Daniel Romero en la premiada obra 10 millones. Autor: Manolo Garriga Publicado: 21/09/2017 | 06:57 pm
Tarde descubrió su vocación, pero cuando todo dentro de él empezó a empujarlo hacia el mundo de las tablas, Daniel Romero supo que en lo adelante no podía permitir que nada se interpusiera en el camino hacia su completa felicidad. Optó por hacer creer que se convertiría en un experto en Electrónica, mas solo era para dar tiempo mientras alcanzaba su verdadero objetivo.
«En noveno grado ya había interiorizado que debía vincular mi vida con el arte: lo único que lograba emocionarme, lo demás me parecía muy aburrido. Entonces me presenté a las pruebas de la ENA por actuación y suspendí. Por eso matriculé en el Instituto Politécnico Osvaldo Herrera», cuenta el protagonista de la serie Zoológico, que transmite Multivisión.
«En primer año volví a intentarlo infructuosamente, lo cual aumentaba mi depresión. Lo vine a conseguir a punto de terminar Electrónica. Entonces me tocó decidir si graduarme para luego optar por el ISA, o comenzar desde el principio a darle forma a mi sueño.
«No lo pensé mucho. Matriculé en la ENA, de lo cual jamás me arrepentiré, porque pude encontrar mi libertad plena. Entrar en contacto con ese universo maravilloso me expandió la mente hacia el infinito, me abrió las puertas hacia un aprendizaje constante, me hizo ver que ser un hombre sensible no era una marca negativa. La ENA me llevó a crecer en lo profesional y en lo humano, me permitió conocer a mis grandes profesores y a aquellos que después se convirtieron en mis grandes amigos. Actuar fue mi salvación».
—En la ENA te pusiste a las órdenes del maestro Fernando Pérez...
—¡Tremenda oportunidad! Debo decir también que mis profesores fueron determinantes en mi carrera. Sandor Menéndez y Jorge Alba aseguraban que en primer año tenían la responsabilidad de coger un tronco y moldearlo hasta transformarlo en una talla, en una escultura.
«Claro, ese constituye el momento en que nos van dotando de herramientas con las cuales después poder ir a fondo. No es tarea fácil, porque a la ENA se entra tal vez demasiado joven (en mi caso con 16 años), de modo que todavía son escasas las experiencias de vida, cuando se trata de una carrera en la que se trabaja a partir de las vivencias que te van armando como ser humano, de tus emociones. Por eso José Martí: el ojo del canario resultó una gran oportunidad y, al mismo tiempo, un desafío inmenso, porque era cuando en verdad yo empezaba a conocerme.
«Cuando me presenté en el casting y me eligieron, una de mis mayores preocupaciones era cómo conseguiría armar el personaje. En esto Fernando Pérez fue un pilar fundamental; de hecho está entre mis venerados maestros, al ser el director con el cual interpreté mi primer personaje, ¡y qué personaje! Pero él logró sacar todo de mí».
—Si estabas «verde», ¿cómo lograste que Fernando Pérez se decidiera por ti?
—Considero que no me parezco físicamente a Martí, aunque ahora muchos dicen que sí, imagino se deba a la imagen que se han hecho de él a partir de la película.
«Yo llegué al casting con mi cara muy redonda de adolescente, pero Fernando me pidió que me levantara el pelo para ver las entradas, y quería estudiar mi mirada. Aunque él también se percataba de que no existía parecido, siguió trabajando conmigo hasta que en un momento me preguntó: “¿Cuán delgado puedes estar?”. Me pusieron en contacto con un endocrino y empecé a bajar de peso. ¿Y sabes qué? Cuando ya bien delgado se me hizo la segunda prueba de maquillaje y se me comparó con la famosa foto donde aparece Martí con Fermín Valdés Domínguez, la semejanza entre nosotros dos fue increíble.
«Hasta a mí me tomó por sorpresa aquel “hallazgo”... Uno se percata cuándo hay un gran director detrás de los proyectos, cuando tiene una claridad meridiana de lo que quiere, de lo que busca. Fernando siempre mantuvo sus ojos puestos en mí, porque decía que la tristeza que encontraba en mi mirada podía ser determinante. Más que una imagen quería hallar profundidad.
«Para que te hagas una idea de lo riguroso y apasionado que es ese gran cineasta nuestro, con esa energía intensa que siempre lo acompaña, a mí me rizaron el cabello, pero me ponía una gorra porque con lo flaco que estaba me veía en candela. Un día me descubrió y me dijo: “Quítate la gorra, tú eres Martí. Tú no tienes que verte lindo, porque eso no era importante en Martí”.
«Fernando hasta me maquillaba, porque ese era su personaje. Nadie mejor que él podía construirlo por dentro y por fuera. Entre nosotros se estableció una relación muy especial. Recuerdo que en una ocasión, estando en la Escuela de Cine, después del estreno de José Martí: el ojo del canario, me dijo: “Danielito, no depende de mí, pero ojalá con esta película yo pueda darte la posibilidad de estar en los lugares en que estuvo Martí con 17 años, porque es tan importante para un joven conocer el mundo”. Y así fue; algo impensable para mí, pues provengo de una familia muy humilde, aunque mis padres, mi abuela, me hacen sentir orgulloso por los valores, los sentimientos, la nobleza que siempre han tratado de inculcar en mí. Con el tiempo, gracias a José Martí..., he estado en los sitios donde él vivió: en Estados Unidos, Venezuela, México...
«La película ha sido determinante porque me hizo martiano de corazón. No voy por ahí diciéndolo, pero intento actuar en correspondencia con sus preceptos, sus ideales, sus principios, porque siento que así soy mejor ser humano, hijo, familia, ciudadano, artista...».
—Supongo que a partir de José Martí... todo fue distinto...
—Siempre es distinto aunque no te lo propongas, porque has trabajado con uno de nuestros premios nacionales de Cine, un gran maestro, de sencillez enorme. A partir de ese hecho la gente empieza a crear una expectativa y a trazarte un camino sin saber cómo se irán desarrollando los acontecimientos. Yo, por mi parte, solo me he concentrado en trabajar, porque todo lo demás es efímero, pasa. La película influyó en los dos sentidos: me dio un aval y me abrió puertas; y también, por ignorancia de algunos, me limitó, pues según ellos si había interpretado a nuestro Héroe Nacional no podía entonces representar a un ladrón o a un borracho. Me ocurrió mucho.
«Finalmente me gradué en el 2011 de la ENA y me ubicaron en La Colmenita a realizar mi servicio social, una compañía que me mostró otra arista de mi profesión: el trabajo con los niños. No obstante, no eran esas mis mayores necesidades profesionales y Tin lo entendió. Yo ansiaba descubrir las más disímiles estéticas teatrales. Entonces entré en varios proyectos como El ciervo encantado, en el que permanecí por un año y seis meses.
«La maestra Nelda Castillo fue otra escuela determinante para mí. Me enseñó el rigor en la escena, lo importante de llegar a la esencia, a la verdad, alimentarse de aquello que socialmente te da un motivo, un impulso, para expresarte... Después de El ciervo encantado me llegó un sueño largamente acariciado: formar parte de Argos Teatro».
—Hablaremos por supuesto de Argos Teatro, pero ¿qué ha sucedido con el cine tras José Martí...?
—Después, el mismo Fernando me dio una pequeña participación en Últimos días en La Habana. Debe salir, antes de que acabe el año, otro filme en el que hice un papel secundario. Es japonés, pero se filmó en Cuba. La trama se desarrolla en 1961 y tiene como centro a Freddy Maymura, boliviano hijo de japoneses que luchó con el Che en la guerrilla. Yo represento a un estudiante de Medicina, muy amigo de él.
—Ahora se te ve en la televisión en Zoológico y en LCB: La otra guerra...
—Para LCB: La otra guerra, Alberto Luberta, el director, me había propuesto una participación mayor, pero estaba justo en el proceso de la pieza 10 millones. De todos modos quedé satisfecho con esa serie, porque mi personaje, aunque pequeño, está muy bien planteado.
«Zoológico, dirigida por Richard Abella y por Heiking, fue otra magnífica oportunidad. Un trabajo muy violento porque Leo era el personaje de más escenas. Exigió que me preparara físicamente y a nivel de comportamiento para que su actuar fuera lo más “callejero” posible. Zoológico significó la carta de presentación de excelentes actores jóvenes y ha gozado de notable acogida».
—Con Argos Teatro llegó otro momento trascendental: 10 millones.
—Como se dice popularmente, con esa compañía me gané la lotería. Es el tipo de teatro realista que he querido hacer, mientras que Carlos Celdrán constituye una pieza vital en mi carrera. Él es de esos maestros-directores que no se reserva un segundo para aportarte algo provechoso, para entregarte sus desbordadas sensibilidad, humanidad y sabiduría, su conocimiento profundo de la escena, de la dramaturgia, del trabajo con los actores, del arte en general. Es increíble, porque a pesar de que cuando asume un montaje ya lo ha previsto todo, no te impone nada, sino que te ofrece absoluta libertad para que te pruebes y vayas construyendo tu propio camino.
«Me interesa el teatro de Celdrán, mi profesor en el ISA, porque como actor, como artista, necesito dialogar con la gente, provocarla, conmoverla, sacudirla. Como espacio de trabajo, en Argos Teatro está mi otra familia, donde el diálogo es perenne y sincero; que te apoya, que no se guarda nada, que se ama. Por ahí han pasado o se han formado extraordinarios actores: Pancho García, Waldo Franco, Zulema Clares, Alexis Díaz de Villegas, Verónica Díaz, Yuliet Cruz, Caleb Casas, Rachel Pastor... Me veo allí y no me lo creo. En todos los lugares por donde he transitado he aprendido, pero con Argos Teatro he llegado a casa.
«Y 10 millones ha sido una bendición, un regalo. Es la primera obra escrita por Carlos, quien además la dirige. Con ella, Premio de la Crítica 2016, recibí el Premio de Actuación Adolfo Llauradó. Mantiene el sello que ha distinguido a Argos Teatro en sus 20 años, pero es diferente. Hemos trabajado muy duro. Cada función es un viaje hacia algo misterioso.
«El éxito de mi trabajo, y lo digo sin falsa modestia, ha sido resultado de la admiración que me despiertan los actores que comparten conmigo la escena, y mi director y su fabuloso equipo. Es que uno no puede menos que deslumbrarse con el nivel de compromiso de Waldo Franco con la puesta; con Caleb Casas, que a pesar de ser una estrella deja a un lado el ego para brindarte todas sus emociones sin reservas; con Maridelmis Marín, una “bestia” de actriz (el cine y la televisión no saben lo que se están perdiendo), que con tanta bondad está ahí para ti...
«Te aseguro que en Cuba y el mundo es difícil hallar actores generosos, dispuestos a dejar a un lado su ego y trabajar con humildad con la persona que tienen en la escena para buscar esa conexión que se traduce en química y en efectiva comunicación con el espectador. ¿Ves por qué te digo que me gané la lotería? Sí, soy un ser afortunado porque con una carrera tan corta y con mi juventud (cumplo 27 años el 28 de junio) han sido muchos los privilegios vividos».