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El sembrador de versos

De los surcos de Fray Benito, en el municipio de Rafael Freyre, a los versos de su último libro, Reynaldo Zaldívar Osorio, poeta y presidente del Movimiento Juvenil Martiano en Holguín, escribe una obra que cuestiona

Autor:

Neilán Vera

Ciego DE ÁVILA.— Ahora vive en la ciudad de Holguín, y consume sus últimos años de juventud entre la poesía, el periodismo y la prédica martiana. Pero a Reynaldo no le da pena decir de dónde viene: «Soy campesino, hijo de campesinos», cuenta, y al orgullo le sobra cualquier adjetivo, porque en ese linaje de tierra y sudor, forjado con sencillez guajira en el poblado de Fray Benito, del municipio de Rafael Freyre, está la clave de su obsesión por la escritura.

«En mi familia no hubo letrados, pero sí poetas. Mi padre escribe décimas y es un lector apasionado. Mi tatarabuelo fue juglar, uno de esos hombres que le nacían al campo con la guitarra a cuestas, y andaban por ahí cantando e improvisando. Hasta los primeros emigrantes que trajeron mi apellido al continente americano eran artistas. Quizá, por eso, la poesía no es algo que salí a buscar: me llegó por herencia y tradición».

Antes de entrevistarlo, escribí en Google «Reynaldo Zaldívar Osorio» y encontré retazos de su vida: una foto en la Asociación Hermanos Saíz (AHS), la joven vanguardia artística a la que pertenece; un poco más abajo, varias entrevistas, notas y poemas dispersos caóticamente por los rincones de internet. En uno de estos enlaces, confiesa que de niño no le gustaba leer. La poesía le llegó por los oídos, cuando recitaba de memoria aquellos versos que sus padres insistían en enseñarle.

En otra entrevista recuerda esa edad incómoda —ni muchacho ni hombre— cuando devoraba libros a escondidas, mientras ayudaba a su abuelo a labrar la tierra. Al viejo eso de leer por pura satisfacción le parecía una pérdida de tiempo, y Rey, para evitarse un regaño, escondía los libros en algún surco perdido. A la mañana siguiente, los desenterraba y seguía leyendo. Algunos, olvidados, se pudrieron entre la tierra húmeda.

A los 29 años ya era un caso único: machete en mano, limpiaba de marabú la finquita que el Estado le dio en usufructo, pero también se adentraba en el mundo de los talleres literarios, ganaba concursos de poesía y hasta había conseguido publicar sus dos primeros libros, Carne roja (2019) y Desequilibrio (2020), en Ediciones La Luz, un sello editorial holguinero dedicado a la promoción de jóvenes escritores.

Carne roja le abrió las puertas de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, en 2022. Allí tuvo su pequeño momento de fama: el poeta casi desconocido, el guajiro que en sus ratos libres escribía versos, representaba a Cuba en un evento literario al otro extremo del continente. Salió hasta en el Noticiero Nacional de Televisión y su familia lo pudo ver en pantalla, a miles de kilómetros de distancia. 

A partir de entonces, la idea de dedicarse por completo a las letras germinó en él como esos tenaces retoños de marabú que tanto le costaba desterrar de su finca. También su madre tuvo mucho que ver en el cambio de vida, y en la decisión de que Reynaldo abandonara Fray Benito y se mudara a la ciudad.

«Ella había llorado cada una de las espinas que en las tardes sacaba de mi cuerpo. Me pedía que dejara el campo, que pusiera mi empeño en terminar la universidad y en escribir. Mi madre no entendía la totalidad de mi escritura, pero sospechaba que de alguna manera eso podría marcar la diferencia en mí con respecto a los hombres que tradicionalmente habían poblado la familia. 

«“Un día te vas a dar un machetazo allá, solo, y te vamos a encontrar por las auras”, me decía. Así que vine a la ciudad. La adaptación no fue fácil, pero me aferré a una meta desde el primer momento: escribir algún libro antes de que terminara el verano. Así nació Perforaciones». 

Luego, el documento digital emprendió su viaje invisible, recorriendo los caminos electrónicos que unían el teléfono móvil de Reynaldo con Ciego de Ávila. Allí, durante los Juegos Florales que organiza la AHS del territorio, su obra ganó el 22do. Premio Poesía de Primavera en 2023.

Con Martí desde niño 

Recientemente, Reynaldo volvió a la Ciudad de los Portales para presentar Perforaciones. Llegó después del 19 de mayo, fecha en la que los cubanos conmemoramos los 130 años de la caída en combate de José Martí. Por ese motivo, y también debido a la afinidad que lo une al Apóstol, no faltaron en su itinerario los espacios para hablar de la literatura martiana y de la coherencia de esta con la misión de vida de su autor. Es un tema que lo fascina, porque Martí siempre estuvo, de algún modo, merodeando en su infancia.

«De niño, mi madre me contaba acerca de un pescador que atrapó un camarón capaz de conceder deseos, de un hombre bien pequeño y curioso que venció con su astucia a un gigante, de una niña llamada Pilar que fue a jugar a la playa de los pobres y regaló sus zapatos… Cuando aprendí a leer, descubrí que aquellas historias salieron de La Edad de Oro. Hoy, 20 años después, aún recito las décimas que mi padre compuso para que yo declamara cuando se cumplía siglo y medio del natalicio del Apóstol».

La poesía de Reynaldo lleva un estilo muy distinto de aquel modernismo germinante de Martí, pero ambos comparten esa preocupación por las esperanzas y las agonías de la patria, y por el destino de los desposeídos. Ese compromiso con los pobres de la tierra terminó por convencer al joven poeta holguinero: en Martí estaba la respuesta a muchas, muchísimas, preguntas.

Así empezó a involucrarse en el Movimiento Juvenil Martiano, organización a la cual hoy dedica gran parte de su quehacer. Como presidente de su consejo provincial en Holguín, defiende con convicción la vigencia del pensamiento martiano en estos tiempos difíciles, cuando el Maestro sigue siendo faro, brújula y camino.

«Hoy, cuando las nuevas generaciones crecen en una crisis que ha trascendido lo económico para convertirse en un desgarro espiritual, es necesario regresar a Martí, como si de un Cristo de los pobres se tratara. No es nada nuevo que algunas personas se desentiendan de lo que sucede en su país de origen. Tampoco lo son la emigración, las crisis económicas, el burocratismo, los funcionarios que traicionan o los pueblos que apuestan por que otro pueblo (aparentemente mejor organizado) los dirija. 

«Claro, nunca ha sido fácil combatir estas tendencias desde el pensamiento crítico. Un discurso que cuestione los vicios del poder, o las desigualdades estructurales, será siempre molesto. Por eso, la labor del intelectual es un campo minado, hostil, complejo.

«Al propio Martí, por llamar traidor a un compañero suyo que se había unido a las tropas coloniales, lo encarcelaron cuando todavía era un adolescente. Nunca cedió a la presión de las circunstancias. Pudo retractarse y dejar a Fermín Valdés Domínguez la responsabilidad absoluta, pero no lo hizo.

Reynaldo no deja escapar cierta anécdota sobre Martí, que demuestra esa agudeza. En 1884, cuando se incorporó al Plan de San Pedro Sula, que lideraban Máximo Gómez y Antonio Maceo, el viejo general dominicano, con la toalla al hombro y camino hacia el baño, le dejó saber con palabras secas el carácter autoritario que tendría aquel intento independentista.

Martí no aceptó las condiciones, se separó del proyecto y le escribió a Gómez aquella famosa carta en la que le reprochaba: «Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento». Esta escena desmonta el Martí edulcorado del consenso fácil, el de la unidad incondicional, y nos muestra al intelectual capaz de cuestionar ideas y posturas erróneas, incluso cuando estas procedían de sus aliados.

«Así fue siempre. Con el adversario y con los amigos. Luego de ese choque, se retiró a su vida de escritor, a pensar los mecanismos que darían a Cuba la república libre; y no volvió hasta lograr ajustarlos a precisión, sin pasar por alto ni un ápice de la moralidad de la guerra. 

«En ese bregar, de un país a otro, y de un golpe al siguiente, escribió los principios que habrían de regir en la Cuba futura; y todos no fueron tan mansos como se piensa. Algunos sacudieron los viejos engranajes de una sociedad decadente. Incluso hoy siguen agrediendo nuestras inercias, como esos árboles que le nacen al concreto y lo rompen despacio, para abrirle paso a la vida».

En ese equilibrio entre certezas y dudas, Reynaldo ha encontrado el pulso de su poesía: una obra donde conviven la crítica social y los sentimientos más universales. No es casual que su palabra vibre en ecos martianos, porque al igual que el Apóstol, sabe que la poesía no es un refugio, sino un surco abierto en la tierra fértil de la historia.

A pesar de los viajes y los libros, aún lleva consigo al sembrador que fue en Fray Benito, solo que ahora, en lugar de semillas, arroja poemas a la tierra áspera del presente. Los cultiva con la paciencia del labriego y la urgencia del artista, y los riega en las grietas profundas de la patria, allí donde más duelen. Allí donde más falta hacen.

 

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