Osniel Madera (#26) decidió el juego para los de Vueltabajo, que se sitúan a una sonrisa del trono nacional. Autor: Juan Moreno Publicado: 21/09/2017 | 05:47 pm
PINAR DEL RÍO.- La tarde dominical caía sobre esta ciudad cuando las gradas del estadio Capitán San Luis daban sus últimos alaridos. El equipo local consumía su última oportunidad al bate, y aunque algunos aficionados habían dejado claros en el graderío, aquellos que confiaron soltaron su último aliento en un dramático final. Otra vez el duelo entre los Cocodrilos matanceros y los Vegueros de Pinar del Río sobrepasó los límites normales, pero ahora fue la tropa dirigida por Alfonso Urquiola la que obró el milagro, y el triunfo la pone a solo un paso del trono.
La victoria sabatina había acelerado la maquinaria yumurina que buscó muy temprano la forma de aprovechar la inercia, y apenas permitieron a Erlis Casanova sacar los primeros tres outs del juego. Contra los preceptos que se oponen al sacrificio del tercer bate –y más en el inning de apertura- Víctor Mesa mandó a José Miguel Fernández avanzar a Moreira y Ariel Sánchez, autores de sendos imparables. Y luego vino Eriel a pegar el doble pegado a la cal de tercera base para forzar la salida del abridor local.
Luego añadieron otra, ayudados por el costosísimo error de David Castillo en rolata fácil de Víctor Víctor que pintaba para doble play salvador. La desventaja de tres obligaba entonces a estrategias locales mucho menos conservadoras y pocos en el graderío imaginaban en ese momento que iban a recorrer el camino de la alegría y la tristeza en no pocas ocasiones.
Como se esperaba, el alto mando yumurino dio la bola al novato Cionel Pérez y aprovecharon los anfitriones para armar su respuesta. Abrió fuego Roel Santos con imparable, y aprovechó el passedball de Herrera para anclar en la intermedia. Luego se robó la antesala y del resto se encargó Donal Duarte con una línea larga al jardín izquierdo. Quedaba claro que el combate apenas arrancaba.
Tan temprano como Casanova tuvo que capitular el zurdo matancero, porque, según parece, la confianza en ciertas circunstancias es cuestión de caprichos, situaciones y nombres. El boleto a Peraza abriendo la segunda entrada copó la paciencia de Víctor, quien echó mano a Lázaro Blanco, su comodín para hacerse cargo de largas trayectorias.
Consciente de que el bullpen no ofrecía mayores garantías, el estratega visitante estiró la permanencia del refuerzo granmense en el box hasta límites hace unos días insospechados. Soportó el empate antes de concluir el primer tercio de juego, y la ventaja en el final del cuarto episodio, cuando Castillo le conectó hit al izquierdo con dos outs y Roel en tercera base.
Mientras, la actuación del relevista Isbel Hernández durante poco más de cinco capítulos ponía a soñar el graderío con un viaje menos «apretado» hacia la Atenas de Cuba. Pero ya por encima de la media de sus actuaciones, el recambio por Yormani Socarrás fue casi obligatorio. Pudo frente el camagüeyano montar su contraataque el equipo visitante, pero al timonel le pudo más la sangre –no envío un emergente por su primogénito con las bases llenas- y un roletazo al campo cortó disolvió la escaramuza.
Un poco mejor le fue en el séptimo inning, cuando le tocó al bullpen local mostrar sus precariedades. Después de dos imparables, el relevista Liván Moinelo llenó las bases con un pelotazo a José Miguel. Cundió entonces el pánico, porque ni Osmar Carrero ni Alain Castañeda encontraron la zona de strike, y las dos carreras forzadas ponían a Matanzas más cerca del festejo. Para consuelo de Urquiola, el también rescatista Yosvani Álvarez forzó tres roletazos por el cuadro que minimizaron los daños.
A partir de entonces comenzaron los planes de asedio y defensa. El estratega de los Cocodrilos apostó por su as Yoanni Yera para la resistencia, y el graderío, lejos de apagarse, estalló con otro batazo descomunal de Saavedra que empujó la que puso a los pativerdes a una anotación del equilibrio. Pero Quintana esperó más de lo recomendable y la escena quedó lista para dos innings de infarto.
Los mordiscos del octavo capítulo, cuando Yosviel Vilaú y Branlis Rodríguez también perdieron la brújula de sus lanzamientos, parecieron letales. Sin embargo, lo que vino después solo cabía en la mente de los pinareños más optimistas, porque también Yera y sus salvavidas –Yoelkis Cruz, Frank San Martín- padecieron el vértigo de la presión, y el fly de sacrificio de Osniel Madera redondeó el racimo de tres que propició otro abrazo en el marcador y forzó el alargue.
Lo que vino después fue simplemente increíble. Puro nervio en ambos bandos, aderezado con estrategias sumamente riesgosas e inteligentes, como la de bolear intencionalmente a Saavedra para llenar las bases –lo que ponía la carrera del gane a 90 pies de home y obligaba al pitcher a no fallar- y buscar el último out del décimo por todas las vías. Y salió de maravillas porque el fildeo de Gracial en tercera base ahogó el grito de miles.
Entonces llegó la magia, la épica que nunca debería faltar en duelos como estos. Madera, otra vez decisivo, le cazó un lanzamiento en la zona buena a Alexander Bustamante, la bola fue a caer a la ya mítica lomita del jardín izquierdo del San Luis, y la fiesta se hizo sobre diamante.
De tal forma, la nave pinareña pone proa rumbo a Matanzas con la tranquilidad de que haciendo diana con una de las dos balas que carga, abraza la gloria. A los Cocodrilos les toca cubrir la ruta perfecta para llegar al trono. Algo difícil, pero no imposible. En el Victoria de Girón, a partir del próximo martes, se dirá la última palabra.