Acuse de recibo
Una madre que defiende a su hijo: Aurora Reyes, maestra que vive en la misma escuelita rural Albis Mantis donde imparte clases, en Blanco 1, Marcané, provincia de Holguín. Ella cuenta que su hijo menor, Roberto Orlando Alberterie Reyes, estudia Psicología en la sede universitaria de Cueto. Al principio del curso les dijeron allí a los alumnos que los pagos se harían los días 27 de cada mes, pero en realidad puede ser cualquier día, sin aviso previo. Cuando los estudiantes van el 27, ya les han reintegrado el dinero al Banco, y les dicen que no se puede extraer más. El hijo de Aurora ya ha perdido 300 pesos por dos meses que no pudo cobrar. La última vez estuvo yendo a Cueto una semana completa y todos los días le decían que iban a sacar el dinero al siguiente día. Al fin, el día que pagaron, lo hicieron solo por la mañana, porque en la tarde «estaban en una actividad». Les dicen a los jóvenes que llamen por teléfono, y eso se dice muy fácil cuando no se vive en un área rural, que no tiene comunicación telefónica. Aurora se pregunta por qué tanta irregularidad para algo que es ley en este país.
Una hija que defiende a su madre: Miriam Rivay León me escribe desde calle Segunda número 113, entre C y D, en Los Motores, municipio camagüeyano de Vertientes. Cuenta que su mamá, Aneida León Moiset, trabajadora de la ECOA 8 de Camagüey, ha sido Vanguardia Nacional por cuatro años consecutivos y ostenta la Medalla Hazaña Laboral. Cuando se otorgaron dos teléfonos de 400 minutos a su CDR, los propios vecinos se pronunciaban porque uno de ellos fuera para Aneida. Pero al final no se otorgó. Y cuando Aneida le preguntó al delegado de la circunscripción, este le respondió que no se había aceptado su caso por la comisión, porque ella tiene un hijo recluso. Miriam está muy indignada con esa injusta discriminación hacia una persona tan valiosa, como si tuviera una marca o predeterminación genética. A fin de cuentas el hijo de cualquier mujer puede errar en la vida, y ella seguirá siendo su madre, así como seguirá siendo la persona que ha sido.
Una niña que sufre: Apesadumbrado, José I. Roque presenció la escena el 23 de diciembre de 2007, en una esquina de La Habana Vieja, y ahora me la describe en carta desde calle A, edificio 456, apartamento 8-C, en el reparto Previsora, de la ciudad de Camagüey: «Era una discusión en plena calle entre vecinos. Un hombre y una mujer, en presencia de una niña de unos ocho años, presumiblemente hija de la mujer. El motivo de la riña verbal era que la mujer barría desde su balcón las heces de su perro, y estas caían sobre la acera de su vecino de abajo, que no tenía perrito ni gatico, pero sí pies que se le ensuciaban. Lo notable no era que utilizaran palabras especialmente soeces, sino los gritos y la gesticulación. En eso ella se destacaba especialmente. Tal parecía que esperaba que entre el público asistente al escándalo hubiera un cazador de talentos que la contratara para actuar profesionalmente. Este espectáculo no pasaría de ser una pincelada folclórica, si no fuera por la presencia de la niña vinculada afectivamente con la mujer. Había que ver la cara de sufrimiento, miedo y preocupación de aquella indefensa criatura, arrinconada contra la pared entre ambos contendientes. Ninguno de los antagonistas parecía reparar en ella; tampoco los divertidos espectadores. Y yo, cobardemente, tampoco intervine por miedo a que aquella energúmena la cogiera conmigo. Lo que hice fue alejarme del lugar, y todavía, a tres cuadras, se oían los gritos de la mujer. No sé el nombre de los santos, ni hace falta. Si se divulga el milagro, quizá se avergüencen y no lo repitan».
Un hombre engañado: Justo Borrego Ricardo se siente muy mal, y me confiesa su historia, desde el poblado de Maceo, en el municipio holguinero de Cacocum. En 2005, por sus méritos como trabajador en la base de ómnibus de la localidad, le otorgaron el derecho a construir un módulo de vivienda. Le hicieron desbaratar la que tenía, en muy mal estado, pues le iban a asignar de inmediato los materiales y manos a la obra. «Esta es la fecha en que tengo a mi mamá enferma, de 89 años, viviendo en casa del vecino. Y lo más triste es que cada vez que voy a la Dirección de Vivienda siempre es el mismo cuento: que no hay materiales. Sin embargo, otras personas que yo conozco, ya tienen la casa prácticamente terminada».