Si el ruso Islam-Beka Albiev no le hubiera cortado el paso ganador en cuartos de final, o si al kirgizio Ruslam Tiumenbaev le resultara imposible impedir la llegada del gladiador cubano al podio olímpico por segunda ocasión, hubise ganado
BEIJING.— Escucho una y otra vez la voz del luchador Roberto Monzón en mi grabadora, y busco sin éxito las palabras adecuadas para escribir sobre la derrota.
Todo hubiera sido más fácil si el ruso Islam-Beka Albiev no le hubiera cortado el paso ganador en la fase de cuartos de final, o si al kirgizio Ruslam Tiumenbaev le resultara imposible impedir la llegada del gladiador cubano al podio olímpico por segunda ocasión. Pero no fue así.
Sobre el colchón de la Universidad Agrícola de esta ciudad, se cerró un ciclo, una historia.
Después de varias horas todavía lo recuerdo con el rostro ajado, con la mirada en el piso y las manos firmes sobre la baranda que limita el encuentro de la prensa con los protagonistas de la noticia.
«Hubiera querido regalarle al menos la medalla de bronce a la afición, a mis padres, a mi esposa, a mi hija. Lo di todo y no se pudo. Esto ratifica que ya Monzón tiene que estar fuera del colchón, que no es el mismo. Son muchos años de lucha, parece que el cuerpo está cansado. A mi gente, que di hasta el corazón... no se pudo».
La última frase, apenas descifrable por la emoción, cerró esos 50 segundos que parecieron eternos desde ambos lados. Ante tamaña muestra de vergüenza, cualquier descripción pudiera quedar pequeña. No obstante, vale la pena correr el riego de interpretar un sentimiento que va más allá de un triunfo o una derrota.
Y si algo pudiera escribir, solo sería para reconocer el esfuerzo, la entrega y el sacrificio de tantos que han «echado la vida» para hacernos felices y relatar con orgullo sus victorias.
Para las Lupe, los Sergios, las Driulis, y los Monzón que hoy no abrazaron la gloria... gracias. Con ustedes siempre se gana.