Acuse de recibo
Hay respuestas institucionales a quejas ciudadanas que, cuando uno las reseña, siente una especie de vergüenza ajena por la falta de profundidad de las mismas. Tal es el caso de la enviada por el ingeniero Julio Frank Rivero, director general de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Villa Clara, a raíz de lo denunciado aquí por el lector Eddy Vega, el pasado 29 de julio.
Contaba entonces Eddy (San Cristóbal 105, entre Maceo y Unión, Santa Clara) que hacía unos siete u ocho meses se desató un salidero de aguas sucias a la entrada del edificio donde vive, y los vecinos lo reportaron a Acueducto y Alcantarillado.
Como nada sucedió, volvieron a reportarlo y los anotaron de nuevo. Así, sucesivamente, se repitió la escena cuatro veces. Eddy le dijo a quien anotaba que era la cuarta vez. Fue cuando lo enviaron a la oficina de Acueducto donde se recogen las quejas. Allí, una funcionaria llamada María del Carmen le dio un teléfono para que al siguiente día la llamara.
Eddy llamó varias veces, y María del Carmen no estaba. Hasta que al fin, otra compañera le respondió: «Dice María del Carmen que ella planteó tu queja a Polanco», sin explicarle siquiera qué responsabilidad desempeña allí ese compañero.
Siguieron pasando los días, y el 12 de julio, cuando Eddy escribió, el salidero continuaba allí sin que a nadie pareciera importarle.
Al respecto, responde Julio Frank Rivero que «el caso fue visitado por Maira Colina, directora técnica de la Empresa, dándole solución al mismo de inmediato». Y aunque se despide atentamente, ahí termina la telegráfica carta.
Uno se pregunta cómo es posible que, con todos los antecedentes de la historia, que revelan desatención y desinformación sistemática —como no merece un ciudadano de este país— la máxima autoridad de Acueducto y Alcantarillado en Villa Clara eluda la explicación necesaria. Nuestros lectores, incluido Eddy, merecen más respeto.
El doctor Dainel Tamayo (Benavides 1, entre Marcial Gómez y Abraham Delgado, Ciego de Ávila), tiene una hija de 11 meses que es beneficiaria de una dieta de yogur por presentar intolerancia a la lactosa. El problema es la madeja infernal que se crea para hacerla llegar a los clientes.
Precisa él que en esa ciudad tal producto solo se expende en una bodega, en un horario comprendido desde las 7 hasta las 11 de la mañana los lunes, miércoles, jueves y sábados. «La primera disyuntiva que tuve —señala— fue el horario, el cual coincide con la hora en que la mayoría de la población se encuentra trabajando».
Y recalca sus argumentos: «No tiene razón de ser, ya que esa bodega trabaja hasta las 7:00 p.m., y posee una nevera para conservar el producto. Pero la dependienta se empeña en que es ese horario. Si vas en la tarde, el yogur que viene asignado para cada niño, increíblemente no está».
Dainel no cree que el yogur no despachado sea retornado a su lugar de origen. Al plantearle a la dependienta que él establecería una queja, ella le contestó que no le importaba.
Dainel concluyó resignándose, pero el 20 de agosto pasado su esposa fue a la OFICODA correspondiente, pues la dependienta había advertido que la dieta vencía el día 5, y que no fuera a buscar más el yogur hasta que no la renovara.
En la OFICODA le dijeron que, aun vencida la dieta, seguían enviando el yogur por el resto del mes, hasta el día 31. Y al contarles lo sucedido, le aseguraron que tal dependienta había hecho lo mismo a otros 13 consumidores, pero «no se podía hacer nada al respecto».
Quizá no tenga todos los elementos, pero Dainel, en su justificada molestia, se inclina a pensar que la dependienta continúa gozando de total impunidad en el manejo de un alimento «que el Estado da a nuestros hijos».