Los emigrados nos llegó gracias a una versión de Reinaldo Montero. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:58 pm
No hay que esperar a los festivales internacionales para degustar obras de otras partes del mundo; bastan, por ejemplo, las frecuentes semanas de la cultura de varios países para conectarse con sugerentes propuestas recreadas por nuestros artistas del proscenio.
La Compañía del Cuartel puso en escena el valioso texto Los emigrados, del polaco Slawomir Mrozek, en una versión de Reinaldo Montero dirigida por Sahily Moreda.
Dos hombres comparten un sótano donde esperan el año nuevo; el personaje que responde a las letras AA es un emigrante político mientras su compañero (XX) lo es de tipo económico; aunque con evidentes diferencias culturales y existenciales, ambos comparten las angustias, los sueños y las obsesiones de quienes viven fuera de su lugar de origen.
Las confrontaciones frecuentes que alimentan la obra conforman un texto de fuertes tintes dramáticos que la lectura escénica de Moreda ha privilegiado desde la elementalidad escenográfica y los reducidos accesorios en la escena.
Sin embargo, los choques entre esos hombres que ofrecen las dos caras de un mismo conflicto, por demás universal, abarcan todo el espacio conceptual de una pieza que destila sensibilidad y desgarramiento. El trabajo de los actores (Walfrido Serrano y Daniel Robles) resulta esencial y es, sin dudas el principal mérito de la puesta.
La pasada jornada británica nos acercó a dos unipersonales: Yilliam de Bala Koming sum, de Robertiko Ramos actuado por Yanier Palmero (El Público), y Psicosis, de Sarah Kane, quien se suicidara a los 28 años, a pesar de lo cual es considerada una figura clave del llamado in-yer-face theatre.
El performance de Ramos-Palmero nos adentra en el mundo de las marcas, en lo que pudiera considerarse un sugestivo ejercicio contra-publicitario, al estilo de los que encontramos en el ilustrativo ensayo editado en Cuba, No logo, de Naomi Klein.
El pulóver del actor se vuelve pantalla en el que alternan los más diversos slogans y referentes, y protagoniza la figura que encabeza el título, quien se presenta como «martiana y bipolar» y que al decir de Marta María Ramírez en el programa de mano, es «chozna de una cubana de las milicias criollas que libraron a La Habana del dominio inglés; de una de esas muchachas que, según la copla que las inmortalizó en 1762, “no tienen temor de Dios”».
Martha Luisa Hernández y la actriz Gabriela Grifth, vestida por Celia Ledon, realizaron una personal e inteligente lectura de Ansiedad y 4.48 Psicosis, de la malograda Sarah Kane y donde el teórico alemán Hans-Thiens Lehmann (ilustre y reciente visitante) descubre muestras fehacientes de lo que ha denominado «teatro posdramático».
Minimalismo escénico y diseño de luces conformando las enajenantes atmósferas ideadas por la escritora, complementaron el desempeño de Grifth, quien logró sus mejores momentos en los segmentos coloquiales, pero no corrió la misma suerte histriónica cuando alzaba la voz.
La Semana de Teatro alemán propuso, entre sus reposiciones, Palabras y cuerpos, de Martin Heckmanns, que nos llegó en versión de Teatro Escambray, bajo la dirección del actor Eric Morales.
Obra de ostensibles cotas filosóficas y poéticas, sus personajes buscan pero no siempre encuentran, o lo que hallan no es lo adecuado; y en ese afán muchos acompañan a Lina, joven en perenne rastreo de un espacio/tiempo muy relacionado con su procurada identidad.
Pletórica de pasajes llenos de ironía y sarcasmo emparentados con el «teatro del absurdo», la pieza ha sido montada como un musical que denota en Morales buen tino para el género: la dinámica escénica, de gran fluidez mediante paneles giratorios que multiplican y alternan la espacialidad; la proyección coreográfica que contribuye a la misma y la alternancia con lo hablado de la música (muy sugerente per se) son algunas de las virtudes de la puesta, que detenta, sin embargo, abundantes irregularidades en el rubro actoral.
Estreno mundial fue El camino de las hormigas, para el cual su autor, Roland Schimmelpfenning (Peggy Pickit ve el rostro de Dios) se inspiró en la cotidianidad cubana.
Un curioso paquete esperado durante décadas por una familia típica en La Habana nuestra de cada día, finalmente llega y su contenido —lleno de decepcionantes trivialidades— cambia radicalmente, sin embargo, la vida de sus cinco miembros.
Parábola sobre lo cotidiano que puede volverse lo mismo extraordinario y maravilloso que adictivo y perjudicial, lo primero que salta al oído del espectador es un texto de no pocos quilates desde el punto de vista escritural, con un lirismo que eleva lo doméstico a cimas ontológicas, a pesar de ciertas reiteraciones allá en la segunda mitad, que bien pudieran pulirse un poco para futuras representaciones.
La dirección del propio dramaturgo alemán —con la ayuda del joven actor Ernesto del Cañal— en otra puesta de la Compañía del Cuartel, ha logrado levantar todo el motivador mundo representado en apenas un sofá, un sencillo pero bien armado diseño de luces y por supuesto, la inmensa responsabilidad de los actores que en hora y media sostienen sobre sus hombros el complejo texto.
En tal sentido, aunque se aprecia un nivel interpretativo bastante parejo, sobresalen por la ductilidad y matices que aplican a sus roles los trabajos de Gilda Bello y Adriana Jácome. Yasel Rivero debe controlar un tanto la gestualidad facial, que roza a veces la sobreactuación, mientras a Yeyé Báez le iría bien limar ciertos subrayados innecesarios en su papel.
El camino de las hormigas es otro ejemplo de ese teatro ajeno a las fronteras, y que logra ser tan internacional como cubano, lo cual se aplica a muchas de esas obras que nos han regalado las intensas jornadas de teatro europeo que hemos apreciado en las últimas semanas.