Frente al espejo
«He leído su artículo sobre los niños y ancianos (Niños y ancianos se parecen, Luis Hernández Serrano, 28 de marzo) referido a la intervención del doctor Miguel Ángel Valdés en el Congreso (III Congreso Panamericano de Salud Mental Infanto Juvenil). Soy psicóloga social y he estudiado al adulto mayor; formo parte del equipo asesor para un estudio nacional de esta población. Me parece muy dañino y desafortunado para las representaciones sociales de los mayores no precisar que estas similitudes solo podrían establecerse (y con mucho cuidado) para casos de ancianos muy dependientes, sin validismo. No comparto estos criterios que igualan a la vejez y la niñez y podría argumentarlo, pero no es mi objetivo ahora. Solo quisiera transmitir que la mayoría de los ancianos son activos y se valen por sí mismos en las actividades cotidianas, no necesitan cuidadores, tienen control emocional y de los esfínteres, pensamiento reflexivo, etcétera. No se puede poner en un solo saco a “los viejos”.
«En Cuba se considera adultos mayores a los que tienen más de 60 años y el término “vejez” a veces se ha utilizado precisamente para igualarlo con la “depauperación”. Lo que necesitamos es que “vejez” sea un término afectivo, de “amor” a los mayores, y explicar que esas conductas regresivas se pueden dar en algunos casos específicos; ¡no generalizarlos! Si el 17 por ciento de nuestra población hoy ya es anciana, más de un millón y medio de cubanos agradecería no verse así disminuidos, y los más jóvenes podrían ir aprendiendo que la vejez también puede ser una edad de crecimiento». (Alberta Durán Gondar, Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas)
«Quiero hacer un comentario sobre el artículo referido a las “analogías” entre niños y ancianos, que de seguro tienen la benéfica intención de transmitir el interés de velar por la calidad de vida en estas edades. Pero realmente no creo que el doctor Valdés Mier haya tratado este tema tan a la ligera.
«Ambas son edades que por sus características —sin excluir aspectos socioculturales— convierten a estos sectores de la población en vulnerables. Pero se están refiriendo a dos momentos del ciclo vital diferentes. Habría que ver sobre la base de cuál definición de “anciano” o de “viejo” se está hablando.
«Llevo años trabajando en función de la aplicación del Programa Nacional de Atención al Adulto Mayor del MINSAP. La llamada a veces tercera edad, es un momento de la vida donde la diversidad humana se hace más evidente, lo que hace más delicado aún tratar el tema con comparaciones. La consecución del mayor grado de autonomía y validismo a esta edad es uno de los propósitos de este programa que está dando sus frutos en nuestras comunidades, en las que existe ya un fuerte movimiento que va destruyendo prejuicios y creencias erróneas condicionadas históricamente.
«Hay una diferencia entre el anciano sano y el enfermo. Los que aún siguen aportando a la sociedad en los centros laborales, o los que por iniciativa personal deciden emplear su tiempo libre de una manera saludable y útil deben sentirse algo contrariados. Creo que la principal analogía es que de ambas edades debemos conocer más y atender cada vez mejor sus necesidades. Eso sí». (Regla María)
«A propósito del artículo del 30 de marzo (Ángeles guardianes del socialismo, Enrique Ubieta), sentí una grata sensación al ver que todavía existen personas que valoran la solidaridad humana como algo más preciado que el dinero. A pesar “de los palos que me dio la vida” al decir de Fayad Jamis, sigo creyendo en los ángeles de la guarda como su misterioso hombre de Alamar». (Martha Oliva Robayna)
«Acabo de beberme tu artículo (Ángeles guardianes del socialismo) y me permito una digresión: las alas de los ángeles son como los dientes de los simples mortales: no siempre estuvieron ahí. Uno de los grandes aciertos de la Revolución —casi nunca mencionado— ha sido el sistemático intento de cambiar el yo por el nosotros. Pero los viejos puntistas de los centrales azucareros saben que la cristalización no es asunto de caprichos: lleva su tiempo. Y durante los abundosos años de la década del 80 nos crecieron alas de leche. Mas la solidaridad tiene su mortero cimentador en la carestía, que no en la abundancia. Tras disiparse la polvareda del Muro, se puso al descubierto el poco arraigo de muchas alas. Los que confiamos, vemos hoy cómo —tímidamente— nacen alas renovadas tras el vendaval. Son retoños, es cierto, pero esta vez llevan sus propias raíces». (Ariel Núñez Morera)