Xiomara Reyes. Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 05:03 pm
Cuando era una pequeñina y contaba con apenas tres años, Xiomara Reyes, actual primera bailarina del American Ballet Theatre (ABT) —un privilegio de cubana que solo había sido alcanzado por la gran Alicia Alonso—, consideraba que bailar bajo la tutela de Laura Alonso, junto a otros como ella, no era mucho más que «saltar como un conejo o ronronear como un gato. A esa edad tuve mi primera función en el García Lorca, pero en ese momento, claro está, mis nociones sobre la danza eran bastantes primitivas», cuenta esta muchacha que ha estado 18 años ausente de los escenarios de la Isla.
Sin embargo, a pesar de ser una niña muy hiperactiva, cuando escuchaba la música de Giselle, Xiomarita se quedaba horas tranquila, bailando en la sala de su casa. La danza fue la mejor manera que encontró su mamá para que drenara su energía. «¿Cuándo supe que sería bailarina? Creo que cuando adquirí la suficiente técnica como para encontrarlo divertido. La verdad es que en un principio era bastante mala técnicamente, y lo que me atraía más era la posibilidad de crear personajes. Hubiera querido, sobre todo, ser artista de televisión o de cine, pero cuando terminé la escuela, ya la magia del ballet me había conquistado».
—Hablas de la Escuela Nacional de Ballet. ¿Algún recuerdo de aquella época?
—Me acuerdo de muchas cosas: de mis amigos, de la competición sana que teníamos en nuestro tiempo libre, girando en los pisos de la escuela, haciendo cosas como fouettés que no habíamos aprendido todavía… También recuerdo que en la escuela elemental mi grupo tuvo muchos maestros diferentes, pero cada uno de ellos, de una manera u otra, dejó su semillita en mí. Ya de más grande nos tocó la suerte inmensa de que Loipa Araújo fuera nuestra maestra de ballet. Ella nos preparó no solo técnicamente, sino también para enfrentar muchos desafíos.
—¿Conociste de los rigores de algún concurso internacional?
—Con la Escuela participé en varios concursos nacionales, donde fui galardonada. Y luego, como parte de la Joven Guardia, gané la medalla de oro en la competición de Chiclayo, Perú; y junto a mi partner en aquellos momentos, Yat-Sen Chang, ahora principal del English Ballet, la medalla a la mejor pareja junior en Varna, Bulgaria. Después, trabajando en Bélgica, obtuve sendas medallas de plata en París y Luxemburgo.
«Siempre adoré las competiciones, pues me ofrecían la oportunidad de ver a otras escuelas, otros bailarines y de compartir lo aprendido. Si hay algo que valoro mucho de esa época es que crecimos con un espíritu competitivo sano. Al menos yo siempre lo vi así».
—¿Qué te aportó formar parte del Ballet Nacional de Cuba? ¿Cómo consideras tu paso por la Joven Guardia?
—El Ballet Nacional de Cuba y la Joven Guardia resultaron dos experiencias muy diferentes y de gran valor para mí, pues me prepararon en poco tiempo para enfrentarme con confianza a una carrera internacional. En el BNC aprendí, sobre todo, el respeto enorme al trabajo y la importancia que posee el cuerpo de baile. Supe enseguida que una figura principal nunca hace sola el espectáculo. Aprendí mucho, además, sobre las diferencias de estilo que existe en muchos de los clásicos, y conocí el increíble talento de los coreógrafos cubanos.
«La Joven Guardia me enseñó a tomar la responsabilidad de la figura principal en una obra, y a no temerle a nada».
—Durante varios años fuiste figura principal del Real Ballet de Flandes…
—Con el Real Ballet de Flandes (compañía belga fundada en 1969) todo fue muy interesante, pues tuve que acostumbrarme a otro estilo de trabajo, bastante diferente al que estaba habituada. Gracias que tuve la ayuda de Julio Arozarena y Menia Martínez, dos figuras del ballet cubano que han hecho bellas carreras internacionales. A veces no era fácil, pero siempre es una experiencia enriquecedora el enfrentarte a otra cultura, otra lengua, otra manera de vivir. Te hace crecer mucho como persona.
—Todavía se habla de tu debut en Coppelia con el Real Ballet de Flandes. ¿Qué tuvo de especial esa función?
—Jamás olvidaré mi primera Coppelia con el Ballet de Flandes, sobre todo porque fue el inicio de mi partnership con mi esposo Rinat Imaev, quien en esos momentos era bailarín principal de la compañía. Yo estaba acabada de entrar y él ya tenía mucha experiencia, cosa de la que no poco yo me he beneficiado a través de los años. Probablemente en esa función se podía notar el placer que sentíamos al bailar juntos, aunque aún no éramos pareja en la vida.
—Se dice que entraste por la puerta grande del ABT al formar parte de su nómina como solista. ¿Cómo lo conseguiste?
—El ABT estaba buscando una solista y yo había terminado mi contrato con el Real Ballet de Flandes, así que envié mi video. Me invitaron a bailar con la compañía y después de la función recibí un contrato. Estaban contentos de tenerme y me dieron muchas oportunidades, mientras que yo me enamoré completamente de la compañía.
—Fuiste ascendida a primera bailarina muy pronto. ¿Suerte? ¿Esfuerzo descomunal de tu parte?
—Estuve con contrato de solista durante dos años, aunque en ese tiempo interpreté muchos roles protagónicos. Después me promovieron a Principal (primera bailarina). ¿Qué puedo decirte? Suerte y esfuerzo. Las dos cosas, como todo lo que sucede en esta vida. No obstante, en esa etapa de mi carrera, como había estudiado y bailado durante años muchos de estos roles, estaba preparada para asumir esa posición. Cuando llegué al ABT ya era una bailarina con cierta experiencia y madurez.
—¿Qué ha significado para ti ser la segunda cubana, después de Alicia Alonso, que consigue estar en la cúspide de la compañía danzaria más significativa de Estados Unidos?
—Ser la segunda que lo consigue es un honor, claro está… Y también un sueño. Desde niña esa compañía tenía para mí una atracción especial: por una parte debido al hecho de que Alicia se dio a conocer allí; y por la otra, porque muchas de las estrellas y bailarines que yo admiré en mi adolescencia, formaron parte de la compañía. Todo eso siempre le dio un halo de magia y encanto al ABT.
—Imagino que te sirvió de mucho contar en el ABT con el apoyo de tu coterráneo José Manuel Carreño…
—Tener a José en la compañía, como a Ana Lourdes, de vecina, es como tener un pedacito de Cuba siempre dentro de mí. Hay muchos latinos en la compañía y disfruto la posibilidad de departir con ellos, pero Totó y Lourdes conocen la escuela donde estudié, los lugares y la gente que conocía en Cuba, la comida y la música que oíamos… Ellos son parte de mi pasado como también lo son de mi presente.
—Has tenido la oportunidad de ser la Lisette de La fille mal gardée, la Julieta de Romeo y Julieta y la Kitri de Don Quijote, entre muchos otros personajes. ¿Algún ballet que prefieras especialmente?
—Mis roles favoritos son Julieta, Giselle y Manon, por las posibilidades interpretativas que presentan. No solo cada bailarina tiene la oportunidad de hacerlos propios y diferentes, sino que es muy difícil bailarlos de la misma manera cada vez que los interpretas. Estos crecen contigo, y a medida que cambias y descubres cosas nuevas en tu vida esos personajes también se renuevan. Me encantaría mucho asumir a la Margarita de La dama de las camelias y a Tatiana de Oneguin.
—¿Cuál consideras que ha sido el mejor momento de tu carrera? ¿Existe alguno que quisieras olvidar?
—Sinceramente me es difícil responder esa pregunta aunque, claro está, haber sido promovida a principal del American es algo que indudablemente me salta a la mente. Una carrera como la nuestra está llena de momentos maravillosos, de funciones que te cubren de tanta felicidad, que quieres explotar; de ensayos o momentos en los que descubres algo con respecto a la música o a tu personaje o a la persona que tienes al lado, que te hacen sentir muy agradecida de estar donde estás y de hacer lo que haces. Por supuesto hay momentos que quieres olvidar, pero esos ya están olvidados.
—¿Cómo se lleva vivir lejos de tu tierra?
—Por una parte, uno se va acostumbrando a vivir lejos de Cuba en la medida que conoces nuevos lugares, los cuales comienzan a formar parte de ti, de tu historia. Del otro lado, uno a veces se siente un poco desarraigado. Pero una cosa es segura: yo nací en esta tierra, cerca del mar, con el Sol que te quema la piel y comiendo tostones. Oyendo a Silvio, a Pablito, a los Van Van… Conocí el cariño tan grande que entrega mi gente y su generosidad. Todas las experiencias que viví en mi niñez y adolescencia en Cuba son una parte muy vital de quien soy ahora. Cuba está en mí.
—Cuando bailas, todos aseguran que eres una fiel exponente de la Escuela Cubana de Ballet. ¿Cómo lo ves: como un honor o como un peso muy grande?
—Si soy fiel exponente de la Escuela Cubana es algo que probablemente sea juzgado por el público ahora a mi vuelta. El hecho es que la base de mi técnica la adquirí en Cuba y por eso estoy extremadamente agradecida, pues es un gran don poder olvidar la técnica cuando uno está en el escenario. Solo bailarines que están bien entrenados desde el principio —al menos lo que yo he podido ver— tienen esa libertad. Hay rasgos de la Escuela Cubana que me he esforzado en mantener, como la relación con tu partner y con todos los personajes, lo que hace para mí que la danza viva. Pero ya llevo muchos años fuera de Cuba y caminando otros caminos, así que le dejo la última palabra en esto al público cubano.
—¿Qué esperas de tu público?
—Mucho, mucho amor. Como el que yo siento por él.