Acuse de recibo
Hoy traigo dos historias bien diferentes de cementerios, esos sitios sagrados donde nuestros muertos debieran siempre descansar en paz.
La primera es una respuesta de Gilberto O. Maranillo Gala, director de Servicios Comunales en la provincia de Santiago de Cuba, a la denuncia de Oscar Naranjo, reflejada en esta columna el pasado 8 de febrero.
Oscar, quien reside en la ciudad de Camagüey, relataba entonces una experiencia sumamente dolorosa:
A los dos años de la muerte de su padre, se presenta el lector a exhumar los restos en el cementerio de la localidad santiaguera de Maffo, donde yacen. Y lo que encuentra es patético: la bóveda está inundada.
El responsable del cementerio les promete que les avisará en cuanto se resuelva la situación. Pero transcurre un año, y al no recibir aviso alguno, los familiares se presentan allí otra vez. Todo está en la misma deplorable condición.
En su respuesta ahora, manifiesta el director provincial de Servicios Comunales que «estas bóvedas de ocho capacidades, con más de 17 años de construidas a ras de tierra sin tener en cuenta el manto freático a profundidad superior a lo establecido, después de un período de intensas lluvias no volvieron a perder la totalidad del agua...».
Aclara Maranillo que existía comunicación constante de la administración del cementerio con la madre del quejoso, la cual reside en Contramaestre. Y precisa que «teniendo en cuenta la solicitud de Oscar Naranjo, fueron tomadas las medidas necesarias en presencia de él y otros familiares. El domingo 11 de febrero se realizó la exhumación... y se ubicaron en el osario. Del análisis realizado, se indicó sellar el primer y segundo nivel de las bóvedas, que permanecen constantemente bajo agua, utilizando solo capacidades superiores en la misma, evitando que hechos como estos se vuelvan a repetir».
Concluye el funcionario informando que le ofrecieron disculpas a Oscar por las molestias ocasionadas. Y luego de agradecer la solución-desagravio, este redactor se lamenta de que, en asunto tan delicado, la respuesta no abunde en el por qué al año todo seguía igual, luego de la dolorosa experiencia para los familiares y de la promesa de que les avisarían. Por qué tuvo que revelarse en esta sección algo tan triste para que a los dos días se resolviera. Indolencia... insensibilidad.
La segunda carta es el anverso: Pedro Núñez García, de Rabí 759, apartamento 8, entre Cocos y General Lee, en el reparto capitalino de Santos Suárez, también fue a exhumar los restos de su padre el pasado 20 de febrero, en el Cementerio de Colón.
Asumió ese doloroso momento con cierta expectativa. Y se sorprendió cuando, al llegar a la hora señalada, estaban allí los trabajadores requeridos. Uno de ellos, llamado Felino Álvarez, saludó y se dirigió a las 21 familias con voz pausada y respetuosa. Con precisión, orientó a los dolientes de todos los pasos que se darían, y les evitó siquiera alguna pregunta.
Los otros sepultureros bajo la responsabilidad de Felino, con decencia extrema realizaban en silencio sepulcral el trabajo de guardar los restos en cajas asignadas, las cuales iban marcando con los nombres y fechas de fallecimiento, con suma coordinación y exactitud. Cuando concluyeron esa labor, trasladaron las cajas para el osario donde se guardan los restos. Ya se les había indicado a los familiares dónde irían. Y cuando llegaron allí, ya estaba Felino con toda la documentación preparada. Lo acompañaba Ramón, que dio una explicación muy profesional.
El proceso siguiente solo duró hora y media. Fueron pasando las 21 familias una a una. Se explicó el procedimiento del pago. «Los familiares allí presentes no tuvieron una sola palabra que no fuera de agradecimiento y halago para esos trabajadores. No quiero pasar por alto el reconocimiento a este colectivo, ya que se vio claramente la calidad humana de esos compañeros, y la buena y respetuosa dirección del compañero Felino hacia esos hombres. Muchas gracias», concluye Pedro.