Desde la grada
Tengo una enfermedad contagiosa que va ahorita para un mes. No tiene cura. Hay patologías (pasiones) que solo los futboleros entendemos. Y yo sé, aunque deteste generalizar, que pocas cosas son tan seductoras en este mundo como pertenecer a maravillosas minorías. Somos únicos y nos levantamos a las cinco de la mañana para ver cómo Arabia Saudita le pasa por arriba a Argentina, por ejemplo. Vaya usted a saber qué otra cosa puede conseguir semejante logro.
El Mundial tiene poco de humilde en cuanto a repercusión, pero los que cuenten con el derecho de ufanarse de vivirlo de verdad, del minuto cero del primer partido al 90 del último, ya no son mayoría. La parafernalia sí alcanza a tantos, tantos, que asusta. Han llegado a decir, entre hipérboles y metáforas, que por casi 30 días el planeta es un balón de fútbol.
Me preguntan a veces, quienes no aman este deporte, qué le vemos a ese ir y venir de tozudos corredores capaces de romperse las piernas por pegarle a una pelota… y meterla entre los tres palos que llamamos porterías. Intento explicarles, mas a veces la ambigüedad del sentimiento me traiciona.
Vean el Mundial, queridos ateos de mi religión. En Catar descubriremos si Messi puede por fin besar la Copa o quedará un escalón por debajo de Maradona en el brillante camino a la gloria. Ya empezó mal, patinazo árabe por medio, pero démosle el beneficio de la duda. No se puede matar a un gigante antes de tiempo. Las fieras son más peligrosas cuando agonizan.
Tiene tanto de fascinante eso, el sencillo hecho de saber al fin lo que siempre hemos querido saber, que ya hace que valga la pena. Pero hay más. Más que fútbol, de hecho. Las venas salidas del cuello de los jugadores cuando cantan sus himnos, los futbolistas que cojean y cojean por la cancha y no quieren salir porque les da vergüenza dejar tirados a sus compañeros, aunque no tengan la culpa, los japoneses que recogen en las gradas su propia basura honradamente.
No, no es correr y meter la pelota entre tres palos. Esa es la piel que cubre los órganos. El disfraz. Catar tiene otras cosas. ¿Y Cristiano Ronaldo? ¿Y Mbappé? ¿Y Vinicius? ¿Quién logrará levantar el trofeo y engordar todavía más su currículo, qué estrella lucirá más su fulgor? ¿Cuántos mitos terminarán llorando por la impotencia?
El Mundial es un manojo de preguntas que caen sobre una cancha de fútbol y solo tendrán respuesta el día final, aunque en el camino dejen redenciones, revanchas, fiascos, sorpresas. Hay tantas emociones metidas en 28 días que no sé cómo vamos a terminar. Bien de los nervios, espero.