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La urgencia de contribuir

Para la joven investigadora y profesora universitaria santiaguera Ada Elena Lescay, la AHS es también tribuna en el debate público sobre los temas de hoy

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

Santiago de Cuba.— Quizá porque creció admirando la obra de su tío, el reconocido artista plástico Alberto Lescay, en un principio se inclinó por las artes visuales. Después vino la fascinación por la sicología y el voleibol; llegó a imaginarse haciendo historia en un equipo a la usanza de aquellas morenas del Caribe.

Por suerte se dio cuenta de que lo que más le gustaba era escribir: «Sentía que tenía cosas que decir», comenta. Entonces dejó a un lado todo lo demás, y como también era admiradora de los artistas, sus estilos y tendencias, en 2009 entró a la Universidad de Oriente (UO) para cursar la carrera de Historia del Arte.

De aquellos días universitarios recuerda con cariño cómo, arrastrada por el ímpetu bohemio de los «muchachos de Humanidades», conoció de sábados con música en vivo y reunión espontánea de estudiantes y profesores en la Casa del Joven Creador y descubrió a la Asociación Hermanos Saíz (AHS), una estructura que, pasado el tiempo en sus filas, está convencida de que tiene mucho que aportar a una joven con inquietudes no propiamente artísticas, como ella.

Hoy Ada Elena Lescay González es profesora del Departamento de Historia del Arte de la Facultad de Humanidades, en el Alma Máter oriental. Es máster en Estudios Cubanos y del Caribe y una inquieta investigadora, sobre todo en el campo de la antropología, con una amplia formación de posgrado, que prestigia la Sección de Crítica e Investigación de la AHS en Santiago de Cuba.

Sus textos son frecuentes en espacios de crítica cultural y en publicaciones como La Jiribilla y el Caimán Barbudo. Sus juicios, agudos y desenfadados, se escuchan en importantes eventos de Santiago y el país.

Imparte clases en las carreras de Periodismo e Historia del Arte en la UO, y confiesa que «disfruta mucho» la experiencia de contribuir a la formación de profesionales de tanta preponderancia a nivel social.

«La docencia es como el cierre de tres cosas que me gustan mucho: leer, escribir y enseñar. Adoro enseñar, no porque tenga muchas cosas que decir, sino porque te obliga a estudiar y es una oportunidad de transmitir lo aprendido. Es un proceso muy enriquecedor; los muchachos te aportan muchísimo, sobre todo de lo que está sucediendo».

Con la universidad llegó también la antropología: «La descubrí y me di cuenta de que es lo que hubiese querido estudiar. Es una ciencia que aporta mucho en la investigación de la otredad; siempre ha estado muy asociada al estudio de las llamadas minorías, que en realidad no son tales. Esa es la razón por la que me acerco a este campo.

«Cuando me gradué, en 2014, fui a trabajar al Centro Cultural Africano Fernando Ortiz, y gracias a la Doctora Marta Cordiez, su directora, y a Zoe Cremé, subdirectora, pude encauzar esas inquietudes. Incluso hice un Diplomado que me ha sido muy útil: mis estudios actuales le deben mucho a las herramientas de esa ciencia».

Puede que algún prejuicio racial le alcanzara alguna vez; en cambio asegura que nunca se ha sentido relegada por ser joven. Pero esta muchacha locuaz e inteligente, amante de escuchar música y ver audiovisuales (sobre todo series históricas); a la que le encanta organizar salidas, irse a bailar con los amigos, aventurarse en la carretera para participar en eventos, se sabe parte de una generación comprometida y deseosa de aportar.

—Tus estudios te vinculan con temáticas como el racismo. ¿Cómo crees que los jóvenes investigadores pueden contribuir a desterrar flagelos como ese?

—Las dinámicas culturales actuales son muy acertadas en el hecho de que es un tema del que hay que hablar; pero me preocupa que se convierta en una campaña más en el debate público. Por otro lado, no se trata solo de hablar, sino de encontrar caminos, soluciones.

«En mis clases siempre dedico tiempo a cómo han sido representadas desde el arte todas las minorías: hablamos del tema de género, del racismo, de la comunidad Lgbtiq+. Creo que es importante revisitar la historia y ver cómo los principios antirracistas han estado siempre unidos a la formación de la nacionalidad y resaltar una serie de figuras que han estado invisibilizadas.

«Igualmente hay elementos de la subjetividad que deben transformarse: los medios de comunicación deben proponerse lidiar contra todos los estereotipos; hay que trabajar por barrer los esquemas de la mujer mulata sexualizada y del negro músico, delincuente o deportista.

«Urge dar una visión diferente, hay que visibilizar más a la familia cubana negra, mulata o mestiza. Pero no la que debe ser asistida o ayudada, sino la que ha logrado insertarse en la sociedad y aporta profesionales al país; esas son acciones que pueden ayudar a dinamitar los estereotipos raciales que todavía existen.

«Pero la problemática no se circunscribe a las personas negras. Hay muchos estereotipos con los orientales y hay sátira contra los homosexuales que también deben ser desterradas. Debemos tener un compromiso con estos asuntos, porque forman parte de la cultura cubana.

 «A mis alumnos de Periodismo que se dedican a la realización les insisto en eso, y a los que tienen una posición más desde la crítica, les insto a estar alertas y prevenir. Son cuestiones urgentes, como lo es el tema medioambiental y el construir consensos para el bienestar social. Eso nos puede ayudar a ser una mejor sociedad».

Esta joven con experiencia en la curaduría de exposiciones, que actualmente se empeña en su tesis de doctorado sobre el patrimonio cultural, recalca que asuntos como el papel de la crítica y los consumos culturales son también cruciales.

 «Más que de crítica de arte, prefiero hablar de crítica cultural. Ya no basta con hacer valoraciones del arte tradicional: hay que hablar de cómo funciona la cultura, los medios de comunicación. Todo crítico, además de un gestor de opinión, es un servidor público, tiene una función orientadora de los saberes de la población».

Consecuente con esa visión, Ada Lescay se enorgullece de ser parte de una Asociación que, con 35 años recién cumplidos, luce robusta en el país, pero que como todo tiempo joven, tiene aún deudas con su andar.

«La Asociación tiene que trabajar mucho más en su historia y memoria. Aún no se ha recogido en un material audiovisual o un libro, nuestro devenir como organización; eso es importante, porque te permite saber qué has logrado y hacia dónde debes ir; hablo de una historia polifónica, no solo de La Habana, sino de todo el país.

«Igual creo que deberíamos divulgar un poco más los preceptos ideológicos, políticos, estéticos de la organización, no solo los mecanismos para entrar; eso puede fortalecer el sentido de pertenencia. Y sobre todo, creo que la Asociación no debe separarse nunca de su espíritu de vanguardia, más allá del eslogan; defender lo más renovador en el ámbito artístico y ser también transgresora en la postura política.

«Hemos conquistado espacios, nos posicionamos en las redes sociales; quizá podríamos intentar llegar más a las comunidades, para que el arte joven también alcance a los que no tienen Internet».

Dice estar convencida de que contribuir a la promoción de un pensamiento cuestionador sobre estos temas es su responsabilidad: «Afortunadamente hay muchos jóvenes como yo, que investigan estas temáticas y tienen un compromiso social grande. Creo que lo que tenemos que hacer es poner nuestro granito de arena. A lo mejor lo que hago no es tan importante, pero quiero contribuir.

«Y definitivamente la AHS es un espacio de oportunidades también para eso: no solo porque visibiliza el quehacer de sus miembros, sino porque apuesta por poner en el debate público los temas más acuciantes de hoy. No es el único, pero para mí es el espacio idóneo para el crecimiento de los nuevos».

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