Giuliano Salvatore junto al cartel de su documental ganador del Gran Premio del evento. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:06 pm
SANTIAGO DE CUBA.— Dedicado a Venezuela como país invitado, el recién finalizado certamen que tiene al documental como razón de ser, volvió a poner sobre el tapete la necesidad que tiene el género no solo de exhibirse y promoverse, sino de pensarse, reflexionarse, estudiarse.
De ahí que el evento teórico —esta vez en la confortable y bien habilitada Maqueta de la Ciudad— gane en organización y poder de convocatoria entre estudiantes, estudiosos y público en general. De hecho fue el periodismo en sus vínculos con el cine, sobre todo desde sus nuevas posibilidades técnicas, uno de los grandes protagonistas de esta faceta del festival, tanto por conferencistas foráneos como del patio, teniendo como paradigma, justamente, al maestro que nomina el encuentro, quien, como sabemos, hizo del arte de la información un arma poderosísima al servicio de las imágenes móviles.
Venezuela y su realidad fílmica resultó otro de los puntos sobresalientes del coloquio, con la participación activa de la delegación visitante, encabezada por Juan Carlos Lozada, de la dirección cultural de la nación bolivariana, e integrada entre otros por cineastas del prestigio de Edmundo Aray, Andrea Gouverneur, Carlos Azpúrua y Ana Laura Pereira.
Claro que esta enjundia teórica fue ampliamente complementada por una programación en las salas (Cuba y Rialto, fundamentalmente) que mostró los avances del documental venezolano, incluyendo la competencia, que justamente se vio coronada, en su gran premio, con el filme Barrabás, ópera prima de Giuliano Salvatore (presente aquí) en torno a la vida de Rafael Serrano Toro, escritor y teatrero popular, ex presidiario que durante las décadas del 60 y el 70 del pasado siglo se convirtió en el delincuente más buscado de Caracas, y a quien, según vívido testimonio, lo salvó ante todo la literatura.
Empleando hábilmente las técnicas de la entrevista directa y el llamado «documental de puesta en escena», el cineasta logra armar en 45 minutos un retrato lúcido y convincente, que elude sensiblerías y lugares comunes para indagar en el ser humano desde una acertada perspectiva ontológica y social.
Dentro de la Muestra Informativa también fue saludable asistir a la exhibición de la coproducción entre ese país y Camerún, de corte etnográfico, Tambores de agua: un encuentro ancestral, de Clarissa Duque, quien se acerca con rigor y espíritu investigativo a una hermosa y ya extinguida costumbre de percutir dentro de los ríos por mujeres de parajes rurales, en las periferias venezolanas.
A propósito del hermano país, sorprendió que un notabilísimo título como el español Cuarto poder: los medios en la sociedad de la información, otra primera obra, esta vez de Pablo M. Roldán, se fuera sin algún lauro; el proceso de análisis y desmontaje que realizan profesionales y expertos allí acerca de la satanización del proceso bolivariano por la prensa en ese país, hábilmente combinado con el cine-encuesta, estructura un inteligente documental que también ilustró mucho de lo que se debatió en las mesas.
De las obras cubanas, fue merecidamente reconocido por el jurado el ya (re)conocido título de Marilyn Solaya, En el cuerpo equivocado, estimable acercamiento al primer caso de operación transexual en Cuba que focaliza, más que el hallazgo científico, el lado (dolorosamente) humano del proceso, en una mixtura notable de documental y ficción que incide positivamente en el receptor.
También del patio en coproducción con República Dominicana es una obra donde el músico Edesio Alejandro se estrena como cineasta, y lo ha hecho con muy buen pie, porque Los 100 sones de Cuba queda ya como útil documento sobre la larga y hermosa trayectoria del «género nacional» a través de cultores a lo largo y ancho del país —enfatizando en las ricas manifestaciones orientales— con las precisiones teóricas (verdaderas clases magistrales) de músicos, musicólogos y conocedores empíricos.
El festival ofreció asimismo la inédita oportunidad de acercarse a incipientes cinematografías como la de Qatar, y de ese modo conocer un sugerente corto como La fragancia de las sombras, de Hafiz Ali, que historia lúcidamente los (des)encuentros del público allí con la sala grande, un proceso discontinuo y desconcertante sobre las relaciones de amor-desamor, indiferencia y pasión de los espectadores respecto al cine.
Pasión, a propósito, que en el caso de la concurrencia a las salas durante este evento continúa siendo una asignatura pendiente, un desafío del festival para sus próximas ediciones. Si determinadas tandas (como alguna donde se incluyó la bien recibida Barrabás) estuvieron suficientemente llenas, como bien respaldadas por el público fueron otras actividades (el aludido evento teórico, exposiciones, concurso de fotografía, exhibiciones especiales) no se concibe que la propia competencia o las muestras paralelas no conciten el esperado auditorio.
Aún hay que profundizar, entonces, en la promoción e incluso en las visitas dirigidas por parte de estudiantes, profesionales, entre otros, que no dejen pasar los auténticos tesoros que, muchas veces con carácter irrepetible, proponen por estos días varias salas santiagueras.
Por lo pronto, hay que agradecer una vez más la oportunidad que el ICAIC, la Oficina Santiago Álvarez y las autoridades culturales de esta ciudad ofrecen mediante este festival que se torna más rico, más internacional, más merecedor de la tutela que, desde algún rincón nada perdido del éter fílmico, imparte quien le confiere algo más que su nombre y su prestigio.