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Un soldado yanqui grita en el lugar del atentado intentando poner orden. Foto: AP Supongo que salió a la desbandada, porque el asunto no era apto para cardíacos. El vicepresidente Dick Cheney dejó atrás a Afganistán, tras reunirse con el presidente Hamid Karzai, en una estancia que ni siquiera duró 24 horas, y no era para menos. Mientras visitaba la principal base militar de Estados Unidos y de la OTAN, situada en Bagram, un atentado suicida de los talibanes, que le tenía como blanco, mató a 23 personas e hirió a unas 20. Dos horas después el hombre de Halliburton, por si las moscas, levantaba vuelo sano y salvo...
Por supuesto, al vice lo encerraron «por un corto periodo de tiempo» en los refugios de la base aérea, y cuando se alejaba de Kabul dejaba atrás la «alerta roja».
El sorpresivo golpe demuestra no solo la fortaleza y la determinación del Talibán, sino también que ha penetrado las agencias de inteligencia locales, porque sabían exactamente que Cheney estaría en el lugar, cuando se suponía que era una visita no anunciada y mantenida en el más absoluto secreto.
Cheney había llegado con no pocas bravuconadas, especialmente en advertencias públicas al vecino Paquistán, al que casi acusa de permitir, en las zonas fronterizas, el reagrupamiento de la organización islámica afgana.
Ahora, la efectiva acción militar de la resistencia constituye un aviso de cuán caliente va a ser la ofensiva de primavera, tan pronto el deshielo descongestione los pasos de montaña y caminos del país ocupado por Washington y sus coaligados.
Así, abruptamente, la guerra en Afganistán va tomando lugar en la atención mundial en momentos en que tanto la OTAN como EE.UU. dan pasos para reforzar su presencia y hacen lo indecible por lograr un ejército nacional casi imposible porque siguen imponiéndose los caudillos locales.
La revista The Economist, en un reciente reportaje de la situación, describía la capacidad militar de los ocupantes, pero traslucía también su grado de stress. Dice que un atardecer reciente una antiaérea de la era soviética disparó a unos seis kilómetros de donde se encontraban y provocó una respuesta pirotécnica completa: docenas de morterazos, las balas trazadoras de las ametralladoras calibre 50, señales lumínicas, la rápida flama de un misil Javelin y hasta la explosión de una bomba de mil kilogramos lanzada desde un caza Harrier, mientras estaba a mano un bombardero B-1B y un helicóptero Apache proveía la vigilancia de la zona.
No hay dudas de que eso suena a histeria, huele a miedos del invasor, muestra creciente preocupación sobre como están caminando las cosas en Afganistán.
Cuando George W. Bush preparaba aquella agresión no fueron pocas las advertencias de que ningún ejército invasor había logrado dominar a ese pueblo. A más de cinco años de la aventura, la prepotencia y la tecnología de avanzada para regar la muerte por doquier, redescubren un país que no se les ha sometido, y se están enredando en este otro laberinto...