La música campesina merece más prioridad y difusión, opina María del Carmen Prieto. Fuente: Dirección de Cultura de Las Tunas. Autor: Cortesía de la fuente Publicado: 21/09/2017 | 04:59 pm
LAS TUNAS.— María del Carmen Prieto se ha llevado el paisaje de la Ciénaga de Zapata a su casa actual. No ha podido desprenderse de ese todo que encontró en el lugar donde nació y por eso ahora se siente «una guajira dentro de la ciudad, con el campo dentro del pueblo».
Lleva una vida de artista en la capital, pero invisiblemente se ha tejido una costura que ata la campiña a su alma. Su esposo, unido a ella desde hace más de dos décadas, le ha tratado de representar aquello que en la infancia era imagen cotidiana.
«Él me construyó en el patio un bohío, un pequeño museo que me recuerda el hogar que tenía. Banquitos de madera, una tinaja y el fogón de carbón y de leña son algunas de esas cosas muy rústicas y humildes que tengo allí», comenta a Juventud Rebelde la cantante, que por estos días recibe un homenaje en la edición 43 de la Jornada Cucalambeana de Las Tunas.
Hay muchos elementos en María del Carmen que describen a las campesinas. Le llena de orgullo su pelo largo, un símbolo para las mujeres rurales, que en su mayoría llevan, por tradición, la cabellera suelta o acomodada en trenzas.
También usa sombreros en sus actuaciones por más de una razón: «Porque dice la gente que me queda bien»… y «Porque este es un país tropical y todo el mundo debe ponérselo para protegerse del sol»…
Un detalle sorprende de la intérprete: quiso ser actriz desde pequeña. Aunque algunos solo la hayan visto poner su talento vocal a melodías en programas televisivos como Palmas y cañas, sus dotes histriónicas las ha explotado en hacer reír o llorar cuando recita poemas de Nicolás Guillén, Miguel Hernández y Federico García Lorca, sus autores preferidos.
Pero es la música campesina el mayor proyecto de su vida. De ahí que reafirme que el género es uno de los que conforman nuestra identidad. «Nos identifica como la bandera, la palma real, el tocororo y la mariposa. La décima guajira es la estrofa nacional. Debemos amarla todos los cubanos y, al menos, si no la interpretamos o no nos gusta un poquito, tengámosle respeto y admirémosla, porque nos distingue aquí y en cualquier parte del mundo».
—¿Cuando dice «debemos» es porque se nos está escapando algo en la preservación de la décima?
—La música campesina ha sido muy golpeada por la difusión y porque no se le ha dado el lugar que merece. Ella debe de ocupar un sitio privilegiado por ser parte de nuestras raíces. Todos sabemos que ha carecido de espacios para su divulgación. ¿Qué sucede? Nos olvidamos de nuestros orígenes e incorporamos otros géneros que no son auténticamente cubanos. Aunque sé que también debemos difundirlos, hay que darle prioridad a lo de aquí.
—¿Cuál es su relación con las Jornadas Cucalambeanas, que ahora reconocen su amplio hacer en la música campesina?
—Las primeras ediciones me gustaban mucho —las actuales me siguen agradando—. Porque empezaron así, con mucho amor y sencillez. Crecieron en El Cornito. La caña brava estaba detrás de los escenarios y nos sentábamos sobre un manto de hojas secas; a nuestra orilla se amarraban los caballos y se asaba el puerco. Las flores de Birama se traían en coche desde la ciudad y venían a caballo los fundadores del evento, Pepe Ramírez —presidente de la ANAP en aquel tiempo—, Coralia Fernández, Ramón Veloz y el Indio Naborí, entre otros.
«Comencé a venir un poquito después de la creación de las Cucalambeanas y es cierto que han evolucionado, pero sin perder su esencia. Para mí es muy importante este homenaje. Las Tunas es una región que no se caracteriza realmente por cultivar la música campesina.
«Sin embargo, este territorio sí ha desarrollado, a través de los años, un trabajo hermoso en el género, el cual está presente en las jornadas con los niños improvisadores y los grupos de danza. Aquí existen agrupaciones campesinas que se han mantenido. Yo, por ejemplo, comencé en estos eventos con el Conjunto Cucalambé. En fin, que en Las Tunas estoy en casa».
Hay temas interpretados por María del Carmen que han marcado a mucha gente. Uno lo canta mucho en la actualidad porque una parte de él puede escucharse en el programa televisivo Deja que yo te cuente. «Es mi voz la del fragmento: Yo tengo un amor lejano que cuando lo llamo viene».
Otros como La talanquera le es solicitado por el público «porque es una canción que tiene picardía y el cubano es muy jocoso». No obstante, es La carbonera, de su propia inspiración, una de las letras que más le piden quienes la «vieron nacer», y es allí donde ilustra autobiográficamente algunos detalles de su existencia.
Porque la Dama de la campiña destaca su procedencia: «Soy hija de carboneros. Fui la sexta del matrimonio. Mi padre murió joven, a los 33 años de edad. Mi inclinación hacia la música campesina es por mi origen, aunque no todos los que viven en el campo se deciden por ella. Es que en el campo se estila cantarles a los niños en décimas. Mi madre lo hacía y mi tía también. Y los guateques, que humildemente se daban, me fueron atrayendo».
Aunque todavía no se haya recogido en fonogramas el caudal interpretativo de la artista, María del Carmen Prieto continúa pintando desde la melodía el paisaje rural cubano. Ya suma 47 años a ese empeño. Algunos suelen preguntarle por los deseos que quisiera realizar, mas ella se ufana al decir: «He logrado cumplir mis sueños. Tengo una familia divina. Me conformo con lo que tengo. El pueblo ha aplaudido ese anhelo que tenía de niña».