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Pateando las dificultades

Idalianna Quintero es una joven atleta de para-taekwondo con gran potencial y deseos de darle grandes alegrías al deporte cubano

 

Autor:

Enio Echezábal Acosta

Hasta 2018, Idalianna Quintero jamás había practicado deportes. Ni siquiera a través de la televisión o la radio, este mundo lograba atraer a esta muchacha nacida y criada en Sagua La Grande. Tan cliché como pueda sonar, fue una situación de extrema dificultad lo que le hizo cambiar el rumbo a su temprana existencia.

Solo contaba 19 años cuando un tumor de células gigantes le fue detectado en su antebrazo izquierdo. Ante el peligro que representaba para su vida, los especialistas decidieron que amputar esa parte de su cuerpo era la mejor opción para garantizarle un futuro a Ida.

Tras la operación, fue un vecino suyo, integrante del movimiento de para-atletas cubanos, quien le mostró que más allá de los puntos suspensivos, aún tenía la oportunidad de superarse a sí misma hasta límites que no llegó a imaginarse.

«Después de la operación, hubo un muchacho de mi municipio, que al enterarse de lo sucedido comenzó a comunicarse conmigo y a motivarme para que me animara a presentarme en el gimnasio. Así fue que llegué allá, empecé a ver el resultado y me terminé quedando.

«Al principio, fue también un poco frustrante llegar nueva y tener que asimilar todas las técnicas de este deporte, pero afortunadamente mis entrenadores y compañeros fueron un gran apoyo que me ayudó a ir avanzando de a poco y dominarlas.

«Lo que más me chocó fue salir de la inactividad total hacia la práctica de un arte marcial en el alto rendimiento. Además de todos los movimientos nuevos que debí aprender, vinieron las lesiones constantes en las piernas. Fueron tantas, que a veces no podía siquiera caminar como consecuencia del dolor.

En ese tiempo, Ida confiesa que estuvo asustada, pues llegó a un punto de gravedad tal que le obligaron a detener los entrenamientos con tal de evitar que se fracturara las tibias y por tanto se viera forzada a cambiar de disciplina. Incluso pensó en otro deporte como alternativa, pero su disciplina le permitió no tener que recurrir a esa opción.

Eventualmente, encontró el camino correcto y sintió que el sacrificio daba sus frutos. Superado el calvario de lesiones, las tandas en el gimnasio pasaron a ser un disfrute más y entonces comenzó una competencia contra sí misma para superarse diariamente en este «juego» de sacrificio constante.

«Un día normal de entrenamiento es bastante fuerte, porque tenemos dos sesiones. La primera es de 8:00 a.m. hasta el mediodía y luego le sigue otra en el horario de la tarde. Hay otros momentos en que solo trabajamos fuerza o resistencia y ahí no me lo siento tanto, pero normalmente termino agotada, sin fuerza ni para peinarme (sonríe). 

«La primera competencia fue en combate y fue algo muy tenso para mí. No tengo ni idea de cómo vencer los nervios, porque esa vez era un campeonato nacional y estaba en mi propia provincia, en un local lleno de gente. Los entrenadores me mantuvieron concentrada y una vez que salí a pelear, ya se me fue todo.

«La familia siempre se extraña, aunque luego de tanto tiempo ya el equipo se ha convertido en una especie de sustituto para sentir menos esa distancia. Al principio el sentimiento era más difícil, pero igual estaba más o menos acostumbrada a estar lejos de mi casa porque estudié tres años becada y eso siempre te prepara.

Sin embargo, hay momentos en que mi familia del deporte me queda chiquita y hecho mucho de menos los regaños de mi mamá, mi papá pidiéndome que haga algún mandado o las cosas de mi hermana.

La villaclareña dice ser algo así como la chica aburrida del equipo, porque no gusta demasiado de salir. Sí que disfruta compartir con sus compañeros y cuando se da la oportunidad prefiere pasear por la Villa Panamericana o el Malecón. También, en su tiempo libre, elige ir desde la escuela Giraldo Córdova Cardín hasta el Complejo de Piscinas Baraguá para estar con sus otros amigos.

«Lima 2019 no fue mi primer evento internacional pero sí mi primera experiencia en juegos múltiples, lo cual significaba un rango superior a todo lo que me había tocado antes. El simple hecho de estar ahí representando a mi país me hizo sentir ganadora, más allá de cualquier otro premio.

«Recuerdo que cuando llegamos empezaron a aplaudirnos y darnos la bienvenida por estar en su país para los Panamericanos. La gente te paraba en las calles para tomarse fotos contigo y felicitarte por el simple hecho de haber ido allí a competir. Cuando tuve mi situación con el brazo, jamás pensé que me iba a sentir tan bien nuevamente.

«De la competencia allá aprendí fundamentalmente que los nervios no deben volver a dominarme. Tengo todo claro en mi mente y fue algo difícil ver que si no hubiera tenido tantos problemas de lesiones podría haber alcanzado al menos una medalla para Cuba.

De momento, pensar en los Juegos Paralímpicos equivale a soñar con un milagro. Su resultado en el clasificatorio, en donde tristemente fue descalificada por una patada a la cabeza, la alejó posiblemente de su primera participación en una cita estival. No obstante, tampoco eso le roba el sueño

«En el momento más difícil de mi vida el deporte me ayudó a entender que ese no era el final, que todo sigue en movimiento y que esa es una forma no solo de sentirse bien físicamente sino para curarse el alma.

«Cuando uno tiene una discapacidad, todo lo que se logra, por pequeño que parezca, se siente grande.

«Una vez por la calle me paró una muchacha y estuvimos conversando un rato, hasta que ella me dijo: “cómo puedes ser tan feliz, faltándote un brazo” y yo le respondí: “cómo puedes no serlo tú, si tienes ambos”.

«Yo me siento con la capacidad de hacerlo todo. Por supuesto que soy consciente de mi limitación, pero no siento que me falte algo ni nada parecido. Lógico que no me salen las cosas como al resto, pero me salen al final, solo un poco más despacio”.  

El 2020 vino para dejarnos muchísimas enseñanzas. Ese año aprendí a valorar la soledad, a diferenciar entre la necesidad y el amor, y a la vez siento que ahora sé apreciar más la vida.

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