Mariño está considerado uno de los cultores más destacados del flamenco. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 06:36 pm
El retorno de algo valioso resulta doblemente grato, por ello los amantes del telúrico ritmo andaluz, español… ¡cubano! saludamos el concierto de uno de sus cultores más destacados: Reynier Mariño, quien junto a sus músicos y varios invitados se presentó el fin de semana en la sala Avellaneda del Teatro Nacional (compartido el domingo con los cienfuegueros desde su coliseo Terry) en un concierto que proclamaba desde su nombre el motivo de celebración: Regreso, título además de su más reciente CD bajo el sello Bis Music.
Debe saludarse en un espectáculo con más de hora y media, la concepción nada ortodoxa en torno al flamenco que desde siempre ha caracterizado a su protagonista: aun cuando en más de un momento suena el ritmo puro, exponiendo hasta el tuétano su esencia, se reciben como bocanadas de aire fresco las intersecciones con otros sonidos procedentes del jazz (para lo cual se contó sobre todo con impresionantes solos de saxo), el pop-rock y otras sonoridades contemporáneas y universales.
Prueba al canto del sentido posmoderno con que Mariño asume el ancestral género es la proyección de su cantante, Liz de la Vega, quien no es ni remotamente cantaora, sino una baladista que como tal proyecta tanto piezas españolas que popularizara hace años Rocío Jurado (Se nos rompió el amor, Lo siento mi amor…) como otras internacionales o cubanas incluyendo algunas del propio guitarrista; eso sí, se trata de una cantante de privilegiado registro —sobre todo el alto— que justamente por ello debe aprender a calibrar y matizar, pues frecuentemente llega a resultar estridente y saturar las potencialidades de las canciones.
Los invitados aportaron una nota de frescura y variedad al concierto, desde la occidentalizada Tieng Chong, joven china de grato color vocal aunque en función de un pop bastante convencional, hasta otra reaparición muy bien recibida, una Miriela Mijares (Aceituna sin hueso) en forma tanto autoral como vocalmente, con dos nuevas piezas donde siguen confluyendo lo español y lo cubano desde una perspectiva sui géneris.
El anfitrión cuenta con un respaldo musical y bailable indudablemente virtuoso: Leandro Cobas, en la percusión flamenca; los bailaores Olivia y Eric; la flautista Mariam Rivera, el bajista Adén Rodríguez, todos bajo la dirección musical de Roberto Rosa, y el propio Mariño, quienes logran números de indudable fuerza y colorido y donde nunca faltan homenajes, como el dedicado a Camarón de la Isla —referente irrenunciable— o el que, mediante el emblemático Entre dos aguas, se tributa a una de las más sólidas influencias en el quehacer del músico (Paco de Lucía), lo que deviene verdadera fiesta flamenca, y donde Reynier confirma su condición de maestro en la ejecución de su instrumento.
Sin embargo, al espectáculo le faltó ritmo, fluidez, algo que esperamos pueda ser superado en la gira nacional que emprenderán a partir de septiembre y culminará el próximo año; para ello Mariño, quien también funge como presentador y comentarista durante los conciertos, debe lograr una mayor síntesis y precisión en sus intervenciones habladas, que con frecuencia pecan de reiterativas y se malogran con chistes de dudosa gracia.
Otro aspecto a cuidar es el audio, excesivamente alto al menos en la primera noche, lo que atenta sobre todo contra la actuación de las cantantes.
Pese a estos y otros detalles absolutamente perfectibles, todos los amantes del flamenco saludan este provechoso Regreso de Mariño y su tropa, de Aceituna sin hueso con la sólida semilla que le aportan su cantautora y líder y el resto de los músicos y técnicos, quienes convierten cada escenario donde trabajan en un inmenso tablao donde el familiar ritmo hispano, cubano, universal, se hace una alegre realidad entre nosotros.