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NGI, estas son las siglas de Next Generation Identification, el programa de tecnología avanzada que el Buró Federal de Investigaciones (FBI) de Estados Unidos tiene proyectado para desarrollar una base de datos electrónica, que compile información biométrica de 55 millones de personas, incluidas sus huellas dactilares, impresiones de las palmas de la mano, diseño del iris de los ojos, imágenes faciales, tatuajes, marcas en la piel, cicatrices, lóbulos de las orejas, formas de caminar, modulaciones al hablar o cualquier otra característica que sirva de identificación.
Hace pocos días, informábamos que la poderosa fuerza policíaca de espionaje interno de los estadounidenses andaba en busca de una empresa que les garantizara ese sueño de control total de su población: comprobar a los individuos, sospechosos de cualquier cosa, en un proceso más rápido, flexible y preciso.
Curiosamente, otro Bush —pues el director asistente de la División de Servicios de Información de la Justicia Criminal del FBI se llama Thomas E. Bush III—, está detrás del proyecto «que nos conduce dentro del futuro», según dijo acerca del NGI cuando anunciaron el nombre de la empresa escogida para ejecutar ese programa.
Uno de los grandes consorcios del complejo militar industrial estadounidense, Lockheed Martin, se alzó con el contrato de mil millones de dólares por diez años para construir los estándares técnicos, que interesan también a los departamentos de Estado, Seguridad de la Patria y Defensa, y al menos a dos socios fuertes de EE.UU.: Gran Bretaña y Canadá.
Como aditamento, y consecuente con los fuertes vínculos del FBI con el sector privado, el programa ofrecerá a esas empresas el servicio de almacenar los rasgos de sus empleados, de forma que si alguno es arrestado en cualquier ocasión, los patrones serán notificados de inmediato, para que resguarden su propia «seguridad».
La unidad de negocios del consorcio que pondrá en acción la herramienta de espionaje y control biométrico es la Lockheed Martin Transportation and Security Solutions, y todo indica que está lista y ansiosa por probar la tecnología que, se dice, debe eliminar cualquier «error de identidad». En la actualidad, no son pocos los inconvenientes que ocurren en los aeropuertos estadounidenses para un número de viajeros cuyos nombres coinciden con otros ubicados en las interminables listas de sospechosos de terrorismo, los apuntados como «enemigos», indeseables o delincuentes.
Por supuesto, tanto esas listas como la tecnología a punto de instalarse afectan especialmente los derechos de privacidad de los estadounidenses y preocupan a organizaciones de defensa de los derechos civiles, temerosos con toda razón del acelerado paso de Estados Unidos hacia su consolidación como un estado policíaco, al estilo del descrito por Orwell en su novela 1984.
La decisión del FBI de hacer entrar en vigor el NGI pone sobre el tapete su larga historia represiva y persecutoria contra miles y miles de ciudadanos estadounidenses, cuyos expedientes fueron a parar a sus archivos, incluidas prominentes personalidades con posiciones que nada convenían a las políticas de la Casa Blanca. Recordemos solo dos: Martin Luther King y John Lennon.
El nuevo proyecto, que contraviene los requerimientos de la Ley de Privacidad de 1974, pero se aviene a la llamada Ley Patriótica que puso en vigor George W. Bush, el hijo, trae al escenario la posibilidad de nuevos abusos de poder y, por supuesto, una buena tajada de millones a la industria preferida de esta Casa Blanca republicana y neoconservadora que consolida el imperio de la guerra.