Hoy es inevitable volver a las imágenes de aquel avión despedazado, a las voces ensordecedoras de la tripulación que el 6 de octubre de 1976 informaba sobre la explosión a bordo, a las de los millones de cubanos y cubanas que los lloraron junto a sus familiares y amigos —aún lo hacen— y a un Fidel que nos dejó para la eternidad la certeza de que «cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla»