Elio siempre iba al lado humano de las historias Autor: Archivo de JR Publicado: 13/06/2020 | 11:10 am
Se ha ido Elio Menéndez García, uno de los grandes periodistas deportivos cubanos de todos los tiempos. Un peso pesado en el ring de la crónica, que nunca tiró la toalla, ni dio golpes bajos para brillar. Un gladiador siempre forcejeando contra la mediocridad, el acomodamiento y la lisonja conveniente.
Sin una formación académica, con el doctorado callejero de los oficios ganapán en su juventud y una intuición para captar las esencias más allá de los hechos, su sensibilidad y fuerza expresiva silvestre lo catapultaron al periodismo, sin más compromiso que con la verdad y la belleza. Primero en Granma; y después, con tanto brillo, en Juventud Rebelde, hasta que colgó los guantes.
Fue un cuentero mayor de ese submundo humano detrás de la fiesta del músculo. Mientras otros se embriagaban con récords y cifras, con saldos de medallas ganadas y alborozos, Elio desdeñaba esa matemática triunfalista. Él iba directo al corazón del atleta, a sus desgarraduras y pasiones, a sus fracasos y proezas.
Siempre se definió como un sentimental. Sus crónicas traslucían esa soledad del corredor de fondo que, mientras avanza hacia la meta, recorre cinematográficamente su vida. La nostalgia era uno de sus motivos inspiradores, al punto de que a ella le propinó muchos swines, pero siempre caía en sus redes. En el deporte, vindicó a muchos brillantes olvidados, ya parias, que ni competían por vivir.
El boxeo y la pelota eran su prendas preferidas de cazador de historias. Sus semblanzas eran “hemingweyanamente” breves y plenas de calor y color humanos. Puro éxtasis. Sin cumplidos ni frases hechas. Como se cuenta a la mesa, entre cómplices tragos de ron.
Sufrió el calvario del cronista: las tentaciones y riesgos de los sentimientos. Contó como quiso. Como era. Solo un gran ser humano podía buscar siempre la luz de cada combate. Y fue quizás el más perspicaz descubridor de los resortes ocultos de ese fenómeno deportivo y humano que fue Teófilo Stevenson, hasta convertirse en su amigo protector.
Elio era padre y amigo de una sola pieza. Hombre noble y auténtico, con algo de feracidad oculta que súbitamente brotaba por instantes, a fuer de sincero y transparente. Sin medias tintas y al grano. Solo con esa sencillez y autenticidad de quien no se cree Dios ni ansía la gloria, así pudo concentrarse en develar la grandeza de otros.
Si existe el Más Allá, ahora Elio andará por las pistas celestiales buscando a su travieso amigo Teófilo Stevenson, para escribir una nueva crónica sobre cómo se noquea a la inmortalidad, y tantas evanescentes obsesiones y desvaríos de la vanidad humana.