Inter-nos
Los guerreros del dios Marte hacen de las suyas en la administración Bush, que no para mientes en abrirle los caminos, toda vez que les tiene encomendados ampliar los límites del imperio a punta de cañón. Pero también les permite la expansión dentro de su propio territorio: el ejército de Estados Unidos necesita entrenarse y para ello busca más tierras.
Según esos planes a distancia, algunos de los programadores bélicos consideran que necesitan cinco millones de acres más para instalaciones donde puedan maniobrar sus tropas por allá por el año 2011. Quieren demostrar que nadie será capaz de decirles que se durmieron en los laureles y no fueron previsores. Y vaya que lo son, el área apetecida es igual al tamaño del estado de New Jersey. Por supuesto, no puede estar allí, pero sí en Colorado, con suelo suficiente y apartado de los ojos de la ciudadanía, como para hacer y deshacer quién sabe qué cosas y con cuáles armas...
Parte de la expansión militar planificada se hará a costa de terrenos que amplíen el Sitio de Maniobras del Cañón Piñón, una instalación de 418 000 acres, bien cerca de los límites con el estado de Nuevo México, que aumentaría tres veces su tamaño a costa de terrenos ahora propiedad de rancheros privados. Y ahí está el problema.
Por más que el requerimiento ha sido presentado como una necesidad de la «seguridad nacional», y apelan al patriotismo para recibir un sí, los dueños de las tierras no creen en esos argumentos y, como le decía al Washington Post el ranchero Stan White —quien perdería 6 000 acres en Walsenburg— aunque ellos toman muy en serio a sus fuerzas armadas y a su país, «esto es una desgracia nacional».
White está en un grupo de varias docenas de rancheros de 15 condados de Colorado, que se oponen al proyecto del Pentágono, aunque la institución aduzca que beneficiará los intereses de los hombres de negocio de ese estado y responderá a una prioridad de seguridad nacional. Los rancheros, sin embargo, creen que atenta contra sus derechos de propiedad y de herencia de unas tierras que llevan generaciones en posesión de sus familias y donde incluso sobrevive una sección del famoso Camino de Santa Fe de los años 1800, junto a huellas más añejadas, de prehistóricos dinosaurios.
Pero incluso, más allá de las consideraciones históricas y paleontológicas, ellos prefieren tener su ganado pastando en esas tierras y no que sean hoyadas por los vehículos blindados que luego combatirán en el Medio Oriente y Afganistán, como demandan las guerras de W. Bush.
Por supuesto, en Colorado también hay quienes prefieren a los militares. Esos llaman a un espíritu patriotero que fuerce a los rancheros a la venta de lo que ha sido siempre su medio y lugar de vida, y que ahora el ejército uniría a los 235 000 acres que adquirió a comienzos de los años 80 del pasado siglo, espacios abiertos en los que practican los tanques Bradley de 67 toneladas a pocas horas de Fort Carson, que es sede de una docena de unidades del Ejército estadounidense.
Con esta administración dedicada por entero a los menesteres guerreros, el ejército puede dar sus razones para la proyectada expropiación de facto: los centros de entrenamiento de Fort Irwin, en California, y Fort Polk, en Louisiana, están a plena capacidad, y Fort Carson ya está predestinado a recibir dos nuevas brigadas que totalizan 10 000 efectivos. La guerra de Iraq y otras por venir, urgen.
Lo peor es que Colorado no está sola en estas pretensiones; como ya dijimos, el Departamento de Guerra —que se hace llamar de Defensa— quiere cinco millones de acres para 2011. Los bushianos le preparan el camino al Imperio para nuevas posibilidades de la violencia y el terrorismo de Estado con guerras futuras.
Por eso, los rancheros organizados en la resistencia, tienen ya su lema de lucha: ¡Ni un acre más!