Caminos que no conducen a Roma. Colonialidad, descolonización y contemporaneidad, exposición con la cual fue inaugurada el viernes último, la 14ta. Bienal de La Habana. Autor: Tomada del perfi l de Facebook de Maité Fernández Barroso Publicado: 13/11/2021 | 11:17 pm
Recorrer los 37 años de la Bienal de La Habana no es un paseo en sepia por las artes visuales de los marginados y subdesarrollados. No es hurgar en el pasado, ni remover el legado de un espacio abierto y emancipador. Regresar en la historia permite, entre tantas cosas, valorar los modos de hacer, percibir y proyectar las manifestaciones artísticas; cuánto hemos avanzado en la búsqueda de aquellos elementos particulares de nuestras expresiones culturales que, a la vez, entrelazan a tantas regiones del mundo.
Desde Cuba se pensó, propuso y creó un evento de intercambio. Un encuentro de artistas, críticos e investigadores inmersos en su período histórico. El año 1984 fue el inaugural; a partir de esa fecha la Bienal se extendió como mano amiga para todo arte invisible o segregado por los centros culturales dominantes.
«La cita cubana se inserta dentro de la fundación del Centro Wifredo Lam, en 1984, concebido con dos objetivos piramidales: honrar de manera póstuma la vida y obra de uno de los grandes pintores de América, cuyo legado de correspondencias simbólicas y culturales intentó dar solución a las contradicciones entre lo local y lo universal en los años 40 y 50 de la pasada centuria… e investigar y promover las expresiones visuales de una vasta porción del planeta conformada por Asia, África, Medio Oriente, América Latina y el Caribe, sin excluir a las diásporas de esos orígenes con asiento en países del Primer Mundo», destaca para Juventud Rebelde José Manuel Noceda Fernández, uno de los curadores más versados de nuestras bienales.
De alguna manera La Habana se vuelve faro en la oscuridad de los pueblos y culturas del sur, al lograr cierta cohesión visual de sus realidades comunes. El arte atrajo a miles de expositores en tantos años. La Bienal de La Habana triunfó al ser vitrina prodigiosa para el arte joven y experimental. Cada
edición, a pesar de los inconvenientes surgidos, ha sabido replantear este reto que los juzga y a la vez los identifica.
«El equipo de curadores que organiza el evento, hoy integrado por algunos de sus fundadores, especialistas de experiencia en el campo del arte y jóvenes que se han ido incorporando al centro, tiene un sistema de trabajo que investiga la producción simbólica de las diferentes regiones y culturas del mundo, y sobre los resultados de esos estudios se erigen el proyecto curatorial y el eje conceptual de la Bienal», ratifica Norma Rodríguez Derivet, presidenta del Consejo Nacional de Artes Plásticas y una de las principales voces de estos megaeventos culturales.
Y añade: «A partir de ese momento comienza un proceso de negociación con los artistas propuestos, cuyo cierre tiene lugar prácticamente cuando se está planteando el próximo relato. Desde siempre se ha propiciado el intercambio de los expositores cubanos con sus pares de nuestra América y del resto del mundo, a los que el evento les ha permitido
conocer de primera mano la realidad de Cuba».
Transitar por la historia de las bienales permite ver los esfuerzos, esos que, como el vino, necesitan tiempo para mostrar su mejor versión. Muchos equipos curatoriales han dejado su conducción y presencia. Han potenciado, o no, conceptos y perspectivas personales sobre los caminos de las artes visuales. Cada experiencia abre o cierra nuevas interrogantes. Fue así que se decide limar las diferencias surgidas y acabar con la política de premios establecida en las primeras ediciones de 1984 y 1986, pues el propósito real era visibilizar las obras expuestas, no fomentar el carácter competitivo entre ellas.
«En los años 90 del siglo pasado, que para muchos de nosotros fueron los más difíciles de nuestras vidas, nunca dejó de hacerse la Bienal, y quienes saben dicen que en esos años se gestaron las exposiciones más hermosas. Por primera vez se salió de los museos a las calles, plazas y parques, incluso a las casas de los cubanos, para “cambiar las cosas”, y se decidió realizar el evento cada tres años. Desafortunadamente la última pudimos hacerla solo cuatro años después de la fecha, pero la hicimos», comenta Rodríguez Derivet.
El tiempo dictó que la danza, el teatro, el cine, e incluso la música y la literatura, eran elementos que aportaban y nutrían todo aquello que llamábamos visualidad. La hibridación del arte se hizo presente y necesaria, casi protagónica.
De acuerdo con Noceda Fernández, la Bienal se convierte en un evento temático que articula su plataforma teórico-expositiva a una metodología curatorial con fundamento en la investigación. «Más de 35 años de vida testimonian en ella el tránsito de lo bidimensional al arte objeto y las instalaciones; de la fotografía analógica y el video monocanal al campo digital y las mediaciones tecnológicas; o a la práctica en ascenso de acciones y performances. De un entender el arte puramente representacional o anclado en inquietudes de lenguaje a estrategias de base conceptual y problematizadora.
«También el paso de la visión “presencialista” de obras y proyectos para su contemplación y disfrute en espacios interiores o tipo cubo blanco, a las producciones lúdicas, interactivas, pensadas para el espacio público; a los desbordes inter-multi y transdisciplinares y las orientaciones de inserción social del arte, sean estas más o menos innovadoras», explica.
La contemporaneidad conceptual que llega a esta 14ta. edición exige nuevos modos de ver y hacer. La Bienal no ha sido camisa de fuerza para los expositores y demás participantes, y nadie está obligado a formar parte de un proyecto que no comparte.
«Todos los días recibimos numerosas solicitudes desde provincias cubanas y de otros países, de artistas, curadores, fundaciones y museos interesados en formar parte de esta Bienal de La Habana», señala Norma Rodríguez Derivet.
La 14ta. edición, igual que sus predecesoras, exhibirá cientos de obras y todos los espacios necesarios para socializar esos talentos que no tienen cabida en las grandes galerías ni en los catálogos más importantes del arte mundial. Durante los próximos cinco meses y medio, nuestra capital será anfiteatro para esta gran puesta en escena de las artes visuales.
Se trata de una mirada crítica, analítica, inclusiva, que privilegia la libertad que debe ser alma y alas de todo artista y su obra. Se centra en la reflexión, la defensa del espacio antihegemónico, en la democratización del arte para especialistas y público en general. Se trata de hacer viable el arte con la vida en el planeta.
«No es una cuestión generacional, pues en la voluntad de oxigenación y cambio intervienen artistas consagrados con la compañía de una pléyade de figuras emergentes ávidas por expresar sus ideas acorde con los tiempos que corren. Esa voluntad permanece intacta hasta nuestros días», explica Noceda Fernández, mientras resume la esencia de una nueva edición «ahora desde el prisma de nuevos conceptos y enfoques en ese empeño por desentrañar los comportamientos entre el presente que habitamos y el futuro indescifrable a la vuelta de la esquina».