De izquierda a derecha, Reynaldo Rodríguez, Harold Díaz, Carlos Abreu e Iraida Williams, en la gala por el aniversario 55 del asesinato de los hermanos Saíz. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:24 pm
Si canto, apresuro el orto/ por el sendero más corto./ Si canto, los buenos rigen.
Han transcurrido ya unos pocos días de la conclusión de la Cruzada literaria, que por novena ocasión protagonizan jóvenes escritores y trovadores de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) en comunidades del territorio agramontino, y todavía revolotean en mi cabeza las estrofas del poema Aliento, perteneciente a un libro que prevé publicar la Editorial Oriente bajo el título Viento tras la herida.
Como el resto de los «cruzados», la autora de Aliento, Mariela Pérez-Castro, está convencida de que los poemas que salen del alma no dejan el alma impasible. Por eso, la coordinadora del evento tomó su texto aún inédito para enterar a los pobladores no solo de la Ciudad de los tinajones, sino también de Santa Cruz del Sur, Najasa, Santa Lucía..., de esta y otras nuevas y líricas creaciones suyas como Hombre que mira y Suelo paterno.
En este afán de que la cultura llegue a todos, que despierte sensibilidades y nos haga mejores seres humanos, a Mariela Pérez-Castro se unieron otras voces, no únicamente camagüeyanas; también de diferentes puntos de la geografía nacional: Legna Rodríguez, Olga María Romero, Jhortensia Espineta, Ana Ibis Juan, Lionel Valdivia, Reynier Rodríguez Pérez, Rolando Reyes, Eduardo Pino, Sergio Morales Vera, Ernesto Agüero, Diusmel Machado, Jesús Zamora, Yosvel González, Eduardo Godo Valera, Edwin Caro, Eduardo Rodríguez...
Desde la poesía, la décima, el relato breve, las presentaciones de revistas y de las novedades de Ediciones Ácana, el acercamiento con el público fue total. Lo mismo en el café literario La Comarca —embellecido con las excelentes obras de un Miembro de Honor de la AHS como Nazario Salazar, reunidas en la expo denominada Del remanente fiel—, en el Complejo Cultural La Avellaneda, la Uneac, el proyecto sociocultural eJo, que en la comunidad Zona de Desarrollo o el edificio Julio A. Mella (Santa Cruz del Sur), por solo mencionar algunos espacios.
Como es habitual, también la novena edición les hizo lugar a los debates teóricos, ya sea para adentrarse en la poesía cubana contemporánea como para discutir sobre el tema racial, a partir de uno de los más cercanos números de la revista Gaceta de Cuba. En esta Cruzada, de igual modo, el investigador Rosendo Romero Suárez propició un acercamiento a géneros músico-danzarios de Baracoa como el nengón, al tiempo que dio a conocer acá el documental de Zenia Noa Castro, Gayamba, señor trovador.
Y ahora que hago referencia a la música, tendría que decir que si una satisfacción inmensa me proporcionó esta cita fue constatar lo muy inspirada que está la trova que regalaron los convocados a este encuentro con un arte de vanguardia.
Me sorprendió, por ejemplo, el notable crecimiento que evidencia Reynaldo Rodríguez, a quien ya había escuchado en eventos como las Romerías de Mayo, de Holguín. Acompañado por su proyecto Hierro y Cristal, este camagüeyano se ha convertido en un creador que habrá que tener más en cuenta. Desbordando cubanía y haciéndole reverencia a nuestra música, Reynaldo consigue enseguida la complicidad del auditorio que ya conoce de memoria temas como Quijote, Pregonero, Al son de la tierra, Garaje Olimpo, Como la cigarra, La ciudad...
Además de Rodríguez, Harold Díaz Pedraza y Punto de giro (integrado por músicos de valía: Jorge Mario Victoria, Javier Gómez Cabrera, Yarian Morales Hernández y Breismer Hernández Rangel) puso de manifiesto la salud del género en la tierra de la Avellaneda. Ojalá y composiciones suyas al estilo de Osadía, Si desbordas la impaciencia y Fuga a Marte logren traspasar las fronteras de su ciudad natal para que sean valoradas por su elogiosa calidad.
Importante para mí fue descubrir asimismo, a un trovador que no sé por qué he demorado tanto en conocer: el avileño Héctor Luis Posada Vázquez, toda una cátedra como cantautor, con su don para embelesarnos con sus canciones y su voz extremadamente afinada. Él es de esos que igual hace muy propias las obras de Silvio Rodríguez y Pedro Luis Ferrer (magnífico Al son del pitazo con versos de Raúl Ferrer), que nos regala su peculiar impronta en piezas como Utopía, Hasta cuándo, Con la misma pupila y Tal vez, que quiso interpretar por esta vez a dúo con una tunera que cuando se decide a cantar nos electriza la piel, gracias a su garganta prodigiosa: Iraida Williams Eugelles.
Pero no únicamente Iraida, con piezas de su autoría (Mi musa y El bichito), vino a Camagüey para representar con dignidad al Balcón del oriente cubano. También lo hizo Andrés Borrero Ricardo (Oda a mi padre, Desde una hoguera) en su doble condición de músico y poeta.
En estas líneas no puedo dejar de mencionar a dos bardos llenos de frescura, dueños de voces realmente privilegiadas, que a pesar de ser deudores de un proyecto tan sólido y distintivo como La Trovuntivitis, han logrado agenciarse un sello muy particular: Yatsel Rodríguez González y Carlos Abreu, quien conquistó al público de inmediato por medio de Mulata y No me tires al paredón.
Idéntica suerte le sonrió a Yatsel, a quien le bastaba con Canto para ganarse el reconocimiento unánime. Y sin embargo, siempre fue por más con Cuando el tiempo pase, Trovadicto, Las inditas..., sin perder originalidad, gracia, poesía.
Por último, agradecer a los organizadores que hayan pensado en Rumbatá para cerrar por los cielos la 9na. Cruzada literaria que recién finalizó, en una Casa del Joven Creador que no descansa (con una programación diversa, atractiva, pensada y de calidad se erige como un ejemplo a seguir por otras de su tipo en el país).
Sin duda, Rumbatá constituyó el gran hallazgo en esta rápida visita a Camagüey de este cronista. Solo no pude entender por qué su director, Wilmer Ferrant Jiménez, se «quejaba» de cómo iba creciendo la edad de los integrantes de tan (sencillamente) fabulosa agrupación, «aunque esta será siempre nuestra Casa, la que nos ha robado el corazón».
Y es que el sonido divino que nace en esos cueros, campanas, chekeré..., es tan actual, tan «juvenil» que contagia. Al punto de que hasta llegamos a imaginar, cuando escuchamos y vemos en escena a estos instrumentistas fuera de serie (y su pareja de baile), que hay trompetas, trombones, incluso violines...
Habrá que agradecer a Rumbatá por mantener bien vivos esos ritmos espectaculares que nos legaron nuestros abuelos africanos. Y si ante esta «orquestaza», uno es incapaz de mover con soltura los hombros y marcar con los pies, al menos no puede dejar de sonreír de felicidad. Porque Rumbatá con el guaguancó, la columbia, el bambú, la rumba toda, que se deja contagiar con la nueva trova (impresionante el trabajo vocal en Candil de nieve), la zamba, el latin jazz, nos acrecienta, en cada toque, la alegría. Esa que de seguro sobrará en la Cruzada que ya se avecina.