Ulises Rodríguez Febles Autor: Hugo García Publicado: 25/04/2018 | 07:33 pm
Matanzas.— Perspicaz, polémico y transparente como su obra dramática, periodística y novelística, Ulises Rodríguez Febles (Cárdenas, 1968) no rehúye preguntas y contesta con celeridad. Sus textos para teatro rozan muchas veces el «escándalo», al escribir sobre temas polémicos como la censura de las canciones de Los Beatles en la década de los años 60 (El Concierto), el rechazo a los «gusanos y escorias» que se iban del país durante el éxodo por el Mariel, en la década de los 80 (Huevos), o el drama vivido durante el período especial, cuando un tren atropella una vaca, que aún viva, es descuartizada por los vecinos, entrando en el conflicto de apelar a los principios morales o alimentar a la familia (Carnicería).
Rodríguez Febles también se caracteriza por ser un conversador incansable, de gran modestia, y hábil director de la Casa de la Memoria Escénica, lugar donde se conserva, protege y difunde el devenir de las tablas matanceras y nacionales.
De su prolija carrera es provechoso resaltar que varios de sus textos narrativos fueron publicados en numerosas antologías, y gran parte de sus obras dramáticas han sido llevadas a escena por compañías de la Isla y de otras latitudes.
Reconocido con prestigiosos lauros como el Premio de Dramaturgia Virgilio Piñera y el de Novela Cirilo Villaverde (Minsk), entre muchos otros, recientemente mereció, en el marco de esta Feria del Libro Cuba 2018, el Premio de novela Guillermo Vidal, convocado por Ediciones Unión y la Uneac de la provincia de Las Tunas, por su novela Las últimas vacas van a morir.
Sobran las razones para considerar a Rodríguez Febles como un intelectual de encumbrada cultura, que ha sido tocado por la magia de la palabra, el amor y la cubanía.
—¿Cómo crees que las generaciones futuras verán sus obras Huevos, El Concierto…? ¿Las comprenderán o las creerán un absurdo?
—Se encontrarán con zonas polémicas y complejas de la historia de su nación, con claves que permiten desentrañar nuestro entramado social, y que no deben obviarse, por lo que uno como autor dramático tiene la responsabilidad cívica y ética de reflejarlas. Las generaciones futuras se toparán con vivencias, traumas y conflictos de sus antepasados, que servirán, sobre todo, para comprenderse ellos mismos y pensar la nación. Hallarán temas sobre conflictos humanos que son universales. Los autores cubanos, a través de nuestra obra, podemos contribuir a dar a conocer la historia del país al que pertenecemos.
—¿Te preocupa que no te comprendan los lectores o espectadores en otras latitudes?
—Escribo sobre lo que me preocupa. Quiero comunicar ideas y confrontarlas con los lectores o el público que asisten a la representación. Ese es el placer del dramaturgo. No me preocupa si me comprenden o no en otras latitudes, porque ya se ha evidenciado cómo algunos de mis textos funcionan en países disímiles.
«La puesta en escena de El Concierto pude verla en Londres, en México, en Cuba y en Estados Unidos. Estas son experiencias vitales para un autor dramático: ver a los actores de otras latitudes en un proceso creativo, desentrañar las claves que les son afines y experimentar cómo reacciona el público. Recuerdo al actor inglés Roddy Maude-Roxby encontrar sus claves personales en la interpretación de su personaje en El Concierto, porque en otras circunstancias históricas él había sufrido la ruptura de un grupo musical de su generación, la imposibilidad de cumplir sus sueños, por otras razones, pero donde la metáfora del texto era válida.
«Con Huevos ha ocurrido lo mismo en las puestas de Tony Díaz, en Cuba, y de Alberto Sarraín, en Miami; y también lo he comprobado en las visiones de estudiantes norteamericanos o españoles que la han analizado en planes de estudio. Especialistas de España, Estados Unidos, Argentina y Uruguay la han investigado. Este año asistí a un conversatorio sobre Huevos en la Universidad de Tulane, en New Orleans, que demuestra que es un texto que funciona en otras circunstancias».
—¿Cuéntanos de tu familia actual, dónde naciste, tus padres, tu niñez, cómo llegaste a ser el escritor que eres?
—Nací en 1968 y me crié hasta los 17 años en la finca Dolores Junco, en el Valle de Guamacaro, Matanzas. Tuve padres que me compraron muchos libros. Recuerdo Los Miserables, de Víctor Hugo. Me gustó siempre la lectura y supe lo que quería hacer cuando descubrí a unos niños de mi escuela representando una obra sobre Martí. Mi padre fue un hombre honesto, recto y bueno, que me enseñó normas éticas esenciales que me han servido toda la vida. Mi madre es una mujer fuerte, que defendió siempre mi vocación con hechos concretos. Siempre me apoyaron, como fue el caso de una de mis hermanas que murió cuando yo tenía 20 y que anhelaba que yo pudiera alcanzar lo que soñaba.
«He logrado ciertas cosas. Al menos he publicado y representado mis obras. Estoy operado de la tiroides desde los 11, pero nunca me acuerdo de eso. No es un obstáculo. Solo una gente me lo ha recordado para mal; pero la culpa de ciertas cosas no es de la tiroides, como muchos creen. Sueño mucho y eso me mantiene vivo. Creo en Dios».
—¿Cuáles han sido los momentos más importantes de tu vida creativa?
—La aparición de mi cuento El Señor de las tijeras, en la antología Los últimos serán los primeros, en 1993, con selección y prólogo del narrador Salvador Redonet. La excitante experiencia de los talleres con los profesores del Royal Court Theatre, de Londres. La noticia inolvidable de que había sido premiado por El Concierto con el Virgilio Piñera y, a la vez, con el del Royal Court Theatre, en 2004. Las experiencias de los estrenos de Huevos, en Cuba, en 2007, y en Miami, en 2012, que confirmaron mi vocación y la significación que tiene el acto de escribir y ser representado.
—¿Cómo definirías el estilo de tus inicios y el actual?
—En mi obra conviven dos estilos. El del teatro para adultos, y el de mis textos para niños y el de títeres. Algunas claves los unen y otras los separan, pero eso les corresponde a los investigadores. Algunas persisten desde mis inicios y otras han mutado. Pienso que desde el principio he tenido una vocación social, un interés por la historia de mi país, por ciertos sucesos traumáticos, por personajes que persiguen sueños, a veces inalcanzables.
—¿Qué significa en tu vida el proyecto comunitario Corazón?
—Ha significado poder contribuir a encontrar en los niños los valores esenciales del amor, que están en ese libro de Edmundo de Amicis. El amor es la condición humana que lo trasforma todo. La posibilidad de enseñarles, como una vez lo hicieron conmigo, el universo del teatro y lo bello que hay en él. En ese proyecto rural, que hemos realizado durante más de siete años, el objetivo fundamental es entregarles a los niños, ancianos y adultos del Valle de Guamacaro, en Limonar, una experiencia sociocultural que propició compartir e intercambiar experiencias creativas, éticas y sociales. Defender la identidad, la ecología. Enseñarles los valores del lugar de donde uno viene, que es en realidad la patria que anda contigo. El placer más grande de esos proyectos comunitarios es la sonrisa y el deseo de aprender de los pequeños que nos esperan en la puerta de la escuela Fernando Planas, donde también cursé mi primaria, en el mismo patio del central azucarero».
—¿Cuánto amas la Casa de la Memoria Escénica y tu espacio Memorias?
—Esa es quizá mi mayor creación, con el apoyo desde 1994 del Consejo provincial de las Artes Escénicas, fecha en la que su presidenta Mercedes Fernández Pardo contribuyó a su nacimiento y la actual, Jacqueline Iribe Andudi, apoya nuestras iniciativas. Es el lugar real y utópico donde confluye todo mi ser, el escritor, el promotor, el investigador, el pedagogo, conjuntamente con mi vocación cívica. Allí, rodeado de libros, de documentos históricos sobre la escena y la cultura en las que se protege el patrimonio escénico, donde he escrito muchas de mis obras, donde me he enamorado, y he creado junto a personas maravillosas encuentros sistemáticos y eventos, donde hemos construido un espacio que se ha consolidado durante más de 20 años, logramos ser reconocidos por muchos, porque se ha trabajado con pasión para que así sea, por defender y difundir el patrimonio escénico, no solo matancero, sino cubano.
—¿Qué significan para Ulises el tiempo, la muerte, el olvido, el amor, la amistad y la traición?
—El tiempo es algo que debes saber dominar para doblegarlo, hasta donde tu naturaleza humana pueda. La muerte la he enfrentado varias veces, incluso de un disparo de bala. Creo que en la muerte uno vive. El amor es lo que cambia y renueva el espíritu, y también puede cambiar el mundo. La amistad ofrece una fuerza a tus anhelos, a tus fracasos (la que es auténtica siempre permanece); y la traición es una condición humana lamentable.