Yunier Riquenes promotor de la Editorial Oriente. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:08 pm
A través del colega y narrador Rubén Rodríguez llegué a Yunier Riquenes una mañana en la que olvidé el horario de clases y decidí cumplir con la entrega de un manuscrito del autor de El Garrancho de Garabulla. Riquenes me invitó a un café en La Isabelica y nos pasamos la jornada discutiendo sobre muchos temas. Allí regresé varias veces, y siempre que podíamos nos escapábamos a la Editorial Oriente, a un café o conversábamos unos minutos. Después de un año nos reencontramos en Holguín, adonde vino a participar como jurado en la XII edición del Premio Celestino de Cuentos.
—Recuerdo que una vez me «acusaste» de deberle a la ciudad de Santiago de Cuba la «hospitalidad» de acogerme cinco años en la Universidad de Oriente. ¿Estás saldando esa deuda o nunca pensaste regresar a Jiguaní?
—Permanecer en Santiago de Cuba me ha hecho un hombre distinto. El Granizo, en Jiguaní, ya lo he dicho antes, es el lugar que me mantiene a salvo y me resguarda, me brinda paz. Santiago de Cuba es el campo de combate. Desde esta ciudad he podido hacer realidad varios proyectos. Me gradué de Letras y conocí la ciudad: sus calles, la gente, uno que otro teatro, compartí puntos de vista diversos con gente diferente, aprendí a convivir, a respetar el criterio del otro. Jiguaní, El Granizo, y mi madre, hermano, amigos, me sembraron una semilla que aún germina. Tampoco estoy lejos de Jiguaní, sigo estando, aunque algunos amigos vayan partiendo.
—¿Cómo llegaste a Las respuestas de Soler Puig… O fue ese novelista quien llegó a ti?
—La figura de José Soler Puig la conocí antes de llegar a Santiago. Nunca olvido que un día mi madre se apareció en la casa con un bulto de libros. Se tiraron en una esquina del baño. Había uno que me llamaba la atención, en la cubierta unos hombres horneaban el pan. Lo tomé y leí, por primera vez, El pan dormido.
«Después, en Santiago, conocí a Aida Bahr y Jorge Luis Hernández. Aida y Jorge hablaban todo el tiempo de Soler; habían aprendido en su casa los procedimientos narrativos. También Lino Verdecia, profesor en la escuela de Letras, hablaba de Soler; recuerdo el análisis en clase de El ciego, un cuento que enseña y no se olvida jamás. Y luego, en cada conversación con cualquier personaje rellollo santiaguero que tuviera alguna relación con la cultura, te mencionaba al «viejo».
«En la Universidad de Oriente conocí a Alberto Cabal Soler, el nieto. Fue otra manera de acercamiento. Alberto siempre estuvo preocupado por el reconocimiento literario de su abuelo. Y me mostró algunos materiales imprescindibles.
«Me gradué y comencé a trabajar en el Centro de Promoción Literaria «José Soler Puig; empecé a investigar la vida y obra del novelista. Este centro organiza el coloquio José Soler Puig. Memoria y palabra», para homenajearlo cada año, y laboré un poco en eso. León Estrada me sugirió pensar en este libro sobre “el primer Premio de novela Casa de las Américas”, y Reynaldo García Blanco también. Fui a bibliotecas, archivos, hice pedidos a muchos amigos. Fue un proyecto de desgaste, pero al mismo tiempo revitalizador. He recibido comentarios favorables por parte de críticos, lectores y escritores y eso me alegra por Soler. Soler Puig merece ser recordado por su obra novelística y cultural. Quien conozca este libro podrá descubrirlo, y querrá acercarse a su trabajo. Me queda mucho material archivado. Espero publicar el libro in extenso en algún momento. Tal vez en 2016, cuando se celebre el centenario del natalicio».
—¿Cómo repartes tu tiempo entre las labores en la Editorial Oriente, la revista Caserón, el trabajo con la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y tu propia obra, con la cual cada creador asume compromisos impostergables?
—Cada día se me hace más difícil repartir el tiempo. Ser promotor de la Editorial Oriente me desgasta; implica un compromiso con los autores y con las personas que trabajan el libro en la casa editora. Hay que reconocer el quehacer de todos. Creo que en Cuba muchas veces se subvalora la promoción. La gente debe conocer los libros que se hacen en el país, los que se distribuyen en nuestras librerías, y hay que buscar la manera de divulgarlos; y más que divulgarlos, acercarlos a los diferentes públicos.
«Asumí la revista Caserón, de la UNEAC precisamente para colaborar en la promoción del arte de Santiago y Cuba, y que las personas puedan conocer la labor de nuestros artistas, espacios culturales y publicaciones, que nunca sobran. Estoy rodeado de personas de experiencia, pero hacer este trabajo requiere de búsquedas e inconformidades. Cuando llego a casa dejo tiempo para mí. Siempre hay algún verso o una idea que apuntar o revisar. Siempre hay tiempo y tengo varios proyectos en curso».
—También trabajas con los niños…
—Sí, en el taller especializado Meñique. Hacerlo me ha dado una de mis mayores alegrías. Enseñarlos a escribir, sugerirles libros. Los niños nunca son ingratos.
—Desde hace varios años te vinculaste a la AHS. ¿Qué importancia le confieres a esta organización de jóvenes creadores?
—Ingresé a la AHS en 1998. He visto muchos eventos y cosas y faltan otras por ver. Creo que cumplir 25 adentra a la organización en una edad que la lleva a repensar su trabajo, a definir para no perder un minuto. Se ha trabajado bastante, pero estos tiempos difíciles requieren de detalles. Esos no pueden faltar. Creo que los días deben ser marcados por el reconocimiento a la obra verdadera.
«Sin la AHS no hubieran aparecido, muchos proyectos hechos por jóvenes no hubieran tenido espacio en ninguna parte. Hoy, por ejemplo, Contramaestre no sería lo mismo. Si vas, te das cuenta de que el municipio tiene otra fachada. Eduard Encina lo ha transformado muchísimo con el apoyo de todos los miembros».
—Escribes cuento, poesía, novela, reseña periodística… demasiado para alguien que alterna su trabajo con viajes a Jiguaní para visitar a tu madre y otras tantas actividades difícilmente enumerables.
—No soy de los que buscan pretextos. Nunca es demasiado para el placer y el amor.