Homenaje a Félix Mondejar Pérez. Autor: Adán. D. Publicado: 24/08/2023 | 08:38 pm
Construido bajo el auspicio del capitán Mateo Aceituno en 1544 y hecho una birria por los cañones del pirata Jacques de Sores en 1555, el Castillo de la Real Fuerza alberga bajo su techo miles de armas antiguas además de cobijar bajo sus aguas miles de guajacones no tan antiguos como las armas. Allí, precisamente en el foso, que cualquiera confundiría con una fosa, se ha montado una de las más atrayentes exposiciones que recrean la vista del paseante, del turista y de la Giraldilla, que de vez en cuando se asoma para echarle una ojeada.
Desde cualquier ángulo que se contemple, en el tramo comprendido entre el Palacio del Segundo Cabo y la explanada que da por Tacón, se muestran objetos del más exquisito arte: la mitad de un orinalito de porcelana, de la dinastía Ming, subyace bajo las tranquilas aguas; asoma por allá un neumático de fotingo que data del primer cuarto de siglo; tres cajones Ferroimport, legítimos, sobriamente encallados y enclíticos en una roca que emerge, simbolizan, tal vez, el desembarco de Colón con sus tres carabelas. Y decimos tal vez porque no sabemos a ciencia cierta cuál fue la intención del artista que los colocó allí. Por el lado del poniente emerge un trozo de listón que el ojo inexperto tiende a confundir con una tabla cualquiera; sin embargo, se trata de una parte de la balaustrada que adornaba la barbacoa en la bodega del gallego Fungueriño (Aguacate y Compostela, víveres y licores finos importados y del país), de la cual solía colgar ristras de ajos y pencas de bacalao.
¿Y qué decir de las piezas de espuma plástica, representativas del arte escultórico contemporáneo, que flotan en la superficie trémula? Desde minúsculos trocitos, sabiamente moldeados por la mano del escultor, hasta bloques irregulares de medio metro cúbico, flotando al antojo de la brisa, la marea, o el mareo; unas veces, agrupados para formar un conjunto de singular belleza plástica; otras dispersas a su libre albedrío, lamiendo el basamento del baluarte, como a un frozen de chocolate; y en ocasiones, impelidos a su antojo por los guajacones, constituyen la nota (y la nata) originalísima que cubre las aguas del foso. Y ahí radica lo sui géneris de esta exposición: su dinamismo. No se trata de una muestra inmóvil que con verla una vez ya resulta suficiente, como las películas de Bruce Lee, sino de una exhibición cambiante que en cada momento forma un paisaje diferente, varía la forma y el contenido pues cada instante hay algo nuevo. Prueba de ello lo constituye el aporte que desde ayer asoma desafiante por sobre el nivel de las aguas: dos patas y media de una silla turca.
No deje de visitarlas, dele una vuelta a la Plaza de Armas, tómese un vaso de agua en La Tinaja y llegue hasta el borde del foso para que se extasíe en la contemplación de esta galería acuática en la que se ha puesto el mayor empeño con el fin de aparentar que se trata de un montón de inmundicias arrojadas allí por manos inescrupulosas. Les aseguramos que el propósito se ha logrado.