Ana Belén y Víctor Manuel, de España. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 06:23 pm
Tanto el «original» —para llamar de algún modo al que premia la música anglosajona—, como el que nos concierne en tanto región geográfica —la versión latina—, el Grammy es un premio generalmente más asociado a los registros de ventas que a la auténtica valía artística.
No pocos casos se han dado de «burbujas», de cantantes y grupos «fabricados» que no pasan del primer disco y algunos pocos conciertos, pues a pesar de las ingentes maquinarias de publicidad y marketing no hay manera de conferir lo que no existe: «lo que Natura no da…», comienza el sabio dicho.
Cuando se trata del Grammy a la Excelencia Musical, suerte de lauro a la obra de toda una vida, el polémico certamen se equivoca menos, como es de suponer, pues se trata de carreras avaladas no solo por el tiempo, sino por resultados muy sólidos, lo cual implica galardones mucho más justos.
Este año, la más reciente edición del Grammy latino reverenció a una nómina verdaderamente ilustre de artistas iberoamericanos que arrojan un contundente y ejemplar currículum, el cual propina por sí mismo un buen galletazo a tanta mediocridad y falacia que se encuentran a veces en ciertos premios del año.
Para empezar por casa, Pablo Milanés es uno de esos cantautores que enseñorean tras décadas ininterrumpidas de carrera en el panorama internacional; el lirismo de la mayoría de sus piezas, la enjundia de sus textos, unidos al buceo por las raíces no solo cubanas sino en general latinas e internacionales, confirman una coherente postura tanto estética como ética durante toda una vida consagrada a la canción, más allá incluso de su condición fundacional respecto a movimientos como la Nueva Trova, o dignamente epigonal en el caso del filin.
Pablo Milanés, de Cuba. Foto: Roberto Suárez
Ana Belén y Víctor Manuel, de España, unidos en la vida y la música, constituyen otros referentes imposibles de obviar cuando se habla de un tipo de pieza musical exquisita, madura y convocadora; ya sea en las escritas por él o en las de tantos compositores de su país y de otros lares (particular y justamente de América Latina como Fito Páez, León Gieco, Rubén Blades, José Alfredo Jiménez, Chico Buarque de Hollanda, Carlos Varela o el mismo Pablo), Ana ha prestado su hermosa y matizada voz, y su encantadora presencia escénica a divulgarlas, a acuñar versiones de una singularidad y una fuerza que rivalizan con (y hasta superan) las originales.
También cantante, Víctor resulta uno de los grandes autores dentro de un tipo de canción llamado por algunos «pensante» o «inteligente», y que igual ha encontrado eco en no pocos intérpretes de la zona, como Chayanne, Pedro Guerra o Milanés.
De ese gigante geográfico y (sobre todo) sonoro que es Brasil, casi todos los años hay por lo menos un laureado, y este reconoció de manera especial a Roberto Carlos y a Djaván.
Roberto Carlos, de Brasil. Foto: Juventud Rebelde
Apodado en su tierra como El rey, el también coautor (junto a Erasmo Carlos), pero fundamentalmente excepcional cantante, se ha mantenido en la cresta de la popularidad durante más de 50 años y más allá incluso de su país (se sabe de su rápida conquista del mercado hispano hablante), gracias a la ternura de una voz que descartaba los grandes sostenidos o timbres poderosos para concentrarse en un tipo de expresión intimista y coloquial, que parece dicha personalmente a cada uno de sus oyentes.
Aunque representante de una balada pop bastante convencional, en no pocos momentos su repertorio, fuera de su autoría o de otros compositores, se elevó por encima de esa media instalándose con propiedad dentro del Olimpo que significa la canción brasileña.
Su colega Djaván cuenta hoy por hoy con cerca de 30 exitosas producciones fonográficas donde mezcla las más diversas tendencias de la música autóctona brasileña (samba, samba canción, bossa…) con ritmos y géneros internacionales como el pop, el rock, el jazz, pero también provenientes de África y del Caribe, todo con un estilo muy sui géneris, y una voz afinada, dulce y peculiar.
Pero, cantautor al fin, y con esa energía y sensibilidad que caracterizan sus textos y melodías, ha sido interpretado por grandes voces de Brasil, desde Bethania, Gal Costa, Simone, Chico y Caetano, hasta Joao Bosco, Nana Caymy, Daniela Mercury y el grupo Revelaçao, entre otros muchos, mientras él mismo ha colaborado con prestigiosos colegas foráneos, como Manhattan Transfer, Lee Ritenour, Zuchero o Richard Bona.
El argentino Gato Barbieri es un virtuoso saxofonista que está inscrito, desde hace décadas, en la historia del jazz no únicamente latino, pues su trayectoria y su labor abarcan desde el llamado free jazz (con el trompetista Don Cherry a mediados de los años 60 del pasado siglo), el avant-garde jazz y la música para el cine (a él pertenece la célebre partitura de Último tango en París) hasta su última adopción de un estilo que privilegia la sonoridad latina y la incorporación dosificada pero efectiva de elementos del pop instrumental.
Gato Barbieri, de Argentina. Foto: Juventud Rebelde
Formado en 1962 por el pianista Rafael Ithier, y especializado desde sus inicios en la salsa con un sello muy boricua, El Gran Combo de Puerto Rico se halla, sin dudas, entre las bandas más exitosas de la hermana isla, dueña de una obra caracterizada por la elegancia y el rechazo a cualquier tipo de chabacanería o vulgaridad que a veces ha arruinado esa tendencia, aportando en lo propiamente musical lo mismo una fidelidad asombrosa a sus raíces que hasta cierto toque jazzeado que estiliza de manera muy original la salsa ad usum.
El Gran Combo de Puerto Rico. Foto: Juventud Rebelde
Aunque su repertorio ha estado signado por la irregularidad, la dominicana Ángela Carrasco ha defendido durante más de tres décadas una obra enraizada en el pop latino, la ranchera y diversas tendencias de lo afrocaribeño, con una preciosa voz que le ha conferido no pocos galardones dentro y fuera de su país.
Ángela Carrasco, de Dominicana. Foto: Juventud Rebelde
Son artistas todos que representan lo que más brilla y vale en la cancionística realizada en español y portugués, a la cual han aportado valiosas contribuciones, parangonándola con la que se hace en la otra América, a la que —dicho sin el mínimo de chovinismo— nada tiene que envidiar. Y que de paso, por «carambola», confiere mucho prestigio al fluctuante premio que ahora se cubre de honor al homenajearlos.