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Ha sido un año de estafas y fraudes financieros cuadruplicados en EE.UU. El «ponzi», como se denomina allá a un sistema de inversión en pirámide que hace promesas falsas de alta rentabilidad —falsas porque no hay un negocio verdadero que les sirva de respaldo— alcanzó niveles sin precedentes, y así lo reconocen el Departamento de Justicia (DJ) y su brazo policiaco, el FBI.
La magnitud del fenómeno, nada nuevo por cierto, pero sí con crecimiento exuberante en la última década, hizo que el pasado 17 de noviembre el presidente Barack Obama estableciera una Fuerza de Tarea Interagencial para perseguir el fraude financiero. Nada menos que 22 organismos, desde el DJ hasta el Servicio Secreto, pasando por el Sistema de Reserva Federal, el Departamento del Tesoro y hasta el Servicio Postal, entraron en el dispositivo para combatir el crimen practicado por consorcios multimillonarios o por compañías de pillos de menor estofa que en un abrir y cerrar de ojos suben a la cúpula de las finanzas a costa de millones de incautos que les dan millones.
Nada nuevo, en fin, porque esa fuerza de tarea ha reemplazado a la del Fraude Corporativo, establecida en 2002, un escalón en el enfrentamiento a una práctica extendida y habitual en los modos de hacer del capitalismo. «Casi desde que el mundo es mundo», diría mi abuela.
En Washington aducen que no se trata de revisar la contabilidad de los que promovieron el último escándalo financiero: Quieren prevenir otro que pueda estar a las puertas de los negocios, allí donde el lema es business are business, y no gustan mucho de las regulaciones que obstaculizan la libre empresa de la propiedad privada.
Pero lo cierto es que necesitan un sistema financiero más seguro porque, a no dudarlo, son alérgicos a tales sustos por la posibilidad de terremotos bancarios, monetarios, mercantiles o abarcadores de la economía toda.
Sin embargo, el secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano, Shaun Donovan, reconoció una verdad como templo: «Ni una sola agencia será capaz de parar el fraude financiero». De ahí esta amalgama de ministerios y dependencias destinada a «restaurar la confianza» en ese rompecabezas laberíntico en que se diluye el dinero y crece la corrupción.
La agencia AP asegura que la recesión en que cayó EE.UU. —crisis que globalizó de inmediato— «desentrañó casi cuatro veces más estafas millonarias que en 2008». Y eso que al año precedente corresponde el patatús provocado por la telaraña de 50 000 millones de dólares de Bernard Madoff, en la que decenas de miles de inversionistas perdieron los ahorros de toda una vida.
Según un estudio, en 2008 el 7.5 por ciento de los adultos estadounidenses había perdido su dinero en los dolos financieros. Todavía no están las cifras actuales, pero en 2009 le salieron buenos émulos a Madoff entre la crápula de Wall Street: por ejemplo, Allen Stanford hizo un timo bancario internacional de 7 000 millones de dólares, y desde la Florida, Scott Rothstein estafó 1 200 millones.
El Buró Federal de Investigaciones abrió expedientes nada menos que a 2 100 estafas financieras en este año. Hay quien sin hacer mucha encuesta ni indagación asegura que el ciento por ciento de los estadounidenses fueron embaucados, y no está lejos de la realidad.
La «payola», otro nombrecito hecho famoso junto al «ponzi» en estas truhanerías a gran escala, está presente por igual en la «modesta» jugarreta de una sargento emplazada en el aeropuerto de Bagram, Afganistán, que recibió casi 100 000 dólares en dádivas de un contratista del Pentágono, hasta los negocios turbios todavía impunes de famosas multinacionales como ITT, KBR y Halliburton Co.
La corrupción les es intrínseca. Se ve.