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La fiebre de Mijaín

Este 6 de agosto, en la capital francesa, él acaba de demostrar que es el verdadero Zeus de la lucha,  la leyenda, la historia, el único

Autor:

Osviel Castro Medel

Confieso que hace ocho años, cuando Mijaín López, aseguró que se presentaría a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, me dije: «Está loco… en vez de retirarse con toda la gloria».

El Gigante de Herradura ya había entrado a la historia: tenía tres títulos olímpicos en la lucha grecorromana, al igual que Alexander Karelin, el famoso Oso Ruso, quien por estos días ha estado en el centro de un debate estéril, basado en si fue mejor o no que el pinareño.

A Mijaín no le hizo falta entrenar subiendo ocho pisos con una nevera a la espalda ni correr por montañas de nieve o remar durante horas -como, según dicen, hacía el siberiano- para convertirse en tricampeón bajo los cinco aros.

Pero lo cierto es que aquel anuncio del rey de la lucha grecorromana me pareció desmedido (para no escribir otra palabra), sobre todo porque para los combates en la capital japonesa estaría a punto de cumplir 38 años y pensé que el tiempo, más que sus rivales, podía proyectarlo en el colchón.

Golpeado el mundo por la pandemia de la COVID-19, los Juegos de Tokio demoraron 12 meses más de lo pronosticado; de modo que el cubano tuvo que competir a solo 18 días de cumplir los 39. Lo fabuloso fue que, riéndose del reloj, de los incrédulos como yo, del cero fogueo internacional, terminó ganando con comodidad, sin que le marcaran un punto, como también pasó en Londres 2012 y Río de Janeiro 2016.

Entrevistado al final de la competencia, en la que hasta los árbitros lo aplaudieron y celebraron sus ocurrencias, como la de cargar y lanzar a su entrenador Trujillo al centro del colchón, Mijaín soltó una noticia todavía más asombrosa: «Estaré en París 2024».

Pensé entonces que tampoco le hacía falta. Había igualado la hazaña del danés Paul Elvstrom, primer deportista en ganar el oro en cuatro Olimpíadas: Londres 1948, Helsinki 1952, Melbourne 1956 y Roma 1960. Pensé, además, que ya estaba a la altura de los estadounidenses Al Oerter (disco), Carl Lewis (100, 200 metros y salto largo), Michael Phelps (natación) y la luchadora japonesa Kaori Icho, todos monarcas en cuatro Juegos Olímpicos. Por cierto, en París 2024 se sumaron a la lista el tirador Vicent Hancock y la nadadora Katie Ledecky, ambos de Estados Unidos.

¿Podría Mijaín López, con casi 42 años, convertirse en el primer humano en triunfar en cinco olimpíadas? ¿Sería capaz, sin competir durante el ciclo olímpico, de ganarle a los se foguearon en competencias de todos los niveles? Esta vez ni me respondí. Para qué hacerlo, para qué contestar si podía darme de bruces contra la realidad.

Este 6 de agosto, en la capital francesa, él acaba de demostrar que es el verdadero Zeus de la lucha, la leyenda, la historia, el único. Acaba de ganar su quinto título, con tanta facilidad como el primero y al verlo besar el colchón y dejar sus zapatillas en el centro del escenario del combate a más de uno se nos entrecortó la respiración o nos subieron ríos a los ojos.  No será fácil dejarlo de ver sin competir.

Lo más hermoso de todo es que Mijaín ha provocado una fiebre nacional, un mar de seguidores, un deseo colectivo de sentarse frente al televisor a empujar al aire o un contrario desde la distancia. Más de una vez nos hemos visto contorsionándonos ante la pantalla como para lograr un buen agarre, un desbalance, una llave ganadora.

Mijaín ha enamorado a los que nunca ni se ocuparon del deporte, ha provocado que en cualquier lugar la gente pregunte por él y sus combates, que las personas sonrían cuando él lo hace, que lo amen, le agradezcan, que lo admiren cada día más. Que le digan «mole», «tren», «animal», y otros apelativos, algunos impublicables.

Él nos ha ganado por pegada y se ha convertido, para siempre, en un acelerador de corazones, en un niño grande que le sonríe al tiempo, en un repartidor de noblezas, en un verdadero luchador con mayúsculas.

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