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LA cocina de la foto que publicó el diario, es de película: amplia, confortable, limpia, equipada con todos los electrodomésticos que han salido al mercado, como corresponde a una casa de clase media alta, a la residencia de un ingeniero en el elegante condado El Dorado, en California. Hasta ahora ha sido el hogar de Brian, April Garr y sus tres hijos, y es el retrato aparente de un tranquilo bienestar. Pero esa imagen idílica está en pleno proceso de desmoronamiento; no porque vayan mal las relaciones sentimentales de la pareja o entre padres e hijos. El problema es otro, y tiene que ver con la recesión que la Administración de Barack Obama y sus autoridades económicas insisten en que ya ha quedado atrás porque «avanzan» hacia una recuperación activa.
Esta predicción halagüeña de los expertos, al igual que la imagen de prosperidad de los Garr, es pura apariencia. La realidad es otra. El ingeniero mecánico de 45 años de edad, que acostumbraba a ser caritativo con los necesitados, comprende que «ahora el zapato está en el otro pie, y estamos viendo las cosas desde una perspectiva diferente»: perdió su trabajo el pasado año, ahora es el ex director de un proyecto exitoso en el que por 16 años ganaba anualmente una cifra cercana a los seis dígitos y —dice el periódico Sacramento Bee— «nunca soñó con que podría ser una víctima de la economía».
Ya están empaquetando para dejar la casa, cuyas cuentas de hipoteca no pudieron pagar. Están viviendo del seguro de desempleo y de las estampillas de alimentos que de forma oficial se conocen bajo el nombre de Programa de Asistencia de Nutrición Suplementaria.
Prácticamente casi nadie en El Dorado tenía necesidad de tocar en esa puerta, y ahora —entre septiembre de 2008 e igual mes de 2009— hubo un salto del 31 por ciento entre las personas que acudieron a los bonos de caridad. Gente que acostumbraba a gastarse 100 dólares con la pedicura, afirma el diario, forma parte ahora del 12,6 por ciento de personas desempleadas.
La crisis tampoco ha sido magnánima con este vecindario que apenas era rozado por los altibajos de la economía y constituía un bolsón de la bonanza y no de la penuria. Ahora son los nuevos pobres.
En California, decenas de miles pierden su trabajo cada mes porque negocios e industrias se mudan del estado, cerrando la esperanza en el futuro mediato. Por crisis en la construcción, la manufactura y la alta tecnología, hay 2.5 millones de desempleados. De igual colapso no logra reponerse Estados Unidos.
El Centro, también en California, registra el más alto porcentaje: 19,8 por ciento, y de las 19 áreas en todo el país cuyo desempleo supera al 15 por ciento, 12 están localizadas en ese estado del oeste.
El Buró de Estadísticas Laborales informó oficialmente que las tasas de paro en EE.UU. fueron más altas en diciembre último en 371 de las 372 áreas metropolitanas, que en el mismo mes de 2008. Dan el 10 por ciento como índice general, y en enero del nuevo año, según el Financial Forecast Center, ya anda por el 10,1 por ciento.
Sin embargo, no cuentan a los millones que han dejado de buscar trabajo, las amas de casa y madres que navegan en el barco de la frustración y tampoco averiguan si pueden laborar, y ni siquiera ponen en la lista a los millones que tienen trabajos a tiempo parcial, lo que algunos estudiosos consideran que haría subir el índice de los parados al 21.4 por ciento.
La historia de los Garr es apenas un capítulo, diferente a otros, por el estatus que tenían los protagonistas. Si no es muestra de declive nacional, al menos saca a la luz su crisis permanente.