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Obélix no tomaba pócima

El gigante soviético de la halterofilia, Vassili Alexeiev, pulverizó 80 récords universales y ganó los títulos olímpicos de los Juegos de Múnich 1972 y Montreal 1976. Además consiguió ocho coronas del orbe

Autor:

Abdul Nasser Thabet

Siempre me ha llamado la atención sobremanera la palabra halterofilia. Aunque conozco desde pequeño su significado, confieso que me suena a enfermedad o a alguna especie de adicción. Podemos discutir su estética, filosofía, concepción y sentido mismos, pero no se puede negar el morbo que produce ver a seres humanos elevar cargas monstruosas, vacilando al jurado y al propio público en plena competencia, para después dejar flotando en el aire cada quilo en un segundo casi eterno, y vanagloriarse al más puro estilo de los cowboys hollywoodenses.

En esta actividad milenaria, cuasi mitológica, un hombre se erige coloso entre simples forzudos. Me refiero al gigante soviético Vassili Alexeiev, quien alzó sobre sus hombros trozos de continentes en la década del 70, con los que se mantendría fácilmente hoy mismo en la élite (rondaba los 260 kilogramos). Su dominio absoluto por esos años le otorgó el voto de la crítica y especialistas como uno de los mejores levantadores de la historia, de los más respetados y, según la revista Sports Illustrated en 1974, el más fuerte de todos.

Alexeiev pulverizó 80 récords universales y ganó los títulos olímpicos de los Juegos de Múnich 1972 y Montreal 1976. Además consiguió ocho coronas del orbe.

Su enorme volumen le empezó a pasar factura y en el Campeonato Mundial de 1978 salió lesionado. Reapareció en la justa bajo los cinco aros disputada en casa (Moscú 80), pero el fracaso, tras fallar los tres intentos, puso punto final a su carrera.

Fueron esa enorme cantidad de plusmarcas destrozadas y su domino dictatorial lo que incentivó el «chu chu chu» de la prensa occidental sobre su posible dopaje. En realidad nunca se demostró que las hazañas del gigante soviético estuvieran aderezadas con un poquito de ayuda bioquímica,  si bien es cierto que los controles de entonces no eran tan estrictos como en la actualidad.

No obstante, su imponente físico, más grasiento que musculoso, con una barriga enorme como barril de cerveza que siempre me recordó a Obélix (personaje de la historieta Astérix el galo), indicaba de un tirón que cada proeza era auténtica, como lo son las canciones de Sabina.

Así prefieren recordarlo y así será: un gordo fuerte e inmenso, sin la ayuda de pócimas mágicas, con el solo guiño que le hace el destino a los grandes antes de colocarlos en las nubes.

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