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¡Hasta siempre, Churry!

Octavio Rodríguez fue un gran amigo del público y de los humoristas, de todos. Su personaje Armando Churrisco, queda en los anales de la historia del humor cubano, como uno de los grandes; a la altura de aquellos que él tanto admiraba

 

Autor:

JAPE

Aún conservo una foto de mediados de los años 80, en la que asistía como espectador a una de las puestas teatrales que se exhibían en la antigua Casa del Joven Creador, entonces sede de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) de aquella época, actual Museo del Ron. Con guion del bisoño grupo literario Nos y Otros, múltiples actores, músicos, incluso los escritores, en una suerte de compañía teatral, y en intensa interrelación con los asistentes, proponían una obra titulada Vida, pasión y suerte de Armando Churrisco. Allí vi por primera vez a Octavio Rodríguez, encarnando ese personaje.

Quiso el destino, y la buena suerte, que años después yo pasara a ser parte de la nómina de Nos y Otros, en su proyecto teatral, y antes de que concluyera la novena década del pasado siglo, volvimos a coincidir, esta vez en el teatro Karl Marx, como parte del Movimiento de Jóvenes Humoristas, que Alejandro García «Virulo» invitaba a presentarse en dicho teatro, sede del Conjunto Nacional de Espectáculos.

Octavio formaba parte del grupo La Piña del Humor, y de manera oficial daba vida a este antológico personaje (Armando Churrisco) que, a petición del actor, Nos y otros le cedió con mucho gusto. Con el tiempo, Churrisco pasó a ser el nombre de pila de este magnífico profesor de la Facultad de Lenguas Extranjeras.

La mayoría de los que integrábamos el llamado Movimiento, nacido en las aulas de nuestras universidades, éramos estudiantes o ya laborábamos como profesionales en otros renglones, que poco o nada tenían que ver con las tablas. Luego de un día de intenso trabajo, como aficionados nos presentábamos en teatros, empresa, escuelas, asambleas, congresos… a cambio de sonrisas y aplausos. Éramos todoterreno y Octavio era uno más entre nosotros: el profe, o el Churry, como le decíamos cariñosamente.

Nos inundaba el entusiasmo, y el sueño mayor de algún día tener una institución que nos representara como humoristas. En cierta ocasión, Octavio nos confesó que él estaba consciente de que esa realidad quedaba para generaciones futuras, que nosotros, los que iniciamos esa vanguardia en el humor cubano, solo tendríamos el placer de ser los pioneros.

No fue así. Unos años después, en 1993, oficialmente se fundó el Centro Promotor del Humor. Octavio Rodríguez estuvo entre los primeros miembros y formó parte de la junta artística desde el inicio.

Todo lo demás que pudiera contarles ya ustedes lo conocen. Con su trabajo y profesionalidad se ganó el cariño de todo el pueblo y de sus colegas. Compartió escenario con todos los humoristas, los más reconocidos y los novatos. Guardo en el recuerdo su antológica presentación con Orlando Manrufo (Mariconchi) en un dúo ocasional, parodiando la canción Amigas.

Octavio Rodríguez siempre tenía un buen consejo a mano y el orgullo, el eterno y merecido orgullo de venir de una familia de grandes humoristas como lo fue su tío Leopoldo Fernández, el gran Tres patines. Con dedicación y ejemplo logró dar continuidad a esa divisa familiar. Su hijo Alejandro siguió sus pasos hasta ganarse el mote de Churrisquito. Ambos conformaron un singular dúo (padre e hijo) que presentaron en múltiples espacios con rutinas al estilo del más auténtico teatro vernáculo.

Fue Octavio gran estudioso y conocedor del teatro y el arte cubano. Su formación académica y pedagógica fue su máximo estandarte y base fundamental de un criterio sólido y sostenido. Por muchos años formó parte de la directiva de la sección de artes escénicas de la Uneac, representando el humor y a los humoristas cubanos en congresos, conferencias, reuniones, y debates de intelectuales en Cuba y en el exterior. Cubano ciento por ciento, añoraba con visible emoción sus años como profesor de ruso y el amor que le profesaron sus alumnos.

Gracias a su habilidad políglota y actoral no lo pensé dos veces para invitarlo a participar en el teleplay Los convidados, donde encarnó magistralmente el personaje de Alexarder Pushkin. Con placer pude constatar su alto sentido de la disciplina y entrega. No sabía qué decirle cuando me llamaba director. «Usted es mi maestro Octavio», y él me respondía: «Y usted es ahora mi director, y eso se llama respeto».

Igual ocurría cuando pedía permiso para incorporar a sus rutinas algún texto que yo había publicado en el dedeté: «Profe, no tiene que consultarme nada, para mí es un placer que usted añada algo de mis textos en su repertorio» «Para mí también lo es —me ripostaba con amabilidad—, pero eso se llama ética… que, dicho sea de paso, se ha perdido».

Puedo afirmar que siempre daba crédito a todos los que colaboraban con sus espectáculos. Su respeto hacia el público era infinito, no importaba la edad ni su nivel social, como siempre destacaba. Incansable luchador contra el mal gusto, la chabacanería y el facilismo artístico. Defensor a ultranza de nuestra identidad y promotor de la vida y obra de los grandes de la cultura cubana.

Por todas estas cualidades, y por la profundidad de su obra como humorista, en 2018 se hizo acreedor del Premio Nacional de Humor, condición que aguardó con estoica paciencia.

Muchos de estos recuerdos se me agolparon en la mente cuando supe de la novedad de su partida. Es posible que la memoria me traicione en algún dato, pero sí estoy seguro de que Octavio Rodríguez fue un gran amigo del público y de los humoristas, de todos. Su personaje Armando Churrisco, queda en los anales de la historia del humor cubano, como uno de los grandes; a la altura de aquellos que él tanto admiraba: junto al nombre de su tío Leopoldo. Descansa en paz, Churry, todos te seguimos queriendo.

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