Artista cubano. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 05:20 pm
Jorge Pardo es uno de esos cubanos jaraneros y conversadores, a quien de escucharle hablar se le identifica como coterráneo sin importar donde se encuentre. Si no fuera por lo difícil que a ratos le resulta hilvanar ideas en español, nadie podría imaginar que este habanero de mediana estatura y sonrisa a flor de labios creció y ha vivido la mayor parte del tiempo fuera del país.
Atraído por el prestigio de la Bienal de La Habana, el mundialmente conocido artista estableció contactos con el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, con el propósito de participar en la más grande fiesta de las artes visuales cubanas. En una corta visita realizada a la capital, previa al evento, con el propósito de ultimar detalles relacionados con su exposición, Pardo ofreció a JR declaraciones exclusivas.
Me siento, dijo, como si estuviera visitando Cuba por primera vez. «Tengo unas memorias que no son muy claras. Salí de aquí en 1969 y, como siempre digo, no me fui, me sacaron. En ese momento tenía seis años. Crecí en Chicago. Ahí fui a la escuela hasta los 19 años, cuando me mudé a California para estudiar Artes Visuales. Me gradué en 1988 y empecé a hacer exposiciones en Los Ángeles, Nueva York, Alemania… Estuve cerca de diez años exhibiendo fuerte en Europa, pero viviendo siempre en Los Ángeles. Supe de la Bienal y quise venir. Cuando llegué, lo primero que hice fue pedirle al taxista que me llevara a ver la casa donde nací, en el Vedado, cerca del Puente de Hierro», enfatizó.
El encuentro con este creador aconteció dos horas después de lo acordado. «Ahh, sí, lo olvidé y me fui a recorrer la ciudad», dijo. Minutos después ya estaba junto a nosotros en el lobby del hotel donde se hospedó, en el Centro Histórico de la ciudad, ofreciendo detalles de su vida y de su desempeño como artista.
«Yo no crecí en Miami; en ese lugar hay cubanos bien conservadores. Nosotros fuimos más realistas. En la casa no hablábamos de lo que perdimos al irnos de Cuba; lo nuestro era ir pa’lante. En Miami hay una condición política diferente, una trama inventada.
«Vengo de una familia trabajadora. Mi abuelo era muy comunista en los años 30, se llamaba Félix León y estaba en la cárcel cuando mi mamá nació. Mi papá era hijo de español, llegó hasta cuarto grado y mi mamá era contadora y vivió en el campo. Los dos trabajaban para compañías norteamericanas y como querían mantener la vida que tenían se fueron. Aquí no me quedó nada, excepto que me parezco a los cubanos. Soy un animal diferente».
Coordinar, pensar, hacer problemas visuales
A través de Alemania le llegó a Pardo, a finales de los 90, el reconocimiento internacional. El artista colocó sobre un lago de la ciudad de Münster una pasarela que aguantaba una máquina expendedora de cigarrillos, dando inicio a un importante número de trabajos en el espacio público de ese país. Unas lámparas de colores realizadas por él cuelgan del techo del restaurante de la sede del Parlamento germano: redondas igual que el comedor y la parte central del edificio. Sobre las aguas del río Spree, según cuentan, se refleja su luz, marcando el lugar en el que se dividieran el Berlín oriental y el occidental.
A este maestro se le conoce sobre todo por sus lámparas e intervenciones en espacios públicos. «Las lámparas son para mí como dibujos. Siempre tienen una problemática que deviene principio de los problemas técnicos, que es la luz. Lo que me gusta de ellas es que son máquinas que producen habilidad para ver. Cuando pones eso en un salón de exhibición es una cosa muy pura. La forma en que esa luz se origina se basa en los mismos principios y leyes de una pintura abstracta», expresó.
La propuesta que Pardo trae a la Bienal habanera es una muestra de lo que suele hacer en su taller en California. Se trata de un robot que creará piezas, con un diseño preconcebido, hasta llenar el espacio donde estará su exposición en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, la cual será inaugurada oficialmente este 11 de mayo.
No habrá nada al inicio. Mientras el robot esté produciendo las personas podrán entrar e interactuar con lo que se hace. El contrato cultural más importante para un artista, afirmó, es mostrar lo que ha creado y no necesariamente hacer cosas para vender.
«Lo que hago es proponer una pila de problemas. Si uno ve una obra y sabe en dos minutos cómo leerla, es un fracaso. Pero es muy interesante si algo está pasando, te está confundiendo y a la misma vez atrayendo. Eso es lo que sucede cuando están mejor. La crítica más mala, más dura que puede recibir un trabajo mío es que no se presente en una forma polimorfa y tenga solo una dimensión, y lo más interesante es precisamente que no se puede totalizar.
«Me interesa mucho hacer piezas que yo pueda ver a las personas mirándolas. No es un problema sicológico ni nada de eso. A mí me gusta ver lo que hago, y cómo siendo artista plástico se puede producir ese tipo de contacto.
«Cuando uno piensa así el público es un componente muy importante de la obra. Las piezas mejores mías no están en museos, sino por el mundo. Las más exitosas son las que cualquiera consume y no solamente una persona cultural tradicional».
Una de las características distintivas de Pardo es su capacidad para mezclar estilos y medios. Mediante el uso de técnicas y materiales novedosos, este creador intenta conectar el arte con la vida, al tiempo que combina el diseño con la arquitectura, la escultura y la pintura.
«Pienso mucho en qué es una referencia tradicional dentro de la construcción de un objeto de arte y trato de reorganizar eso para que uno tenga de verdad que meditar y poner su pensamiento a navegar en lo que está viendo. Para mí eso es lo primario. Son preguntas bien fundamentales, principios fáciles: ¿Qué cosa es una obra? ¿Cuándo deja de ser arte? Me interesa lo que produce la cultura visual, la ambigüedad, lo inestable, desestabilizar un poco a la persona que va a ver la pieza para que tenga que usar sus propios recursos».
A Jorge Pardo le gusta coordinar, pensar, hacer problemas visuales «para la gente que va a buscar una experiencia de arte». El diseño, declaró, «es muy importante para mí porque no es arte, pero siempre ha tenido una tradición muy simbiótica con el arte plástico. De este último viene el origen de las otras disciplinas pragmáticas. La pintura y la escultura históricamente han sido el vaticano de las otras formas de creación. Yo fui a una escuela de diseño y vi problemas a veces más interesantes que una pintura. Por eso empecé a usarlo. No soy diseñador, no hago sillas para vender, todo lo que hago es para exhibir. Estudié escultura y pintura. Soy de la generación que empezó a usar computadora en los 80, cuando estaba en la escuela».
El contacto que se produce en el espacio público, puntualizó, es diferente. «Uno tiene que inventar la forma en que van a consumir la obra, es algo que no se puede controlar. Por eso hago piezas que están en el museo y fuera de este, en locales que no son tradicionalmente de arte. El espacio es como el “frame”, el contexto que uno trata de manejar para producir problemas estéticos. Eso es lo que yo hago. Somos las únicas personas en el mundo a quienes otros van a ver para que les muestren lo que hicimos», concluyó.