«Ganar el Cortázar fue una meta largamente deseada. No soy competitivo, pero sí exigente conmigo, y durante un lustro lo intenté», confiesa el autor. Autor: Álvaro Sánchez Portelles Publicado: 01/03/2025 | 10:12 pm
Por su obra Las codornices, el narrador y periodista holguinero Rubén Rodríguez González conquistó el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en su 22da. edición, uno de los galardones más prestigiosos para los cultivadores del relato breve en lengua española. Este cuento forma parte del libro Las codornices y otros relatos.
El Premio Cortázar representa más que un reconocimiento: es la culminación de años de trabajo y dedicación en busca de la excelencia narrativa. «Ganar el Cortázar fue una meta largamente deseada. No soy competitivo, pero sí exigente conmigo, y durante un lustro lo intenté», confiesa el autor. Durante ese período presentó textos de gran complejidad argumental como El año del cerdo y Anatomía de la tempestad, que obtuvieron menciones. Sin embargo, fue Las codornices, una historia más breve, concisa y directa, la que finalmente le dio la victoria.
Rodríguez reflexiona sobre el significado de los premios literarios con una madurez que trasciende el logro personal. «Nada es absoluto ni azaroso. Un premio no avala una obra literaria, pero sí ofrece señales acerca de su calidad manifiesta. No ganarlo tampoco es signo de precariedad del autor o de su texto. Independientemente de la naturaleza o el tono de las historias, la escritura es, para mí, una fuente inagotable de felicidad».
—Las codornices, según acta del jurado, está contextualizado en la Cuba contemporánea y aborda «la crueldad detrás de los actos cotidianos y la banalidad del mal». ¿Qué le inspiró a tratar estos temas? ¿Por qué le resultan relevantes?
—Me dio mucho placer escuchar plasmada en acta la esencia de mi cuento, cualidades que, incluso, descontextualizan el relato y permiten ubicarlo en otros contextos, como apuntó el periodista y narrador argentino Alejandro Stilman, integrante del jurado junto a Roberto Méndez y Norberto Codina.
«El escritor es un testigo, e incluso las historias producidas bajo el amparo de la ciencia ficción y la fantasía suelen referir, indirectamente, el contexto que las genera. Las transformaciones ostensibles en el entramado de la sociedad cubana actual, que generan vulnerabilidades, son terreno fértil para historias como la que cuenta Las codornices.
«No es un relato real, no está inspirado en un hecho concreto, pero sus personajes pululan a nuestro alrededor. Para hallarlos, como en aquella película terrible de Elem Klimov, Ven y mira. Ahí está la fuente de las historias que cuento».
—Ha descrito su relato como breve y de temática realista, sin artificios ni complicaciones técnicas. ¿Cómo fue el proceso creativo y de escritura para este cuento?
—Hallar un argumento, o al menos el indicio de una historia, suele partir de un personaje y su conflicto, de una frase suelta o desde el atisbo de un final. A veces, lo único que tengo es el final, lo que implica imaginar la historia al revés, desde su causalidad. Este es el comienzo de un intenso proceso creativo.
Su duración depende de la motivación, la naturaleza de la historia, la complejidad de su argumento, la cantidad de personajes y del «ruido» que añada mi realidad cubana, con los apremios más perentorios del vivir.
«Las codornices nació de un tirón y avanzó rápidamente. Siempre tuve claro qué iba a ocurrir, lo que deseaba mostrar, los personajes que intervendrían y, sobre todo, los matices. Tenía bien definidos el tono de la narración: frío, seco, desapasionado; la trivialidad del diálogo y sus matices, que es lo más significativo dramáticamente, y sabía el final, a dónde quería llegar.
«Lo demás fue artesanía, manufactura, pulimento; igual que en términos culinarios, respetar la proporción y el tiempo de cocción».
—¿Cómo describiría la atmósfera y los personajes del cuento? ¿Hay algún simbolismo detrás de Las codornices?
—La atmósfera es reseca, la historia monocorde, el ritmo monótono, el contexto simbólicamente agreste. Los hechos son irrelevantes; los personajes, grises, vulgares, intrascendentes. Todo está entredicho, sugerido, supuesto.
«Creo que, en materia formal, logré lo deseado. Mientras escribía, siempre tuve sobre mí los ojos de ese niño silencioso, que es uno de los personajes y cierra semánticamente el relato. Todavía me mira».
—¿Qué mensaje espera transmitir con Las codornices a los lectores, tanto cubanos como de otros países?
—El escritor es un testigo. Incluso involuntariamente, deja testimonio de la época que le tocó vivir. Esta frase siempre me hace reír, porque dota a la existencia de una supuesta dosis de azar, de un aire de naipe trucado, de dados cargados, de ruleta rusa.
«La literatura es menos intencionada que el periodismo, menos apegada a lo inmediato, menos comprometida con la relatoría de los hechos, pero igualmente válida y contundente en su función. Sin embargo, lo que es un fin en sí mismo pierde su encanto. Cuando te conviertes en un activista, te metes a profeta, te propones transmitir un mensaje, o disfrazas un manifiesto como historia de ficción, cuando sucumbes a la tentación de “editorializar”, el escribir pierde ese encanto que lo hace mágico, taumatúrgico, catártico y otras cuantas esdrújulas.
«Ponerme solemne y creerme cosas le quitaría todo encanto a la escritura. A mí lo que me gusta es escribir. Lo demás viene, si es que llega, por añadidura. Además, tampoco te lo puedes tomar demasiado en serio, porque la vida es un aleteo entre dos eternidades, el papel combustiona espontáneamente a los 451 grados Fahrenheit y el universo está lleno de meteoritos que atraviesan el espacio como pedradas de Dios, descuajeringando mundos».
—El Cortázar se suma a otros reconocimientos en su carrera. ¿Qué lugar ocupa este galardón en su trayectoria como escritor?
—Marca un hito profesional, una especie de nueva asta cobrada en la pared del cazador, donde nunca estará la cornamenta del ciervo sagrado, porque esa pertenece al mundo de los mitos, en el cual la perfección es un espejismo. Sobre todo, significa otra razón para seguirlo intentando, para creerme escritor, un puntapié al síndrome del impostor que me visita a veces. Significa otra oportunidad de llegar a los lectores, ahora con el libro de la editorial Letras Cubanas, que contendrá el premio y las menciones, y se presentó como de costumbre en la Feria Internacional del Libro de La Habana, el pasado 20 de febrero.
—Después de este premio, ¿se ha planteado explorar otros géneros o temáticas en sus futuras obras?
—Todavía ando como zombi, obnubilado por el premio, como conviene al tipo tímido e inseguro que soy. El Cortázar llegó al cabo de un año especialmente arduo para mi familia, cuyo colofón fue la muerte de un ser querido, alguien que lo hubiera celebrado con entusiasmo, aunque no llegó a leer ese cuento. Por eso, ha sido tan importante para nosotros.
«Pronto retomaré algunos proyectos postergados y daré fin a otros detenidos en diferentes etapas del proceso. Ahí se incluyen, a corto plazo, un par de libros de cuentos para niños y una novela para adultos, que debe cerrar el arco iniciado con mi primera novela, Majá no pare caballo, publicada por Ediciones Holguín en 2003. Otros proyectos deberán ser desechados, pues he perdido el impulso que los generó.
«El año 2025 se extiende en el horizonte como un potrero lleno de promisorias potencialidades creativas, si me alcanzan las fuerzas, la salud, el tiempo y la alegría».