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Un todoterreno en la autopista

JR propone a sus lectores un acercamiento a La autopista cero, de Carlos Esquivel, libro que en 2014 recibiera el Premio José María Heredia y que ahora aparece publicado por Ediciones Caserón

Autor:

Reinaldo García Blanco

Los senderos que llevan al paraíso son inescrutables. Así mismo sucede con los vericuetos, laberintos, breñas, galimatías de la actual poesía cubana, de la cual hace unos años decíamos en tono de buen humor: No se rinde ni se vende.

Hago este aparente introito luego de haber leído con detenimiento La autopista cero, de Carlos Esquivel, libro que en 2014 recibiera el Premio José María Heredia y que ahora aparece publicado por Ediciones Caserón.

Me gustaría, con un acto de imaginación, que al decir de Octavio Paz siempre se convierte en acto de apreciación que puede ser totalmente falsa, como suele ser toda apreciación; me gustaría, retomo la idea principal, ver este libro en un certamen como el Calendario, destinado a los más jóvenes poetas. Sin lugar a dudas, el jurado, al encontrarse con la estructura del libro y de los poemas y referencias en general, piensa estar en presencia de un novel autor muy cercano a estéticas de poetas como Carlos Alberto Aguilera y del grupo Diáspora o tal vez a los llamados Generación Cero. Sigo con las imaginaciones, es decir, apreciaciones. Imagino el asombro al abrir la plica y encontrarse que se trata de un autor nacido en 1968, no residente en la capital del país, mucho menos en una capital de provincia, sino en un municipio profundo, agrio, arduo, como la misma poesía que esgrime.

Tal vez no. Otra apreciación. Otra imaginación. Tal vez más acertada. El jurado descubre a un todoterreno que se ha sentado a beber del cine, la literatura, la Historia, el arte (dígase surrealismo, cómics, art nouveau…), y con una forma de vida de verdad, no ficticia, no aturdida por las referencias a los Roland Barthes y familia, aunque estas lecturas no falten en la historia de vida como lector de Carlos Esquivel. Gracias entonces a Javier Luis Mora, Marcelo Morales y Leandro Báez, pues su voto hizo posible la publicación de este cuaderno.

En el párrafo anterior dije profundo. Agrio. Arduo. Ahora diría más: cínico, triste, amatorio.

Carlos Esquivel entra a La autopista cero con dos citas: «Escucho el canto de las moscas que cantan adentro cantan para ablandarme para que yo abra mi boca (Odile Massé)» y «No hay una ley física que establezca que puedes presenciar tanto como para alcanzar el límite en que te quiebras». Extraído del documental Las cinco obstrucciones, dirigida por Lars Von Trier y Jorgen Leth. Cita que me parece muy atemperada al espíritu de La autopista cero, pues el creador del movimiento Dogma 95 propone al también documentalista Leth cinco remakes de El humano perfecto (1967) con la condición de contar la historia de diferentes formas y en distintos formatos. Oficio que se puede notar en la hechura del poemario que me ocupa. A lo que yo agregaría aquello de Joyce: Voy por millonésima vez al encuentro de la realidad de la experiencia. Pues justamente asistimos a la experiencia de un hombre que cuestiona: Que/ mi padre/ quería (se)/ librar/ de/ mí/ por/ las/ buenas/ o/ por/ mi/ madre/ sin/ imaginar/ que/ el/ tiro/ salía/ por/ la/ cabeza/ de/ Heráclito/ sin/ más/ ceremonia/ que/ cortar/ (o contar)/ las/ veces/ que/ encasquillaba/ una/ caída/ rellena/ de/ otras/ caídas.

Son los flujos de la memoria. Como un hombre que viene y va de la guerra y se afana del recuerdo.

Son 26 textos. 26 estaciones. 26 alaridos. Como el díscolo que va al cine y luego se sienta con sus amigos y le cuenta: El ratón/ en/ la/ vagina/ de/ la rumana/ entra/ y/ sale/  como/ si/ fuera/ yo.

Dos poemas en La autopista cero me resultan significativos y detonantes en la poética de Carlos Esquivel. Me refiero a Otra foto en la que me disparo a la sien y Lo que escondes tú. En el primero el dolor humano, dolor cotidiano, ese dolor a flor de piel se convierte en una especie de derrota y victoria que es a la misma vez bumerán del hombre que expresa palabras y contraseñas a la vida. Es como un intercambio de golpes en el ring de todos los días: Recupera/ dolores/ como/ recuperar/ manzanas/ en un país/ que/ se/  sostiene,/ dolores,/ manzanas./ Que surja/ un sapo/ a la orilla/ y no/ temas/ contra/ la forma/ áspera/ de la/ orilla que/ corresponde/ al sapo./ Que/ no haya/ huesos/ peores/ ni huesos/ para/ derrocar./ Busca/ en otro/ la/ parte/ de/ tu/ dolor/ robada,/ prometida/ a/ otro. Estamos en presencia de un elogio de la derrota.

En Lo que escondes tú aparece el Esquivel definitivo. El hombre frente al hijo. Hablar como se le habla a las vísceras es una imagen que corta, golpea, que nos deja inmersos en una realidad que unas veces nos aplasta y en otras nos hace quitarnos el sombrero. Mucho camino andado, mucha lágrima adentro para decir de un golpe: Lo/ que/ nos/ come/ integra/  un/ nuevo/ destino:/ oxígeno,/ membranas/ de/ humo:/ todo/  queda/ en/ una/ eclosión/ derruida. Y el lector también se involucra, se contagia, se convierte en un participante del dolor donde lo filial es apenas una señal de salvamento. Hay como un líquido amniótico que el poeta prefiere llamar silencio: Estamos/ donde/ puedo/ ser/ silencio. Ese estar para los momentos luminosos o difíciles, pues, No/ hay/ más/ lugar/ que/ tu/ lugar/ a/ solas/ conmigo. Y como en los viejos cánticos o proverbios, el hombre, el poeta, el Carlos Esquivel que avanza por una autopista abrumada de impedimentos dice como en un susurro: Allí/ no/ tiene/ nombre/ lo/ que/ somos. Y el viaje que comenzaba con las referencias al padre y a la madre termina con este poema en que se habla al hijo como si la historia se terminara justamente al terminar su lectura.

La autopista cero es dolor, derrumbe, griterío, escándalo por la vida, a pesar de los golpes vallejianos que nos atosigan. Yo los invito a entrar a esta autopista con los puños listos para la pelea, y como diría un poeta, con músculo del alma a prueba de balas. Carlos Esquivel va por millonésima vez al encuentro de su realidad de la experiencia.

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