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«La sátira es un retrato incómodo de los hechos»

Osmani Simanca siempre fue amistoso y sociable con todos los colegas que por los años 80 intentaban hacerse de un espacio y un sello propio dentro del gremio de artistas de la plástica, la literatura y otros géneros

Autor:

JAPE

Quizá no sepan que muchos autores que escriben textos de humor, alguna vez exploraron el mundo de la gráfica y viceversa.

Son actos de creación que tienen mucho en común, aunque el lenguaje y el soporte difieran, pero el artista encuentra en ambas expresiones igual fuerza de comunicación y eficaz manera de satisfacer su vocación profesional.

En todos los tiempos hubo quienes desarrollaron tales habilidades. Lograban hacer buenos textos y excelentes dibujos, que publicaban con mucho éxito. Ese es el caso del santaclareño Osmani Simanca (1960), a quien conocí en La Habana hace muchos años, cuando todos éramos jóvenes y comenzábamos en esto de hacer del humor y el periodismo, un arte y un sueño.

Osmani siempre fue amistoso y sociable con todos los colegas que por los años 80 intentaban hacerse de un espacio y un sello propio dentro del gremio de artistas de la plástica, la literatura y otros géneros. Graduado en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro, y licenciado en Artes Plásticas por el Instituto Superior de Arte, estuvo mucho tiempo publicando en nuestros suplementos de humor, particularmente en dedeté. Luego emigró a Brasil, donde sin dudas maduró como profesional y se convirtió en el excelso y prolífero artista que es hoy, siempre desde posiciones muy revolucionarias en el arte y en la vida.

Siempre ha mantenido lazos de amistad e intercambio profesional con la Isla y con algunos de sus creadores, como es el caso de Arístides Hernández (Ares), con quien ha compartido muestras y proyectos en diferentes galerías del mundo.

Simanca ha recibido premios en salones y bienales de humorismo gráfico en Portugal, Estados Unidos, España, Italia, Bélgica, Grecia, Brasil y Cuba. Como reconocimiento a su trayectoria artística el Ministerio de Cultura de Cuba le confirió la Distinción por la Cultura Nacional, y los estados brasileños de Piauí y Bahía le otorgaron también importantes lauros.

De por qué razón finalmente se decidió por las artes gráficas quizá está expuesto en esta consideración suya al respecto: «Los textos hay que leerlos. No hay cómo escapar del impacto de un dibujo, cuando abres la página ahí está él, para que te rías, pienses o te ofendas, todo eso de un tirón».

Aunque su obra gráfica supera con creces aquellos textos de antaño, Simanca no ha dejado de escribir, reflexionar. Ha comentado en más de una ocasión, y en diversos artículos, su posición como artista y creador consecuente y comprometido:

«El trabajo del caricaturista político está cada vez más difícil. Los espacios van desapareciendo por motivos editoriales o porque algún fulano puede sentirse molesto. La sátira es un retrato incómodo de los hechos. No es algo para agradar a todos, ya que se trata de un trabajo de opinión.

«La esencia de mis ideas continúa siendo la misma: en defensa de la democracia, de la libertad de expresión, del estado laico; contra el autoritarismo, la intolerancia y el fanatismo. Mis caricaturas son contra la tortura, la homofobia, la xenofobia, el racismo y la injusticia. Estoy en contra del impeachment, el golpe y el fraude», señaló Osmani Simanca, en una entrevista que le fuera realizada en Brasil hace unos años.

Un cuento de amor

Lo conocí una bella mañana de octubre, al penetrar por primera vez en la empresa en que me habían ubicado cuando me gradué. Lo vi y todo mi cuerpo se estremeció; su imagen era algo pequeña, pero interesante; se le veía frío y calculador, calculador a tal punto que cuando decía una hora, la decía exactamente; era así de puntual.

Es de pensar que todos lo amaban; yo también lo amé desde el primer momento en que lo vi, como dicen en las películas, yo me morí por él. Tanto es así que mis relaciones con mi esposo comenzaron a ser tensas, las discusiones aumentaban; yo no dejaba de pensar en él; había una diferencia abismal entre ambos: mi esposo era la impuntualidad personificada y él, sin embargo, lo contrario. Pienso que quizá por eso me enamoré de él. Todas las mañanas lo veía y él me saludaba con una frase corta. Nunca supe si él también me quería; era muy poco comunicativo, pero reservado, cualidad que siempre le admiré mucho.

Mis relaciones matrimoniales no duraron mucho tiempo; permanecí sola el resto de mi vida; hablé con él infinidad de mañanas y tardes; siempre me respondía con la misma frase; pasaron muchos años y yo amándolo con frenesí.

Lo monté conmigo en la guagua, y me lo llevé; él había conocido infinidad de gentes; llegamos a casa y nos acomodamos. Al otro día los compañeros notaron nuestra ausencia y fueron a buscarnos a mi casa. Nadie comprendía que nos amábamos, pues como regularmente sucede, la belleza suele destruirse. En ese momento me di más cuenta de eso. Yo grité histérica que no se lo llevaran. Los compañeros me aguantaron.

Ahora, de cuando en cuando, aquí en el hospital siquiátrico, la nostalgia me invade; lo extraño infinitamente a pesar de que aquí hay uno que se le parece muchísimo pero no lo amo, yo solo quiero aquel, como dice la canción; el que hay aquí también es reservado, callado e introvertido, también dice la misma frase: «Chákata», pero no me gusta; yo solo amo y amaré al relojito tarjetero de mi centro de trabajo.

Osmani Simanca, dedeté 1984

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