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Quiero aportar cada día más a la enseñanza del ballet

No basta con ser un buen bailarín, si no se es un ciudadano integral, con conocimientos generales de todo tipo porque no solo nos enfrentamos al escenario, sino a otros espacios en los que debemos dominar la cultura y convertirnos en un ser humano modelo, asegura el primer bailarín Dani Hernández, director de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Ccomo el ascenso por una escalera. Así ve su vida el primer bailarín del Ballet Nacional de Cuba y director de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso, Dani Hernández. Y cuenta que mientras estudiaba en la Escuela Vocacional de Arte Olga Alonso, en Santa Clara, su primera meta era llegar a la Escuela Nacional de Ballet. Después, lograr bailar.

«Más tarde, tuve la dicha y la oportunidad de tener al maestro Fernando Alonso y a las maestras Ramona de Sáa y Mirta Hermida a mi lado porque quería llegar al Ballet Nacional de Cuba. Una vez allí, quise alcanzar la máxima categoría, primer bailarín, que desde 2011 mantengo. No he dejado de aprender, me he ido desarrollando progresivamente como pedagogo y como ser humano».

—Diriges ahora la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso… ¿Otro «escalón» soñado?

—Nunca imaginé que dirigiría la escuela. Cuando me hicieron la propuesta, me sorprendí. Fue la escuela donde estudié, donde ya trabajaba como profesor al lado de mis grandes maestros como Ramona, Marta Iris Fernández, Ester García, Lourdes Arnado, Ana Julia Bermúdez, Normaría Olaechea, y no solo los maestros de la especialidad, sino también los de la formación general, responsables, además, del desarrollo de cada estudiante.

«Yo sentía que tenía una gran responsabilidad como profesor de mantener el método cubano. Ese era mi compromiso con mis maestros, continuar con lo logrado. Realmente me vi siempre como maestro y ahora asumo este reto inmenso de dirigir una institución prestigiosa en Cuba y en el mundo. 

«¿Estaré a la altura?, pensé muchas veces. Es una tarea difícil, pero tengo fe, y saber que no estoy solo en la responsabilidad que me asignaron me da más fuerzas. Es un aprendizaje continuo, pero sé que con las personas adecuadas a mi lado y con esa visión que sostengo de aunar a todos para no ser escuelas dispersas, sino una sola escuela, entonces podré hacerlo de la mejor manera.

«Es un acto de fe porque se trata de sumar personas, conscientes de que todo no es como quisiéramos, pero con la convicción de que debemos seguir apostando por el mejoramiento de la escuela cubana de ballet.

«De eso se trata, de tener fe en un proyecto que fue el sueño de Alicia, Alberto y Fernando Alonso, llevado a cabo por la Revolución, gracias al empeño de tantas personas que, desinteresadamente, los apoyaron para ser lo que somos hoy, un referente en el mundo de la danza en el orbe». 

—¿Cuál es, entonces, la siguiente meta?

—Mi siguiente meta, y la de siempre, es justamente eso: no dejar de aprender, no conformarme con lo que he logrado, sino seguir perfeccionándome. Quiero aportar cada día más a la enseñanza del ballet, y ello implica hacerlo desde la formación de cada estudiante.

«No basta con ser un buen bailarín, si no se es un ciudadano integral, con conocimientos generales de todo tipo porque no solo nos enfrentamos al escenario, sino a otros espacios, en los que debemos dominar la cultura y convertirnos en un ser humano modelo.

«Se lo inculco así a mis alumnos, hablo mucho con ellos y poco a poco se gana ese espacio porque los veo motivados. Aun con las circunstancias difíciles que vivimos, la escuela se mantiene sostenible. El claustro es mayormente joven, y están acompañándome en este momento tan difícil, y lo mejor es que todos fuimos formados por las grandes generaciones de maestros que nos anteceden. 

«Un elemento fundamental es la familia de cada estudiante. Los padres se suman a todas las tareas y labores de la escuela. La familia ha mostrado interés por sus estudiantes y por su medio, por sus profesores, por apoyar cada proceso en la formación de sus hijos... Eso muestra que no estamos solos».

¿Cómo alternar tus roles cada día?

—Hasta el mediodía asumo el rol de primer bailarín del Ballet Nacional de Cuba y media hora después estoy aquí en la dirección de la escuela, velando por los procesos internos de la especialidad y la docencia, por entender la administración, y me dedico a gestionar y asegurar lo necesario para ser la voz que representa a mis estudiantes en los espacios necesarios.

«Es extenuante. Sé a la hora que salgo de mi casa, pero no a la hora que llego. Mi familia ha sido un pilar esencial en mi vida siempre. Mi hija es uno de los motores principales de mi faena diaria. Llego y está ahí, esperándome con la mejor sonrisa, me abraza, me pregunta por mi escuela, quiere saber cuándo la llevaré y eso me hace pensar que lo que hago no es solo importante para mí, sino para mi país, para el futuro de mi país.

«Cuando no estoy en Cuba o cuando estoy inmerso en una temporada intensa en el ballet, en la escuela se queda un grupo de personas muy comprometidas con nuestro trabajo, como la vicedirectora María Mercedes García, directora durante muchos años de la Academia de las Artes Vicentina de la Torre en Camagüey, y ella me acompaña y me enseña, porque sigo aprendiendo a diario, incluso de mis propios alumnos.

«Si no tuviera el equipo de trabajo que existe en la escuela sería imposible. Hacemos trabajo de mesa todos los días, planificamos cada acción, realizamos chequeos continuos de cada acuerdo para luego rendir cuentas a las entidades superiores, y ese trabajo en equipo permite también, por ejemplo, que realicemos anualmente el Encuentro Internacional de Academias para la Enseñanza del Ballet, que ahora recientemente festejó su 30 edición y contó con la participación de 30 academias de 12 países».

—Es un evento de elevada convocatoria que requiere de una alta coordinación y organización…

—Hoy me corresponde también mantener ese legado. El evento, ideado por la maestra Ramona de Saá, diseñado de una manera mágica, fue vital en mi desarrollo en el ballet. Mientras estudiaba en Villa Clara, una de las más importantes maestras del claustro, Elena Canga, me trajo a la escuela que hoy dirijo. Me enamoró lo que viví en ese evento. 

«Me ayudó a ver la solidez de los maestros, tantos participantes en un mismo espacio, cómo se unían personas de diferentes culturas y países, sin que la diversidad fuera un impedimento para ser una gran familia, pues el ballet era nuestro lenguaje. En 2006 obtuve la medalla de plata en el Concurso Internacional, en el encuentro celebrado ese año, y eso es un lindo recuerdo.

«Cada año es un reto y lo es también para mí porque quiero mantener esa esencia y no perder la esperanza en las academias. Agradezco a los maestros que por más de 20 años han trabajado en el evento y hoy son del comité organizador. No es solo Dani quien puede dirigir, sino todos: especialistas, maestros, críticos, directores de compañía, historiadores…todos llevan este arte dentro. 

«El público también, porque fue educado por los maestros para que entendieran el arte del ballet por dentro. Sin ellos no podría hacerlo. Y es mi deseo contribuir al desarrollo de los estudiantes que aspiran a ser grandes bailarines del Ballet Nacional de Cuba, como lo quise yo un día».

 

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