Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

«Yo lo he leído y no me parece tan bueno»

Muchas otras historias viví junto a Elio, y otras las conocí por sus cuentos de incansable narrador

Autor:

JAPE

Cuando Elio Menéndez publicó su volumen Swines a la nostalgia (que recoge algunas de sus crónicas más sobresalientes por llamarlo de alguna manera, porque para mí: muy buenas, eran todas), ya hacía años que disfrutaba de la amistad de ese gran hombre, gran profesional, y maestro de varias generaciones de reporteros deportivos. Aquel libro trajo a mi mente una anécdota de la cual fui coprotagonista, (hablando en términos cinematográficos) y que comenté entonces. Hoy, cuando la triste noticia de su adiós final aún nos invade, vuelvo a recordar aquella tarde que ilustra en hechos la grandeza y modestia de nuestro amigo Elio, que fue un gran lector del dedeté (al igual que su esposa Cary), y en particular de la columna que he atendido por casi 30 años. Siempre en nuestros encuentros, ya fuera en Juventud Rebelde, o en su casa, comentábamos del dedeté, nuestros amigos comunes periodistas y caricaturistas. Nuestras habituales charlas se vieron cada vez más distanciadas por los avatares de la vida.

 Corrían los años que culminaron la penúltima década del pasado siglo (finales de los 80, por si alguien no entendió la parábola). Yo fungía como auxiliar de corrección de la Revista Opina y junto a su corrector de plantilla, un señor talentoso y algo majadero llamado Ruperto, leíamos todas las galeras de prueba de textos de la mencionada publicación; que se «tiraba» en los talleres y rotativa de Prado, el mismo edificio que contiene aún a la Editora Abril. Allí conocí a Elio por mediación de Marcelo, un linotipista fuera de serie, y por los trabajos que el maestro Menéndez publicaba en la popular revista. Una crónica sobre Baby Ruth fue la que dio comienzo a nuestra incipiente amistad que aún no me permitía ver la genialidad de Elio, más allá de sus insuperables escritos, pero muy pronto tuve la oportunidad de medir su talla extra, de campeones…

 Ambos éramos vecinos del Cerro y un día coincidimos en una Ruta 17 (Palatino-Belascoaín y Salud, para los más jóvenes), rumbo a ese municipio. La Serie Selectiva de Béisbol estaba en su punto, y en cualquier lugar se comentaba sobre pelota. Muy rápido nos vimos incluidos en una suerte de esquina caliente en pleno ómnibus.  Alguien introdujo el tema de los reporteros deportivos, sus comentarios y posiciones acerca del candente tema. Se mencionaron nombres que no recuerdo, y otros que por ética (y por no aportar nada a la historia) no repetiré.

 El clímax se produce cuando un apasionado fanático concluyó: «Mire compadre, para mí el mejor..., el mejor (recalcó) es Elio Menéndez».

 No voy a negar que por poco «meto la pata», porque mi primera intención fue descubrir al incógnito y decir: ¡Él es Elio Menéndez! Pero el viejo, como muchos le decíamos cariñosamente, con una mirada suspicaz y una sonrisa, frenó mi ímpetu y respondió al susodicho parcial: «Yo lo he leído y no me parece tan bueno». Después de eso, no había más que decir.

 Muchas otras historias viví junto a Elio, y otras las conocí por sus cuentos de incansable narrador. Quizá un amigo común, mi exvecino Luis, esté leyendo estas líneas y otra vez recuerde cuando de niño jugaba pelota con Elio, que desde entonces ya mostraba esa gran habilidad para el diálogo y el periodismo, profesión que nunca estudió. Todo su talento se desarrolló de manera empírica, quizá porque había nacido para ser reportero deportivo, y fue de los mejores.

 En los últimos años, cuando aún dirigía, junto a Yaser Porto, el programa Béisbol de Siempre, del canal Tele Rebelde, varias veces lo llamé para que participara con nosotros en el espacio. Con mucha amabilidad me dijo que no se hallaba con deseos de salir por la televisión. Sentía mucho lo que estaba pasando con el béisbol nacional, y el deporte cubano en general. Aunque esta vez no compartía del todo sus planteamientos, agradecí enormemente su sinceridad, su muestra de confianza, amistad, y algo que siempre lo identificó: la lealtad a sus principios y al deporte revolucionario cubano.

 Al final de cada llamada telefónica quedábamos en vernos en su casa en la calle Churruca, para hablar un poco de todo, incluyendo el dedeté. Está visita quedó pospuesta eternamente, junto a su recuerdo, que será imperecedero.

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