En Sueños robados, la brasileña Sandra Werneck analiza, entre otros temas, la marginalidad, el comercio sexual y el embarazo precoz. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:04 pm
En marzo de 2007, el Festival de Cartagena, una de las ciudades más amadas por Gabriel García Márquez, le dedicó una retrospectiva especial y coloquio, en el cual se exhibieron y discutieron buena parte de las películas realizadas a partir de sus relatos. Como siempre, la mayor parte de los participantes insistió en la «poca suerte» en el cine de las obras escritas por el colombiano universal. En esa misma ciudad costeña, escenario de El amor en los tiempos del cólera y El otoño del patriarca, set ideal para el rodaje de Cronaca di una Morte Annunciata y de Love in the Times of Cholera, la joven cineasta costarricense Hilda Hidalgo rodaba Del amor y otros demonios, que ahora concursa en la sección de óperas primas y que devino una de las versiones más inspiradas, autónomas y singulares entre las adaptaciones de la narrativa garciamarquiana al cine.
La idea de reinterpretar la novela breve nació en la Escuela Internacional de Cine y Televisión, en San Antonio de los Baños, en 2003, cuando el escritor impartía uno de sus célebres talleres para guionistas, y le sugirió a Hilda Hidalgo que se encargara de adaptar y dirigir la puesta en escena de la historia de amor entre la adolescente semisalvaje y el cura consagrado, en tiempos de la Inquisición. En la zona histórica de Cartagena de Indias se rodó entonces este proyecto integrador de las cinematografías regionales en tanto fue concebido en Cuba, por una costarricense que consiguió producción de empresas y profesionales procedentes de México, Colombia, Argentina y España.
Así, una mujer con muy poca experiencia y procedente de un país sin tradición cinematográfica se encargó de versionar para el cine esta hermosa historia conducida por los laberintos del erotismo, la intolerancia y la muerte. Fiel a la carga de sensualidad del relato, la cineasta atendió menos la reflexión filosófico-religiosa del libro que la arrobadora seducción del relato intimista, narrado en la película con extrema parsimonia por una cámara que descubre deslumbrada la gradual y lírica aproximación entre la joven aristócrata, mordida por un perro rabioso, y el joven cura Cayetano Delaura, interpretado por Pablo Derqui desde la irreprochable combinación de delirio y sutileza.
A las virtudes de las actuaciones, y de una dirección de arte que construye el espacio y los objetos mínimos habilitados para ambientar el gradual acercamiento de los dos jóvenes, se suma la fotografía de claroscuros, tenebrismos y plásticamente compuesta —inspirada en la pintura de Velázquez, Zurbarán, Caravaggio y otros pintores renacentistas— y el sonido que prescindió casi por completo de música, y reconstruye el espacio acústico de la Cartagena colonial, con algunos raptos selváticos y oníricos, capaces de distanciar al espectador y colocarlo en trance de realismo mágico, una estética de la cual se mantiene próximo, en medulares secuencias, el filme de Hilda Hidalgo.
Es apacible, reposada y un tanto morosa esta versión de una novela centrada en el conflicto entre los poderes de la autoridad (religiosa), la fe (que condena el sexo) y la razón (aliada de la mesura y del juicio). Porque la realizadora y guionista despojó el relato de todo componente ajeno a la pasión de los protagonistas —por eso hay personajes, como el de la madre de la muchacha, que aparecen desdibujados— y consagra todos los recursos visuales a describir una pasión que se muestra despacio, prescindiendo de alaridos, quejas, lágrimas o largos y enardecidos parlamentos. En fin, una historia de amor minimalista y desdramatizada, que adquiere fabulosa resonancia luego de que el espectador supere la trillada e innecesaria comparación con el «original» literario.
Si la cinematografía de Costa Rica comienza a figurar en el mapa audiovisual latinoamericano, gracias a Del amor y otros demonios, entre otros títulos, la venezolana ha tenido un buen año a partir del éxito nacional e internacional de dos producciones, las dos concursando en La Habana: Hermano y Habana Eva. Esta segunda está coproducida por el ICAIC y dirigida por una de las más notorias cineastas del área, Fina Torres, quien ha consagrado sus largometrajes anteriores (Oriana, Mecánicas celestes y Mujeres arriba) a contar historias sobre mujeres que superan las limitaciones impuestas por sociedades patriarcales y desiguales.
Demasiado parecida tal vez a ciertas comedias sentimentales altamente predecibles, la película simplifica pero entretiene, mistifica aunque embellece; es producto realizado con profesionalidad, buen gusto y funciona a la perfección cual publicidad turística, musical y glamorosa en torno a los primores de la capital cubana. Debe aclararse que la película se acerca a la realidad cubana para tomar de ella anécdotas, personajes y elementos culturales de refracción caribeña, latinoamericana y universal.
La cubana Yuliet Cruz muchas veces se roba la atención del espectador en su papel de amiga de la protagonista, interpretada discretamente por la venezolana Prakriti Maduro. Al venezolano Juan Carlos García (Jorge) y el cubano Carlos Enrique Almirante (Ángel) no les dejan otra salida que tratar de arropar el esquema férreo donde entramparon a sus respectivos personajes, los dos amores entre los cuales oscila la costurera hacendosa, una suerte de Cenicienta (como casi todas las protagonistas femeninas de las comedias sentimentales made in Hollywood) decidida a romper el círculo de inmovilismo trazado por su padre, su novio, la burocracia y una parte de la sociedad, inacostumbrada a lidiar con tanta iniciativa femenina.
La fotografía enaltece texturas y colores habaneros con su voluntad de tarjeta turística, dedicada con todo el amor del mundo, y por supuesto se detiene de vez en cuando a hermosear ruinas e iluminar antigüedades. En la voluntad de la realizadora por engalanar una realidad trazada en sus rasgos más exteriores, pareciera querer insinuar que la liberación e igualdad de la mujer pende de la instauración de las pasarelas, la alta costura, la libre empresa y la filosofía de mercado, un criterio que resulta cuando menos cuestionable, en tanto cinco siglos de capitalismo demuestran exactamente lo contrario. Fina Torres asocia la realización personal de varios personajes, incluida la protagonista, con el dinero, el poder, la elegancia, el confort y el buen sexo, y todo ello resulta de una ligereza bastante discutible, a pesar de la simpática ingenuidad con que se desarrolla todo en una película que pudiera dar mucha tela por donde cortar entre los espectadores cubanos.
Desde una perspectiva mucho más realista y compleja, la brasileña Sandra Werneck se inserta en los entresijos de la psiquis femenina, en la favela carioca, mediante Sueños robados. Después de abordar las relaciones de pareja de clase media en Pequeño diccionario amoroso (1996) y Amores Possíveis (2001), y de biografiar a un roquero famoso en Cazuza, o Tempo não Pára (2003) la Werneck presenta la adaptación al cine del libro As Meninas da Esquina-Diarios de Seis Adolescentes que Vivem no Lado Selvagem da Vida y analiza la marginalidad, el comercio sexual y el embarazo precoz, los problemas afectivos, filiales y educacionales, en un trío de muchachas, Jéssica (Nanda Costa), Sabrina (Kika Farias) y Daiane (Amanda Diniz), quienes no sobrepasan los 17 años y habitan un ambiente de dramática precariedad.
Sueños robados se aparta de la espectacularización de la miseria y la violencia a que recurrían, en alguna medida, Tropa de élite o Ciudad de Dios, puesto que la directora renuncia a tan ambicioso muralismo y se concentra en el fenómeno de la prostitución, sus causas y consecuencias, más allá de la previsible condena ética o la ligereza concupiscente que puede encubrir y justificar cualquier tragedia. La Werneck se distancia de la perspectiva reductora que muestra a toda prostituta como un ser humano sórdido, inmoral o víctima irremediable, y apuesta por las explicaciones racionales y honestas, dentro de un tema siempre polémico y de fuertes componentes trágicos.
Independientemente de sus insuficiencias y además de sus muchas virtudes, Del amor y otros demonios, Habana Eva y Sueños robados presentan finales esperanzadores que contribuyeron al aplauso del público cubano, cuando debutaron en los primeros días de este Festival que sigue avanzando colmado de propuestas placenteras, discutibles, sagaces.