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Toques de amor para títeres helados

 Títeres de Hielo, de Teatro Viajero, fue una de las propuestas que nos trajo la más reciente edición de la Jornada Habana Titiritera 

Autor:

Frank Padrón

La Jornada Habana Titiritera trajo de todo como en botica… o, simplemente, como en la escena cubana, cada vez más variopinta e inclusiva, afortunadamente.

Una de las propuestas más singulares, que también mostrara la sala de El Ciervo Encantado, fue Títeres de Hielo, de Teatro Viajero. Como indica su nombre, las figuras son justo de agua en su estado sólido, y ya por la curiosidad que ello despierta la puesta de Carmela A. Núñez Linares, quien junto a Leovaldo Díaz Fernández se encarga de la animación y actuación, ha generado entusiastas acercamientos.

Partiendo de textos escritos por Shakespeare, Carlo Collodi y Roberto Espina, los titiriteros reflexionan sobre la vida, su fugacidad y aun así necesidad de compromiso y definiciones, en pasajes que muestran tanto a actores capaces como a profesionales de la marioneta, las cuales, dicho sea y no de paso, son un ejemplo de rigor e imaginación en su insólita estructura.

Solo que, si apreciada en su conjunto la puesta resulta motivadora, cuando se «desgrana» los resultados detentan cierta irregularidad; digamos, Hielocho (evidente juego con el célebre muñeco de palo al que crecía la nariz cuando mentía) queda a mitad de camino entre el discurso infantil y el adulto, mientras Dos en una República se antoja un tanto abarcadora en su alcance, por lo cual se desearía mayor desarrollo de ciertos ítems solo esbozados.

Luces y banda sonora, así como las imágenes proyectadas contribuyen a que esta entrega original no se «derrita», sino que convoque al aplauso, aun más cerrado y entusiasta a medida que se pulan y amarren detalles como los apuntados.

Sarah María Cruz y Jose Ignacio León llevaron a escena recientemente con su grupo Teatro del Sol un célebre texto: Arte, de la dramaturga francesa Yasmina Reza (Un dios salvaje). La compra de un cuadro genera inquietudes y disquisiciones en torno a lo artístico, pero ello se desborda y roza cuestionamientos afectivos, ontológicos y sociales que se mezclan en un rico tejido dramático, donde los diálogos esconden subtextos aún más sugerentes que lo que explicitan.

Los adaptadores han sustituido a uno de los amigos —son tres hombres en el original— por una mujer, lo cual no es solo legítimo sino que arroja matices enriquecedores a las complejas relaciones que se establecen entre los personajes.

Aunque la enjundia de la letra llega a los espectadores, si hemos de hacer caso a la autora (quien ha lanzado la discutible afirmación de que «el texto es lo menos importante del teatro») sería pertinente para futuras representaciones un mayor dinamismo en la puesta, pues en ocasiones, sobre todo en la primera parte, se aprecia cierta caída del ritmo que pudiera distraer o no lograr en el público toda la concentración que lo enunciado transmite, lo cual tal vez se lograría con un trabajo más esmerado en rubros como la banda sonora o los diseños de luces y escenografía.

Las actuaciones del mismo León, Yía Caamaño y Lázaro Rivera (este con ciertos énfasis físicos que debe limar) son notables y llevan a buen puerto sus interesantes caracteres.

Sin lugar a dudas, uno de los estrenos más «sonados» de la temporada ha sido Toc Toc, de Seine Saint-Denis (Montreuil, 1959), famoso humorista y dramaturgo muy temido por sus «cámaras ocultas» y sobre cuya obra de marras (llevada exitosamente al cine español) ha hecho una versión Hugo Alberto Vargas con su colectivo A Teatro limpio.

Una metáfora sobre la alienación en la agitada y estresante vida actual se concreta en el consultorio de un fantasmagórico siquiatra donde se reúnen pacientes de los más raros e increíbles hábitos: desde el gritón incontenible de obscenidades hasta la maniaca de limpieza, pasando por la beata insegura de sus actos y pertenencias o el versado en operaciones matemáticas y cálculos de todo tipo.

Vargas ha logrado una puesta fluida y simpática, que permite el lucimiento de casi todos sus bien entrenados y carismáticos actores, solo que el texto requiere una indudable poda, pues, ya a partir de la segunda mitad se torna reiterativo; alarga y repite los mismos chistes provocando el agotamiento del, sin embargo, entusiasta auditorio.

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