Inter-nos
Prácticamente, no pasa un solo día en que el nuevo presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dedique buena parte de su tiempo, esfuerzo y facilidad de palabra para hablar de los múltiples problemas de la economía de su país. Las cosas van de mal en peor y hay que levantar el ánimo, cuando el norteamericano común contempla que se le va el empleo de las manos o la cesantía toca a la puerta de un vecino, un amigo o un familiar.
Este martes, fue especialmente prolijo en sembrar optimismo y, al mismo tiempo, exhortar a la calma. «Nos vamos a recuperar de esta recesión, pero tomará tiempo, necesitará de paciencia», dijo en el mensaje que pronunciara en rueda de prensa.
A toque de marcha salió la declaración: «Hemos puesto en marcha una estrategia integral para atacar la crisis en todos los frentes», y mencionó el meollo de lo que más preocupa a la gran mayoría de los residentes en el país más rico del planeta: «Es una estrategia para crear puestos de trabajo, para ayudar a dueños de viviendas responsables, para reanudar los préstamos y para hacer crecer nuestra economía en el largo plazo».
Y aunque le aseguró a los norteamericanos: «Estamos empezando a ver signos de progreso», el final anterior, lo del «largo plazo», debe haber sido acíbar para los más de 12 millones que ya están en el ejército de los sin trabajo, donde el índice llega al 8,1 por ciento de la población laboral, y sigue en ascenso.
Y muy poco entendible lo de «paciencia» cuando les afirmó que «cuando todos trabajamos juntos, cuando cada uno de nosotros mira más allá de sus intereses a corto plazo hacia la más amplia gama de obligaciones que tenemos hacia los demás, es entonces cuando tenemos éxito».
El problema se embrolla cuando se delimitan los «intereses» de cada cual. ¿Es usted un simple trabajador, obrero en una fábrica de automóviles de Detroit, o en la industria de la construcción? Entonces su interés a corto plazo es tener trabajo y salario. ¿Es usted el director ejecutivo de un gran consorcio del mundo de la banca y las finanzas o de un gigante industrial? Entonces son otras las utilidades, provechos y ganancias que se quieren, y por supuesto caen en las cifras multimillonarias.
Como decía en una de sus columnas recientes la periodista Amy Goodman, «no hay rescate para los más golpeados», y la referencia es a la comidilla diaria y foco de atención de las preocupaciones de quienes se sienten engañados: los estímulos y rescates financieros para las grandes empresas que lloran «miseria» —iniciados en los días finales de la era bushiana—, se prolongan en esta etapa del demócrata y también son malgastados en darle a los ejecutivos primas millonarias, bonos y prebendas. Una bofetada al rostro de los contribuyentes desprotegidos, que parecen sentirse como el protagonista de la tragicomedia de Moliere, «cornudo y apaleado».
Pero este tema de los fraudes, los abusos y la corrupción bien merece comentario aparte. Concentrémonos por ahora en los discursos presidenciales que se dan en medio de tanto escándalo económico.
Hay que zafarle el cuerpo a la responsabilidad, y un predecesor tan vapuleado por las muchas barbaridades que cometió —aunque hasta el momento todas quedan impunes— sirve en estos instantes como buen chivo expiatorio.
El sábado, en su habitual programa de radio para informar a la nación, Obama dijo: «Con el caos fiscal que heredamos y el costo de esta crisis financiera, he propuesto un presupuesto que reduce el déficit a la mitad para fines de mi primer mandato presidencial». Fue discreto y «ético», no mencionó a George W. Bush por su nombre.
Lo del «caos fiscal» dejado por los bushistas es tan cierto como que el béisbol es el deporte nacional estadounidense, pero también en este pierden terreno.
¿Cómo recomponer el embrollo? ¿Dónde recuperar las pérdidas? ¿Qué gastos reducir?
El presupuesto presentado por Obama, de 3,6 billones de dólares —que defendería en la televisión anoche— promete dirigirse a «inversiones en energía, educación y cuidado de salud, que nos llevarán a una prosperidad real», pero se mantiene el financiamiento militar y las guerras prosiguen.
¿Serán estos últimos gastos las armas a utilizar en la guerra a la crisis «en todos los frentes» para salvar a la acosada economía de EE.UU.? Las dudas y el escepticismo toman cuerpo. Por ahora, el mensaje más definitorio es «la paciencia» para el «largo plazo», en la que los estadounidenses estarán —lamentablemente— acompañados del resto del mundo en el entuerto provocado no por el caos fiscal de Bush, sino por los mezquinos intereses del capital.