Acuse de recibo
Desde la ciudadela sita en la avenida 31, número 6206, entre 62 y 62A, barrio de Buenavista, del municipio capitalino de Playa, me escribe Teresa Rodríguez Torres en nombre de los vecinos, para narrar que en esa cuartería, donde residen diez familias, hace ya más de cuatro años que la fosa se encuentra obstruida, inundando la colectividad de aguas negras.
Los afectados han tramitado la queja con diferentes instituciones a nivel municipal y provincial, y en todo este tiempo solo han recibido respuestas verbales y por escrito. Pero las miasmas siguen allí, rodeando su existencia. Y las palabras, por hermosas que sean, no desobstruyen.
La situación se ha agravado al punto de que la vecindad no puede utilizar las instalaciones sanitarias. Y para entrar y salir de las viviendas, tuvieron que improvisar un puente de madera en medio del pasillo, única forma de evadir el excremento que brota por los tragantes.
Cuando llueve todo se agrava más, pues las aguas pútridas se cuelan en el interior de las viviendas, que ya de por sí tienen filtraciones en los techos.
«No sabemos siquiera por donde sale el agua, refiere, lo que nos conduce a creer que se van debilitando los cimientos, pues la tierra debe estar absorbiendo una parte, el sol evaporando otra, y todo el excremento va quedando estancado».
En 2004, Edificios Múltiples del territorio levantó un acta sobre la situación. Y a principios de 2005 Teresa formuló la queja en la Dirección Municipal de Vivienda. A los pocos días fue un técnico de esa entidad, quien, acompañado de dos ayudantes, llevó un equipo para destupir. Palparon el problema, dejaron allí el equipo y sin explicar se marcharon.
A los cuatro días volvieron... pero para recoger el equipo, sin mediar palabras.
En abril de 2005, Teresa formuló la queja en Vivienda, y a los pocos días retornó aquel técnico, quien, según la remitente, no lo hacía por su demanda, sino porque otro vecino escribió una carta al Gobierno provincial. El técnico hizo su diagnóstico, y le pidió al demandante firmara la constancia de la visita.
Tal documento debía pasar a la directora de Vivienda del territorio. «Y desde entonces esperamos que alguien nos ayude con esta terrible situación; pues ya estamos percibiendo que el agua potable comienza a contaminarse con estas sucias aguas», manifiesta Teresa.
Ahora que estamos en una campaña contra el mosquito Aedes aegypti y sus patológicas secuelas, uno no puede menos que preguntarse si tan insensibles dilaciones y desatenciones como las que han sufrido los vecinos de esa ciudadela, no serán también responsables de que luego haya que dedicar tantos recursos, voluntades y celo para enfrentar situaciones verdaderamente críticas.
Es inexplicable que en cuatro años esa colectividad no haya podido erradicar un problema que, de alguna manera, es de vida o muerte. Tanto esfuerzo por la salud humana de un lado, se desarticula con tales indolencias. ¿Se habrá contaminado la capacidad de respuesta o estará obstruida como la fosa de la ciudadela?