en subsidios del estado… Tampoco han pagado gravámenes compañías como Verizon, Boeing y el Bank of America porque lloran las supuestas pérdidas de capital en EE.UU. en tiempos de crisis, pero como se sabe ponen sus inversiones financieras en los bancos de Islas Caimán.
Es la inequidad, la desigualdad, apenas una visión al vuelo de la ciudad dicotómica que describió Platón.