El entrenador habanero Rainel Panfet junto a la agramontina Leidys Oquendo, en la imagen de archivo. Autor: Facebook Publicado: 11/12/2018 | 06:47 pm
En la esquina izquierda del ring está él con la toalla tirada en el hombro, mientras un sudor copioso e insistente le humedece cada centímetro del cuerpo. Quisiera pelear, mas no puede. Sus tiempos ya pasaron y ahora debe conformarse con ese puesto privilegiado tan cercano al escenario, como aquella típica frase del que ve los toros desde la barrera cuando quisiera estar allí, en la arena, fajado cual jabato con el temible animal.
Y además del ring, está también en el tatami, o al pie de las pistas, en los dogauts y en las alturas de las piscinas, unas veces con rostro serio y otros díscolos, intensos en ocasiones o con la frialdad de un témpano de hielo. Sus personalidades son tan diversas como entrenadores hay.
El entrenador, figura indispensable, también se levanta de madrugada, y en las noches, antes de pegar la cabeza en el colchón, sufre un torbellino de pensamientos y medita sobre cuál será la mejor estrategia para preparar a sus atletas. Duplica sacrificios en los días más tensos y piensa en otros antes que en sí mismo.
En la competencia, las cámaras casi no los buscan. Actor secundario relegado a segundos planos, hincha su alma de orgullo cuando triunfan sus discípulos. Y ríe y llora como un padre, porque al fin y al cabo muchos llegan a ser eso, padres y madres prestos a entregar lo que tienen en beneficio de hijos que no parieron, pero que quieren como tal.
En mis andanzas por escenarios deportivos y en instancias previas a competencias, en la fase en que el aficionado no suele ver el trabajo más arduo antes del momento cumbre, les descubro al pie del cañón: he visto técnicos que ni siquiera superan la edad de los atletas y otros cuya fuerza física ya no les da para estar en ese puesto y, sin embargo, aseguran que una retirada sería aún más nociva.
Pero el factor común entre tantos cubanos conocidos, les confieso, ha sido siempre la pasión con que ejercen su labor. Sortean dificultades. Educan. Aprenden. Lloran. Gritan de euforia las victorias y gritan de rabia cuando pierden. Día tras día se reinventan y, como el deportista, han de pulir sus cualidades para no quedar atrás.
Y me pregunto: ¿qué hubiera sido de aquel equipo de las Morenas del Caribe, tres veces campeonas olímpicas, sin la guía de Eugenio George? Probablemente, por su talento, habrían ganado cuanto hubiesen querido, pero nunca de la forma tan contundente ni con la clase con que lo lograron.
Hoy no es el día del entrenador. Desconozco incluso si existe un día del entrenador. No obstante, sirvan estas letras para destacar la figura de esos luchadores que algunas veces no aparecen en las listas de campeones, mas desde el anonimato forman parte indisoluble de sus historias.