Manuel López Oliva, artista de la plástica cubana contemporánea. Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 05:18 pm
Manuel López Oliva, uno de los mejores artistas de la plástica cubana contemporánea, exhibe por estos días su primera exposición personal en el Museo Nacional de Bellas Artes. La muestra, titulada Mímesis, está integrada por 20 obras y dos performances —todos realizados en las últimas dos décadas—, en los cuales el lenguaje plástico está centrado en la caracterización de lo real como teatro y de los personajes de la realidad como actores cambiantes.
Un recorrido por cada una de las piezas permite confirmar la solidez de una obra que demoró mucho en llegar a Bellas Artes. ¿Razones? «Habría que preguntárselas a Holmes, Poirot, el Detective Chino u otro investigador célebre. O mejor, a quienes deciden al respecto en el Museo. (….) Quizá ahora sea el momento más seguro para mí, cuando ya no corro el riesgo de quedar detenido en el camino o contar solo con evidencias plásticas de etapas formativas», comentó el artista.
Conocido no solo como pintor, sino también como crítico y ensayista, el maestro López Oliva asume la creación como reflejo de la vida y se nutre de figuraciones propias del teatro universal. Su pintura es intensamente alegórica, provocativa y cautivante, plena de símbolos y argumentos diversos que permiten varias lecturas; con colores de tonos fuertes cortados por haces de luz. Nada en ella es lo que parece.
Galardonado en el 2000 con el premio nacional de la Crítica Guy Pérez Cisneros por la obra de toda la vida (bien podría tener igualmente el de Artes Plásticas), López Oliva nació en la ciudad de Manzanillo, en el taller de pintura publicitaria y decorativa de su padre Manuel López Montero. Dibujar y pintar fueron sus primeros juegos.
—Las máscaras, el atrezzo, la danza... conforman, junto a las catedrales y el erotismo, el entramado mágico que distingue su obra, la que parece bordada sobre el lienzo. ¿A qué atribuye esa línea tan peculiar y la presencia de esos elementos?
—Aunque me dediqué por años a comprender y valorar otros estilos y autores del arte plástico, no es fácil para mí hacerlo cuando se trata de mi propia trayectoria productiva en el arte. De manera que hay aspectos y resultados que sí puedo explicar en su génesis y desenvolvimiento; pero hay otros de los cuales no soy totalmente consciente, en los que resulta evidente la acción de ese reservorio de imágenes que uno tiene en la memoria y que suelen salir de modo inesperado sin uno proponérselo. Todo indica que aquello que recibí en la niñez, tanto en el taller de mi padre (donde se confeccionaban modalidades del atrezzo carnavalesco) como en el de costura y bordado que tenían mis tías, parece que reapareció en mi método de trabajo y ornamentación pictórica, ya en la madurez, cuando todo eso —y mucho más— había cristalizado como recurso de exteriorización estética de mi pintura.
«Es verdad que siento una especial predilección por el tejido, me gusta palparlo, tanto como me satisface palpar la piel femenina. Y es verdad que cuando observo un tapiz—desde los gobelinos hasta el tejido y el incrustado tradicional de las comunidades indígenas, la creación en aspilleras de Violeta Parra y los ‘trapices’ del cubano Umberto Peña— suelo experimentar en los dedos, en el tacto todo y también en los mecanismos perceptivos de la mente, una sensación compleja y muy agradable que podría ser base de esa tendencia mía a texturas y materias muy cercanas a las del dominio artesanal de tipo textil.
«Toda mi obra es una consecuencia de cuanto he vivido, de lo que me gusta y selecciono mentalmente de cuanto conozco del arte cubano e internacional de todos los tiempos, de mi sensibilidad y oficio, de la cultura mixta interiorizada y de un intenso deseo dialógico que se manifiesta en las mismas propuestas plásticas y la búsqueda de placer similar al inherente al cuerpo».
—Su obra se caracteriza por figuras de una textura muy trabajada, llena de detalles que requieren de mucha paciencia. ¿Se considera una persona obsesiva?
—Sí, soy obsesivo, y ocasionalmente también compulsivo. Es un defecto que lleva a gastar mucha energía y que puede molestar a otros. Pero creo que si no fuera así, no hubiera hecho ni la mitad de lo que he realizado.
«En cuanto a las texturas que pinto, a los detalles minúsculos en mis cuadros, no solo es consecuencia de mi naturaleza obsesiva. Es también el resultado de un cierto hedonismo en la subjetividad, de un deseo de palpar y acariciar, de un nerviosismo emocional que así se neutraliza; y de cierto afán de búsqueda en la forma, el color, la factura y las texturas, que saca a la luz el componente sensual que sirve de equilibrio a mi condición de artista intelectual».
—¿Cuánto le aportó simultanear durante tantos años la pintura con el ejercicio de la crítica?
—Siempre he pensado que un individuo dedicado a funciones intelectuales y artísticas debe alimentarse y proyectarse por distintas vías que mantengan alguna relación entre sí. Cuando en la actividad profesional y, sobre todo, creativa hay campos de saber, de sentir, de gozar, de comunicarse, interconectados por lo que Breton definía como «relación de vasos comunicantes», los resultados son más ricos.
«La extrema especialización que no deviene de una pirámide o espiral de experiencias, información y conocimientos sobre numerosas facetas de la vida y la cultura, no es especialización, sino reducción, itinerario lineal, camino empobrecido, comportamiento metafísico y autolimitación complacida.
«Desde pequeño, la vida me llevó por el camino de la suma armoniosa. Solía dibujar, leer, escribir poesías y escuchar la radio a la vez. Después, en la Escuela Nacional de Arte mantenía normalmente mi dedicación docente a las artes plásticas y el ejercicio de la escritura, la lectura de textos múltiples, la actividad cultural diversa y la práctica necesaria de la amistad y el amor. Todo ello mancomunado diseñaba mi modo de ser como persona y como artista intelectualizado. El ejercicio paralelo —y durante años prioritario— de la crítica de arte, la ensayística culturológica y la tarea profesoral fueron una consecuencia de esa fusión de intereses, e igualmente un complemento en un artista que siempre ha querido ser un creador de su tiempo con visión profunda y perspectivas de porvenir».
—¿Cree que nuestra riqueza plástica está siendo valorada y promovida como merece?
—Para una completa promoción de lo que llamas nuestra riqueza plástica hacen falta recursos económicos de los que no pueden disponer hoy ni el Estado ni la mayoría de los artistas. Igualmente se requiere de la existencia de un coleccionismo nacional que no ha podido conformarse, que funcionaría como puente al coleccionismo del exterior, así como de una mayor comprensión en otros sectores de la sociedad cubana que manejan los medios y espacios útiles para la publicidad del arte, el coleccionismo social o público y la aplicación de lo artístico a los objetos, sitios e imágenes de la vida cotidiana.
«Hoy el arte es de modo creciente un recurso internacional de inversión y negocio. La promoción no puede obviar esa condición de su circulación internacional que implica la presencia en colecciones de museos matrices, el movimiento de los valores estéticos mediante dealers y galerías, la incursión en bienales y ferias. Pero todo eso cuesta trabajo, relaciones y, sobre todo, dinero. De ahí que la promoción sea adecuada solo para cierto número de profesionales de la plástica que han podido proyectarse por los mínimos canales estatales, mediante su propia gestión con el apoyo de sus asistentes o representantes, por la acción experimentada de curadores y galeristas de otros países que han sabido capitalizar parte del arte cubano, y a raíz de la formación de firmas ya legitimadas por coleccionistas y otros mecanismos de universalización de la imagen de éxito».
—El mercado establece modas, jerarquías, manipula la creación. Para insertarse en él a veces es necesario hacer concesiones. ¿Cómo enfrentarlo sin renunciar a un arte de excelencia?
—Existen tres tipos de mercado de arte: uno que parte de la utilización comercial de obras de calidad de todos los tiempos, que puede tener aspectos positivos, en tanto sitúa a los genuinos valores estéticos en circulación mundializada y dentro de colecciones institucionales de los Estados, los patronatos o en las privadas. Hay otro mercado que se afirma en la revelación y construcción de nuevas propuestas —que pueden ser verdaderas como arte o falsas—, y que adquieren resonancia y altísimos precios a través de las «operaciones de prestigio» orquestadas con subastas, autocompras, bienales y críticos mercenarios. Y hay modalidades de compraventa subalternas, en las cuales la validez cultural real es sustituida por la demanda de mal gusto, el desconocimiento de lo artístico, los precios baratos para todos, la simple mercadería de venta fácil, la iteración de significantes sin significados.
«Lo peor de todo es que una proyección deformada y deformadora desde las operatorias mercantiles impone paradigmas que afectan la autenticidad, confunde al público, desvitaliza el acto creador y convierte a la mercancía disfrazada de arte en algo que se vuelve contra la cultura que dice representar.
«El verdadero artista generalmente se salva, porque se impone vender lo que crea y no solo producir para vender. Y digo “el verdadero artista”, porque no todo lo que parece arte, lo es.
«Ahora bien, los artistas no pueden renunciar a vender sus creaciones porque necesitan una base económica para poder vivir y seguir creando. Para un creador no es suficiente tener un trabajo paralelo. Los materiales y otros medios son caros y el trabajo artístico requiere dedicación de tiempo casi total. De ahí que no sea posible negar la necesidad del mercado, porque el mecenazgo estatal o privado no siempre llega y también tiene riesgos.
«Vale la pena que los creadores se afanen en hallar mercado para lo que hacen como arte genuino, que desplieguen simultáneamente un tipo de producción vendible de calidad y otra para insertarse en la cultura visual trascendente, o que se dispongan a vivir modestamente —con lo que puedan ganar sin mercantilizarse demasiado— para continuar aportando o generando valores verídicos en términos estéticos».