En las décimas, tituladas Frente a la provocación, Quiala resalta cómo, a pesar de ser ciega, pudo estudiar y convertirse en artista. Autor: Cristian Domínguez Publicado: 21/09/2017 | 06:05 pm
MAYABEQUE.— Reina del repentismo cubano es Tomasita Quiala Rojas, una mujer que con versos súbitos logra un estremecimiento en quienes la escuchan. Nació el 29 de diciembre de 1961 con tanta luz en el pensamiento, que sus ojos prefirieron mirar a través del corazón, de las palabras, del tacto.
Repentista de una rapidez asombrosa, ha dejado claro que aunque históricamente la poesía oral improvisada ha usado guayabera, hay sayas que se las traen. «Vengo de una familia con tradición del género. Mi abuelo Gripino Rojas era poeta. Murió cuando yo tenía un año. Aunque no sabía escribir, todo lo pedía en verso. Yo soy de Banes, Holguín, de un barrio que se llama Rollón de Flores. Vine a estudiar para la capital. Pasé la primaria y la secundaria en una escuela especial para ciegos.
«Cuando tenía 22 años fui a una casa a pintarme las uñas y en el portal había dos repentistas cantando. Uno ofendió al otro y yo, sin haber improvisado nunca, me metí entre los dos y comencé a hacer una décima que no sé si tuvo ocho versos, diez o 12. Lo que sé es que le respondí al ofensor para proteger al insultado.
«Entonces se empezó a llenar el portal y la acera. “Pero miren esto: una cieguita improvisadora, una mulatica, tan jovencita”, decía la gente. Yo era entonces una mujer joven, invidente y bonita, pesaba 130 libras. “Improvisadora, ¿qué es eso?”. Y me respondían: “Muchacha, lo que tú estás haciendo”».
—Por ahí rondan no pocas historias. ¿Qué sucedió en la gala de la Jornada Cucalambeana de 1984?
—Los poetas estaban en una ronda y sacaban el pie forzado del bombo. Y yo pensé para mí: «Esta es la oportunidad para lucirme. Si cojo un papel van a decir que a la cieguita le dieron el cartoncito antes». Yo tenía que ganarme allí un puesto doble, como repentista primero, pero necesitaba quitarme la imagen de mujer ciega que provocaba una mirada compasiva en la gente. Cuando llegó mi turno, creo que fui la última o la penúltima. Si había alguien más detrás se quedó sin cantar porque aquello fue...
«Cogí el micrófono muy serena, me temblaban las piernas, pero aparentemente calmada, y dije: “Por favor, yo necesito que mi pie forzado me lo dé el público. Entonces alguien me gritó: Por el amor a la vida. Y canté, pero a una velocidad supersónica:
«Yo me dediqué a cantar/ punto guajiro en mi zona,/ y no quiero más corona/ que el cariño popular./ Si el pueblo me sabe amar/ no hay obstáculos ni herida,/ y en esta patria querida/ hoy digo mientras me inspiro/ que canto punto guajiro/ por el amor a la vida.
«Los animadores eran Coralia y Ramón, y cuando me fui a ir me dijeron: “No te vayas, que tienes 5 000 personas de pie, todo el anfiteatro. Sentí que había comenzado mi carrera, sentí ganas de tocarme el corazón u otra cosa que yo me toco cuando quiero que la gente me respete».
—En su ejecutoria poética y artística, ¿cuál ha sido la mayor alegría?
—¿El mayor regocijo que me ha dado el repentismo? Conocer a Fidel, el 11 de febrero de 2000. Sucedió en una tribuna en el Palacio de Convenciones. Yo canté sola. Recuerdo que hice un resumen en décimas de todo lo que había pasado en la Tribuna. Aquello terminó y casi me voy con la desilusión de no darle un abrazo. Pero lo pedí, insistí, y me llevaron para un salón de protocolo. Parece que fueron los nervios, pues en lo que esperaba tuvieron que darme agua como tres veces.
«Cuando me anunciaron que venía el Jefe, ¿tú crees que esperé que llegara hasta mí? No, me levanté de la silla y salí corriendo hasta él, como si lo hubiese visto. Fidel me respondió recíprocamente, salió a encontrarme y me abrazó, recostó mi cabeza a su pecho y me pasó la mano como si fuera una niña. El nacimiento de mi hijo, tres años antes, y haber conocido a Fidel, son cosas grandes de la vida».
—Hay una décima suya que muchos conocen, con el pie forzado: Olor a mujer usada...
—Eso fue obra de Julito Martínez, en la Casa Naborí. Asistí como invitada a un Concurso de Jóvenes Improvisadores, y Julito había puesto ese pie forzado en la valija de los muchachos, pero lo quitó porque le pareció muy fuerte, y me cuenta él que le dijo al locutor: “Vamos a ponérselo a la negra, y no le digas que lo puse yo”. Cuando lo oí, imagínate, estaba mi amor allí, sentado en el público, y dije para mí: “le voy a partir la vida”. Pedí tonada Carvajal y canté:
«Dile al mundo que yo huelo/ amor, a tus pantalones,/ a las medias que te pones,/ a tu piel, a tu pañuelo./ Que es el olor de tu pelo/ el que dormita en mi almohada./ Yo estaba tan mal casada/ cuando tú llegaste un día,/ que ni siquiera tenía/ olor a mujer usada.
«Arrancaron en aplausos, y le dije: “Julito, para que me respetes”».
—Estoy convencida de que saltarán en su mente no pocas vivencias cuando diga Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí…
—Conocí al Indio Naborí cuando era vidente y despistado. Sí, porque aquel dulce despiste de Naborí es inolvidable. Él se pasaba el día hablando con nosotros y después le preguntaba a mami si ella era la mujer de Amado García. Lo conocí aquí en Madruga, en un homenaje a Rigoberto Rizo. Él en el público, yo estaba cantando con Moisés Núñez. Yo tenía mucha gente en contra, pero recuerdo que le dije:
«Indio, mi cultura es breve/ solo llegué hasta el noveno/ pasando mi dedo bueno/ por las letras en relieve./ Cada falta, grave o leve,/ me hace alcanzar negadores./ Tú, que de los escritores/ tienes la mejor medalla,/ dime cómo se le calla/ la boca a los detractores».
—Quisiera unos versos súbitos suyos que nos declaren su ánimo, su buena vibra…
—Bueno, pero como tú también eres poetisa, ponme el pie forzado.
—¿Un pie forzado? Lo que pienso que tendremos los cubanos durante mucho tiempo entonces: Tomasita para rato.
—Allá va eso: A veces me ven caer,/ bajo el alma y la cabeza,/ mas mi ave fénix regresa/ cuando lo tiene que hacer./ De las cenizas de ayer/ sacar una brasa trato./ Y aunque ya el mismo retrato/ el corazón no me llene,/ nuestro repentismo tiene/ Tomasita para rato.